Reflexiones y conclusiones de un estudio sobre 250 películas
Escena 1: Tres chicas de diferente procedencia y origen sufren un intento de ser reclutadas para ejercer la prostitución en un burdel.
¿Os suena? No tendría nada de extraño si no fuera porque la escena corresponde a una película de 1913 titulada Tráfico de almas.
Escena 2: El parlamento de un país discute una ley sobre si hay que prohibir o no la prostitución, mientras los propietarios de un burdel se preocupan por su futuro y, según dicen, por el de sus pupilas.
Nada de particular, si no fuese porque la escena corresponde a una película japonesa de 1956 de Kenji Mizoguchi titulada La calle de la vergüenza.
¡Cuánto hemos avanzado desde entonces! Parece increíble que la prostitución, que ya se trataba en el cine a principio del siglo XX, siga exactamente igual -o peor- un siglo después.
Y, sobre todo, es mucho más difícil pronunciarse porque como hoy día en las sociedades democráticas domina la teoría del libre albedrío y la libertad individual, pues resulta francamente complicado decir qué se debe hacer respecto a la prostitución. Por eso decidí analizar la representación que el cine ha hecho de este tema para ver si me aclaraba un poco. Ya llevo vistas 250 películas.
Si ha habido un papel preponderante que ha encarnado la mujer en el cine ha sido el de prostituta. Ponga una puta en su película parecía la mejor manera de incorporar una protagonista femenina, incluso en aquellos entornos donde sólo hubiera hombres. Por verosimilitud narrativa, sobre todo, porque sólo una prostituta podía aparecer en cualquier escenario sin menoscabo de su “virtud”. Porque esta es la gran y primera división que ha hecho el patriarcado de las mujeres: las respetables y las que no lo son, las “caídas”, las mujeres deshonestas. Las chicas buenas y las chicas malas. Las que eran para casarse y las que estaban para divertirse. Las dos caras de la sexualidad masculina: la mujer exclusiva y la mujer compartida. Esto empezó a cambiar en los años 60 y especialmente los 70, cuando los movimientos por la liberación de las mujeres introdujeron un nuevo modelo de prostituta: la mujer liberada que lo hacía como opción personal (Nana en Vivre sa vie (1962), Bree Daniels en Klute (1970), Iris en Taxi Driver (1976), Eva en La mujer flambeada (1983), China Blue en la película del mismo nombre (1985), Lauren Slaughter en La calle de la media luna (1986) Liz en Chicas de Nueva York (1986), e incluso Vivian en Pretty Woman (1990), entre otras.
Cuando las mujeres empezaron a poder usar su libertad sexual libremente, sin ser condenadas moral y socialmente por ello, la coartada de que los hombres sólo podían tener sexo si frecuentaban prostitutas se derrumbó. Ya no tenían necesidad de pagar. Las mujeres ya podían tener cuantas relaciones desearan sin ser prostitutas ni ser consideradas indecentes. Pero entonces, ¡oh sorpresa! la prostitución aumentó y empezó a integrarse en el discurso normalizado de que era una opción libremente adoptada y, por fortuna, sin sanción moral ni ética para las prostitutas, que ya no eran pobres víctimas caídas en desgracia, sino mujeres libres que optaban por esa forma de vida. Y el sexo en el cine posterior a los 90 se hizo mucho más agresivo, más heavy, más explícito, y el ir de putas se convirtió en una rama más de la industria del ocio, incluido el turismo sexual. Aparecen (o retornan) las mafias, los traficantes de personas, mezclado con las drogas, la pobreza, la inmigración, todo ello amparado por el auge de la prostitución y la inanidad de los gobiernos de todo el mundo: Útima salida, Brooklyn (1989), Whore (1991), Claire Dolan (1998), Caos (2001), El beso del dragón (2001), En la puta vida (2001), Lilja-4Ever (2002), La desconocida (2006), Promesas del Este (2007), etc. etc.
Los hombres hetero y homosexuales siguen comprando sexo
Y así continuamos hoy, en la inanidad. Mientras, aumenta la prostitución y el tráfico de personas con fines sexuales, el esclavismo sexual, el sexo con menores, la pederastia y cuantas monstruosidades se le ocurra al género humano en versión masculina, pues por muchas películas que aparezcan sobre las mujeres que pagan por tener sexo (Servicio de compañía (2001), Sonny (2002), Hacia el sur (2005), El día de la boda (2005), La clienta (2009), la realidad (si alguien tiene datos y no leyendas urbanas sobre este tema que me los haga llegar, por favor) es que son los hombres hetero y homosexuales los que siguen recurriendo a la compra de sexo, ellos sabrán por qué.
Algunas películas recientes plantean ya la prostitución como una actividad tan aceptable, digna y normalizada como cualquier otra. Y mucho mejor remunerada. Así, tras ver The Girlfriend Experience (2009) en lugar de dar que pensar sobre qué les pasa a los hombres que son incapaces de establecer relaciones sentimentales y amorosas sin tener que pagar, podemos salir pensando que la ocupación más lucrativa a la que podemos aspirar las mujeres es al “trabajo sexual”.
Las prostitutas acaban apareciendo en las películas aunque ya no sea necesario para la verosimilitud narrativa, ni sea la única manera en que los hombres pueden alegrar su aburrida vida sexual. Las prostitutas de Conocerás al hombre de tus sueños (2010) –Charmaine- o El americano (2010) –Clara– podrían ser estudiantes de idiomas, universitarias, dependientas, abogadas o astronautas. Pero ahí están, son prostitutas.
Para acabar, el cine continúa recurriendo a las prostitutas por dos razones: Una, para canalizar la violencia contra las mujeres, pues parece que el espectador (y digo bien, el espectador) justifique y acepte mejor que a las putas se las apalee, maltrate, viole, rapte, torture, drogue, abofetee o humille. Otra, legitima el discurso sobre la prostitución como una profesión libremente elegida, no problemática y muy, muy rentable.
Después del estudio que he realizado, acabo mis reflexiones con dos conclusiones. Una: hay que hacer algo respecto a la prostitución. Dos: no sé si se entenderá mi postura, pero estoy a favor de las prostitutas y en contra de la prostitución.