viernes 26 abril 2024

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La Iglesia quiere frenar su propio movimiento feminista .

57.000 monjas norteamericanas dicen no al Vaticano sobre sexualidad, matrimonio gay, ministerio sacerdotal.

En 2006, después de 40 años de enseñanza en la universidad de Yale, la profesora emérita de Teología Margaret Farley, una monja perteneciente a la congregación de la Misericordia, decidió escribir un libro que respondía a las dudas y emociones de sus alumnos sobre un tema crucial en sus vidas, el amor, en una época en que los preceptos sexuales heredados por sus padres se desmoronaban. Pero, ¿cómo tener relaciones saludables y felices, se preguntaban los jóvenes, sin caer en un cínico “todo vale”? El libro, “Just Love, a Framework for Christian Sexual Ethics” (“Solo amor: un marco para la ética sexual cristiana”) de Margaret Farley, representó para mucho de ellos una referencia, y fue uno fue uno de los más vendidos en Amazon.

Según la teóloga, una relación amorosa es saludable cuando se basa en el libre consentimiento de dos personas, (no importa si de sexo diferente o del mismo sexo), en el deseo mutuo, la igualdad y confianza, la auto revelación, la fecundidad (entendida como compromiso de dar vida a otro ser humano, o facilitar bondad y belleza en la comunidad); y finalmente, por la justicia social, como respeto no solo entre la pareja, sino hacia todas las personas de la comunidad. Se deshace así, entre otros, el tabú de la homosexualidad, considerado por la Iglesia Católica un “desorden”, y el de la masturbación, que Margaret Farley considera como parte del conocimiento y vivencia de la propia sexualidad.

La reacción del Vaticano no se hizo esperar, y la Congregación para la Doctrina de la Fe declaró el 4 de junio que el libro representaba “un daño grave” para la religión, con su “entendimiento incorrecto”, prohibiendo su uso en las escuelas católicas. “No tenía ninguna intención de hablar a nombre de la Iglesia oficial”, respondió la hermana Margaret Farley: el libro exploraba la sexualidad a través de varias tradiciones religiosas, fuentes teológicas y experiencias humanas, y solo quería dar pautas para el debate sobre la ética sexual. Un debate que por lo visto, ha logrado encender la pradera.

La principal organización que reúne 1500 órdenes religiosas en Estados Unidos, la Conferencia de Liderazgo de Mujeres religiosas, ( Leadership Conference of Women Religious, LCWR) que representa a 57.000 monjas (el 80% de las existentes en el país) ha apoyado a la destacada teóloga, y, acto seguido, ha sido acusada por el Vaticano de permitir que ideas de “feminismo radical” penetraran sus comunidades, pero sin dar definiciones ni de “feminismo”, ni de “radical”. “Si “feminismo radical”, es simplemente buscar la paridad entre hombre y mujer también en la Iglesia, nosotras somos feministas radicales”, ha declarado la presidenta de la organización de religiosas, la hermana Pat Farrell.

El conflicto ha ido a más. El Vaticano ha encargado tres obispos estadounidenses de proceder a una revisión total de la organización de la LCWR, en vista de una “contra reforma” de la misma, y ha convocado en Roma a la hermana Pat Farrell, mientras se multiplicaban en los periódicos y en Internet los mensajes de apoyo a Margaret Farley y a la LCWR.

Como comenta la periodista Lise Miller en el Washington Post del 10 de junio, el uso que el Vaticano hace del término “feminismo radical” dice más sobre los cardinales que sobre las monjas que protestan. “Seria bueno que la Iglesia usara menos hipocresía y más sabiduría en sus relaciones”, remata otra colega del medio, Susan Brooks Thistletchwaite. “Si alguien tiene una necesidad desesperada de un marco para la ética sexual, es justamente la Iglesia, sacudida por los escándalos de los curas pedófilos”.

Sin embargo, lo que la jerarquía vaticana, compuesta por cardenales ancianos y de raza blanca, no quiere cuestionar, además que un abstracto concepto de sexualidad, que choca con la practica cotidiana de los fieles, laicos o religiosos, es el tema del poder. A pesar de que las luchas internas que la desgarran hayan hecho salir violentamente al sol los trapos sucios tenazmente escondidos por décadas, como el de las cuentas opacas de su banco, o de los curas pedófilos, (dando material para muchas novelas de intrigas), según el Vaticano las religiosas deben mantenerse alejadas de los altares y de la administración de los sacramentos, sin que en los Evangelios haya una sola línea que declare la mujer inadecuada al ministerio sacerdotal.

La madre de la teología feminista radical norteamericana, como recuerda Lise Miller, ha sido Mary Daly, profesora por años en el Boston College, el colegio de los jesuitas. articipando en el Concilio Vaticano II, la profesora quedó impresionada por la falta absoluta de participación de las mujeres en las sesiones del Concilio, y por el contraste entre el porte arrogante y las llamativas vestiduras de los príncipes de la Iglesia, y los modales humildes y serviles, y los vestidos sobrios de las pocas mujeres que presenciaban sus sesiones. En su libro “Más allá del Dios Padre” (“ Beyond God the Father”,1974) Daly escribió “si Dios es varón, entonces el varón es divinizado. El patriarca divino llega a castrar a las mujeres hasta cuanto les permite la imaginación humana”.

De estas reflexiones se alimentaron generaciones de mujeres, que reconocieron como las grandes religiones monoteístas, (judaica, cristiana y musulmana), que desplazaron los antiguos cultos mediterráneos, basados sobre deidades femeninas, hayan tenido una gran influencia en el sometimiento de las mujeres.

En fin, Pat Farrell, la presidenta de la organización de las 57.000 monjas que han considerado desproporcionadas las sanciones de las autoridades vaticanas, salió del encuentro del 12 de junio con las mismas, en Roma, sin cantar Aleluya. Ha sido una reunión franca pero “difícil”, ha declarado, y son tiempos difíciles. Si el Concilio Vaticano II, hace cincuenta años, amplió el concepto de Iglesia de “jerarquía” a “pueblo de Dios”, es la jerarquía que debería cambiar sus actitudes excluyentes y autoritarias, volviéndose más humana, inclusiva y democrática, escuchando de veras la gente, sus deseos, sus problemas, como hizo la hermana Margaret Farley. Debería llegar a ser más “feminista y más radical”, según esos términos (mal) usados despectivamente. Pero poco se puede esperar de los actuales timoneles del barco de Pedro.

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