“Todavía me pregunto ¿cómo pude ser tan tonta como para caer en la trampa?” Cuenta Blessing Okoedion, una joven nigeriana de ojos brillantes. Delante tiene un público atentísimo de una ciudad de la misma Italia donde ha vivido todo lo malo y todo lo bueno. Aquí su relato.
“Crecí in un pequeño pueblo del estado de Edo, en el norte de Nigeria. Un lugar apacible, gente sencilla y solidaria, todos como una gran familia. Mi papá no era pobre, tenía tierra y seis camiones. Pagó becas para que varios niños estudiaran. Pero un día lo perdió todo por un negocio que se torció. Le quitaron sus bienes y sabía que si buscaba un abogado podían matarlo. Regresó al trabajo de la tierra y, nosotros, sus 7 hijos e hijas, tuvimos que limitar nuestros planes. Yo quería estudiar medicina, pero tuve que contentarme con informática, si quería que mis hermanos y hermanas pudieran aspirar a una profesión.
Mi generación es la primera en que las chicas pueden estudiar, si tienen los medios. En la época de mi mamá, para casarse con una mujer, el hombre tenía que pagar una fuerte dote. Tradicionalmente esto significaba respeto para la familia de la esposa, y consideración por su valor, pero a la vez la esposa se volvía propiedad del marido. Muchas chicas todavía no se imaginan vivir sin un hombre. Un profesor de la universidad me dijo, que a pesar de todos los libros que hubiera podido estudiar, yo también hubiera terminado cocinando por un hombre. Esta frase me suscitó tanta rebeldía que me animó a sobreponerme hasta en los momentos más oscuros.
Después de la universidad, hice un año de servicio civil en Ibadán, en el National Youth Service Corps, poniendo datos en una oficina del gobierno, y haciendo voluntariado en escuelas públicas. Nigeria tiene 180 millones de habitantes esparcidos en un territorio enorme, con 300 grupos étnicos, y varias religiones. Yo crecí en un contexto cristiano, donde los musulmanes eran vistos con desconfianza, pero mi experiencia con ellos y ellas ha sido buena, compartiendo valores como solidaridad y responsabilidad social. Ya Boko Harám hacía masacres en el norte del país, habitado por gente musulmana y pacífica, víctima del terrorismo.
Para vivir de mi profesión me mudé a Benin City, que es una ciudad ruidosa, caótica y sucia, con tremendas diferencias sociales, ricos que ostentan su riqueza y pobres que tratan de sobrevivir como sea. Todos cuidándose de los demás. Hay miles de cybercafés por doquier, llenos de jóvenes ¿Por qué tantos? Me pregunté. Las chicas chatean con improbables “novios” europeos, los chicos, los “yahoo-boys”, inventan trampas telemáticas, ¿os suena?
Blessing Okoedion.
Comencé a trabajar en lo mío, arreglando ordenadores, y además me las ingeniaba vendiendo otros productos. Poco a poco iba afianzándome y me sentía como en mi casa. Con un grupo de amigas idealistas, soñábamos realizarnos como personas y a la vez hacer algo para mejorar la vida de nuestro país, que veíamos oprimido por la corrupción y el clientelismo.
Nunca venir a Italia fue una aspiración mía. Sabía que en Europa hay bienestar (en comparación con nosotros), que los europeos también habían colonizado y abusado de África, pero mi padre había sido próspero y nunca había ido a Europa. Sabíamos que las chicas que iban a Italia, lo hacían para prostituirse.
En el colegio, las chicas perezosas que no quieren estudiar las llaman “italian girls”, por desprecio. Una vez vi una película sobre chicas nigerianas que trataban de migrar a Italia, pero algunas morían de hambre y sed en el desierto, otras sufrían violencia en Libia. Nos parecía increíble: en fin, era solo una película. Sin embargo, conocí a una chica, Favour, que había pasado por esta experiencia. Obligada a prostituirse en Libia, había tenido dos hijos, había regresado a Nigeria y al tercer hijo su actual compañero la había pegado hasta que terminó en el hospital. Su mamá no la quería de vuelta en casa: tenía como vecina en Benin City una señora que había podido construir una bonita casa gracias al dinero que le enviaba su hija desde Italia, mientras la suya solo sabía parir hijos.
En Benin City las madames, o sea las mujeres que atraen a la red de prostitución a las chicas jóvenes, exhiben bonitos vestidos, joyas, casas y autos de lujo. Claro, no dicen que esclavizan personas. Van en los parajes más remotos del país a llenar de ilusiones las familias pobres e incultas que no saben reconocer el veneno en el mensaje de riqueza que les trasmiten, si dejan que una hija vaya con ellas.
La gente de la ciudad mira las ostentosas madames, las envidia y desprecia. Los pobres las odian, pero quisieran ser como ellas. Quieren algún día tener dinero y vengarse del mundo, de tanta hambre sufrida.
Somos complicados, los seres humanos. Antes de juzgar, deberíamos haber experimentado pasar días y días sin comer, sin poder comprar una pastilla de jabón, para poder entender las chicas que dicen: “Me voy, yo no pasaré por cosas tremendas como las demás, yo regresaré vestida como una reina… A mí, me irá bien”. Y se someten al rito del “juju”, un amarre voodoo, antes de partir hacia lo desconocido.
En Benin City yo frecuentaba una iglesia cristiana, donde conocí una señora muy amable, Alice, que poseía una peluquería y después que le reparé su ordenador me facilitó otros clientes. Con el tiempo me dijo que tenía un hermano en España, propietario de unas tiendas de informática, que justo buscaba alguien experto y de confianza para llevarla. ¿Quería que fuera yo? Seguro iba a mejorar mi vida profesional.
¿Por qué no probar un año? Ella me facilitaría la visa, tenía conocidos en la embajada. Acepté, frente a mi familia feliz por esta oportunidad, que por cierto merecía. Así, llegué en avión a Valencia donde me recibió una mujer nigeriana, que me hizo descansar, pero al día siguiente me embarcó en un avión para Bérgamo, en el norte de Italia, donde me acogió un hombre en coche (¿el famoso hermano de Alice?), y éste, sonriendo con ironía me llevó hasta el sur, a Castel Volturno, una ciudad cerca de Nápoles. Allí, otra mujer nigeriana me compró trajes llamativos, me puso extensiones rubias y me acompañó en la calle.
Lloré y protesté, pero no había salida, yo era extranjera, de piel oscura, sin saber una palabra de italiano, ¿no había venido a trabajar? El primer cliente fue un médico que me pagó sin hacer nada, escuchó mis llantos, y desapareció. Entendí que la madame que se ocupaba de mí pagaba un impuesto a la criminalidad local, la “camorra”, mientras yo tenía que conseguir al menos 1.000 euros al mes para los gastos de la casa y 2.500 por la deuda con ella.
¿Qué deuda? Sí, madame Faith me dijo que mi deuda con ella era de 65.000 euros. ¿¿¿Cómo???, y ninguna broma, pues ella conocía la policía, y supe que no le costaba nada poner un poco de droga en mis cosas y hacerme arrestar, como había hecho con otras rebeldes… Pero algún día yo también podía ser madame, si trabajaba bien, ánimo.
Cada servicio sexual era pagado de 10 a 50 euros, pero todo el dinero iba a la madame, solo de vez en cuando las chicas lograban enviar algo a la familia. Sin embargo 20 euros corresponden a un sueldo mensual en Nigeria, y con 50 se mantiene por un mes una familia.
“Ya te acostumbrarás”, me decían las otras chicas del apartamento. Todo era un engranaje que giraba alrededor del dinero. Money, money, no se hablaba de otra cosa. Mientras tanto, tu cuerpo era usado como un trapo, tú como persona no eras nada.
¿Y qué vida hacían las chicas? Extranjeras, incultas, con novios que las pegaban, y entraban y salían de la cárcel. Su máximo sueño era llegar algún día a explotar otras chicas. ¡NO! Me dije, tenía que arriesgarme a huir, como sea.
Al cuarto día inventé una excusa para la madame y comencé a vagar por las calles, buscando la estación de policía, hasta encontrar un chico nigeriano recién salido de la cárcel, que me la indicó. Fui allá, pero la mujer policía no hablaba inglés, “Ritorni domani”, me dijo, regrese mañana. “Imposible, ¡Help me, help me!”, insistí, desesperada. Ayúdenme.
Por fin un policía me llevó a Caserta, a Casa Rut, una comunidad gestionada por monjas, donde había otras chicas africanas con sus bebés. Necesité un tiempo para lograr soltar y desprenderme de mi rabia, y enfocar algún futuro para mí.
Sor Rita Giaretta, una de las monjas, me acompañó en esta crisis con amor y paciencia, como una verdadera madre. Curioso: Una mujer “cristiana” me había hecho daño, otra me rescató. Aprendí el italiano. Montamos una sartoria étnica. Pero pensé que debía hacer algo más para proteger las otras chicas que han caído o van a caer en la red, ayudándoles a superar el miedo.
Portada del llibre escrit per Blessing Okoedion.
El tráfico de las prostitutas del África hacia Italia, que comenzó en los años ochenta, ha crecido en estos últimos años de manera exponencial (el año pasado entraron más de 5.600), con la complicidad en Nigeria de policía e Inmigración, y en Italia por la existencia de una amplia zona de ilegalidad que la favorece.
En Nigeria parte del dinero de tráfico de personas y contrabando sirve para financiar las campañas electorales, es un entramado sin fin, difícil por desmontar. Las campañas de sensibilización dirigidas a las chicas en las ciudades son insuficientes, y en el campo no hay nada. Si matan algún familiar de una chica rebelde, nadie es juzgado.
Allá lo más importante sería dar educación a las chicas y perspectivas de futuro a los jóvenes. En Italia, los hombres deberían educarse a una gestión de la sexualidad que respete la otra persona y no la vea, en nuestro caso, como simple mercadería de usar y botar. ¿Qué relación tienen los italianos con sus mujeres si acuden tanto a las prostitutas? Hay mucho que reflexionar, aquí y allá.
Lo peor, es que nuestra juventud en Nigeria no tiene confianza en sí misma y en el país. Pero si tampoco intentamos hacer algo para nuestro país, y solo aspiramos a salir, sobre estos sueños casi siempre inalcanzables se insertan los criminales construyendo sus fortunas.
Por ahora, estoy trabajando en Italia con pasión como traductora y mediadora cultural, apoyando las chicas en su camino de rescate. Hace poco, en la calle, vi de casualidad a la madame, que me amenazó. Pero ya perdí el miedo y no me van a callar. Ahora sé que cada palabra importa.”
Blessing Okoedion publicó el libro “Il coraggio della libertá”, Ed. Paoline, en 2017, donde explica su experiencia.