OPINIÓN
Normalmente cuando abordamos el fenómeno de la prostitución lo hacemos pensando en las prostitutas: el debate gira alrededor de la posibilidad regularlo o no como un trabajo más. Rara vez hablamos de quien demanda sexo de pago.
Y más extraño es aunque se le presente como el origen del problema: sin alguien dispuesto a pagar, no podría existir un mercado de “servicios sexuales” ni quien se ofreciera. Por eso, desde algunas perspectivas feministas denominan prostituidor al cliente: para visibilizar que sin la demanda la prostitución no sería posible.
No voy a entrar en el interminable debate sobre si es una profesión legítima o una forma de esclavitud, no es el motivo de este artículo. Ya hay muchos y muy interesantes análisis que abordan este tema desde diferentes perspectivas. Mi interés está en focalizar la atención en el prostituidor a partir de los datos y conceptos que ya generan consenso. Todos y todas coincidimos en que hay prostitución forzada (algunos afirman que al 90% de las personas prostituidas) que afectaría a miles de mujeres en situaciones de pobreza y marginalidad que venden su cuerpo a otras personas a cambio de dinero y contra su voluntad.
Una doble discriminación de género y clase
Por otra parte, si las mujeres son el 90% de las personas prostituidas, los hombres son el 95% de los clientes (incluso cuando los prostituidos son hombres hay más consumidores hombres que mujeres). Hay, por tanto, un innegable sesgo de género. Sí, también hay mujeres que consumen pero cuando los hombres son más del 90% de los que compran sexo es que hay un evidente factor de género: el machismo considera que los hombres tienen una incontenible voracidad sexual que se convierte en casi un “derecho”. La sexualidad masculina, la que promueve el machismo y el patriarcado, hace los hombres más proclives al sexo por pago que a las mujeres. Y, si bien la prostitución es un fenómeno que parte de una doble discriminación: de género y de clase, suele ser la de género la que más se invisibiliza cuando es la más evidente (95% de clientes hombres!).
Por lo tanto, la prostitución se configuraría como la forma en la cual el sistema patriarcal garantiza a algunos (principalmente hombres) que algunas (principalmente mujeres y de clase baja) estarán siempre disponibles sexualmente a cambio de dinero. Insisto, se los garantiza casi como un “derecho”: es decir en un sistema de opresión como el patriarcado se lo garantiza como un abuso, un privilegio y una forma de dominación. El sexo convertido en mercancía es la naturalización de una forma de violencia en un sistema que de forma habitual ejerce violencia de clase y de género.
El papel de la sexualidad masculina (machista)
“Si no hubiera prostitución, habría más violaciones” es un argumento clásico para defender su existencia de la prostitución y se añade que tendría, incluso, una “función social” de contención a la supuesta (y construida socialmente) voracidad sexual del “macho”. Es, con todo, una frase que pone en evidencia (de forma probablemente inconsciente) lo que es la prostitución: una agresión sexual (contra mujeres de clase baja) consentida socialmente, por el patriarcado, a cambio de una compensación económica. Y que, además, evitaría que estas “violaciones” a mujeres se generalizasen porque, pretendidamente, los hombres tienen que tener una sexualidad incontenible, depredadora, competitiva y agresiva. Estas son las características que el machismo ha atribuido a los hombres, pero sabemos que la sexualidad masculina puede ser también igualitaria.
Si bien un 27,3% de los hombres españoles había mantenido alguna vez en la vida relacionas sexuales pagadas, según la Encuesta de Salud y Hábitos Sexuales del INE de 2003, sólo un 6,7% lo había hecho durante el año anterior. Por otro lado, según el informe Apoyando a las víctimas de trata cerca del 50% de los hombres consideran la prostitución como una forma de violencia y el 30% estaría de acuerdo con penalizar al cliente.
Ética capitalista en las relaciones
A todo esto, se tiene que sumar el contexto en que la prostitución se desarrolla, y que la hace aceptable socialmente para muchos, que es la ética de mercado. Todo se compra y se vende. La ética capitalista del consumo no sólo afecta a las mercancías: traspasa esa frontera e impregna, desgraciadamente, a las relaciones humanas. El prostituidor en vez de optar por relaciones igualitarias, libres y consentidas -que siempre son más complejas- los usuarios de la prostitución optan por la “simplicidad” de la relación de consumo, previo pago, que objectualiza a la otra persona a la que no tiene que tener en cuenta porque, al pagar, le debe sumisión.
Hay tipo de hombre que opta para usar la vía económica para poder seguir manteniendo una relación dominación en un contexto que demanda cada vez más igualdad. Son hombres difusamente machistas que se encuentran desorientados y que recurren, sin más reflexión, a lo que les proporciona un sistema individualista para satisfacer su voluntad de dominio: una mercancía que satisfará todos sus deseos, en este caso sexuales. La prostitución se constituye, entonces, en un refugio de la masculinidad más patriarcal a partir de una relación impersonal en la que el cliente no se preocupará de si la prostituta con que se relaciona está esclavizada.
Una forma de violencia machista
La prostitución es una forma de violencia: de violencia económica, de violencia sexual y de violencia machista. Y aquí reside el papel clave que puede desarrollar el movimiento de hombres por la igualdad: de denuncia pública de esta situación de violencia machista, de questionar el papel del prostituidor y de plantear modelos de sexualidad masculina igualitarios. Debemos, sobre todo, poner el foco en los que crean la demanda: en el prostituidor. Hacerlo es necesario para comprender el fenómeno, así como el cambio en la sexualidad masculina y nuevos referentes en las relaciones son fundamentales para abordarlo, más allá de si se quiere regular o abolir la prostitución.
Una sexualidad masculina más igualitaria, a buen seguro, reduciría de forma radical la dimensión de esta esclavitud sexual. Si el hombre es parte del problema, también lo es de la solución: sin demanda masculina de servicios sexuales podria acabar desapareciendo la trata con finalidad de explotación sexual. Es un reto que sólo se puede abordar desde el feminismo y en el cual los hombres por la igualdad tenemos mucho que aportar.