” …con el adulterio y el aborto había tantos atenuantes que nunca se aplicó pena alguna por estas causas”
Una tarde sofocante me pone en sintonía con el escenario de la entrevista: el Museo Egipcio de Barcelona, en la calle Valencia 284, al lado del Paseo de Gracia. Núria Castro, egiptóloga, licenciada en Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología por la UB y especialista en vida cotidiana del Antiguo Egipto del museo, así como miembro de “Haciendo Historia”. Asociación Catalana de Estudios Históricos”, me espera en la casa donde el paso del tiempo es solo una anécdota.
Aquí Clío dispone de miles de años para inspirarse. Creo que una preciosa estatuilla de madera articulada, pieza de pocos centímetros, tiene unos cuatro mil seiscientos años de antigüedad.
A la hora prevista me recibe en primer lugar Marta Villanueva, responsable de la programación y de las exposiciones del Museo Egipcio. Me revela sucintamente algunos de los aspectos técnicos de la restauración. Todas las obras mostradas son originales menos tres: una de ellas, la hermosa Piedra de Rosetta. La original se halla expuesta al público en el Museo Británico desde 1802. Villanueva me comenta que en el Museo de El Cairo también cuentan con una reproducción, así que no hay ningún motivo para sentirse decepcionado.
De pronto, la figura del joven de madera de curvas imberbes y con cara de cachorro, todo ojos, todo vida, me atrapa. Estoy fascinada.
Llega Nuria Castro y le digo que he caído en las redes de la miniatura articulada. Conmovida, confiesa que se trata de su pieza preferida. Se me ponen los pelos de punta: es endiabladamente hermosa. Decido que, en efecto, procede de “otro mundo”. De nuevo, la eternidad.
De pequeña ya soñaba con Cleopatra?
Sí. A los diez años me sumergí en “Sinuhé el egipcio”, la novela de Mika Waltari. Cuando iba al colegio me llamaban “la egipcia”. Todo lo que caía en mis manos sobre Egipto, lo leía. Incluso durante los estudios primarios, “inventé” un sistema de escritura jeroglífica. No tenía nada que ver con los jeroglíficos, naturalmente, pero a mí me parecía que sí. En casa no le daban importancia porque tenían claro que yo sería médico. Egipto era para mí una pasión fantástica. En el instituto cursé estudios de ciencias puras. Cuando acabé dije que me había decidido por la Historia Antigua.
Me disculpará, pero tengo que preguntarle por las pirámides y la muerte.
Todo lo que conocemos sobre la civilización egipcia se guardaba en las tumbas. El resto no se ha conservado. Ha desaparecido por motivos geográficos, por la capa freática del Nilo y por la yuxtaposición de generaciones. Para obtener más datos, tendríamos que excavar sobre el terreno habitado actualmente. Esto es no es viable de ninguna de las maneras. Podemos hallar algunas pistas en las ciudades cercanas a las pirámides. Se reconstruye la historia a partir de los hallazgos de las tumbas, por este motivo relacionamos ese momento histórico con todo el rito funerario pero, precisamente, ellos no creían en la muerte. Vivían una vida que pensaban que no tendría fin, por este motivo se preparaban una “casa de la eternidad”, con todos los objetos que les iban a hacer falta en su “otra vida”, cosas cotidianas. Los egipcios vivieron miles de años de cultura sin interrupción, por tanto, contaron con suficiente tiempo para pensar en cómo seria el más allá, y llegaron a la conclusión que seria exactamente igual que la vida en la Tierra. ¿Por qué? Porque eran tan felices aquí que creían que tanta felicidad no podía tener fin. No podían concebir que todo esto acabaría sin más.
¿Todos eran tan felices?
Existen cantos de arpistas estilo “Carpe Diem”: “vive el presente y ya veremos qué nos espera después de la muerte”, o sea, también había desconfiados. Igualmente existían personas tristes y melancólicas. Hay un canto de un arpista que me encanta: el diálogo entre el desesperado y su alma.
Los “desesperados” deberían de ser “cuatro gatos”.
Sí. Nunca he visto una versión tan bien ilustrada de una depresión con tendencias suicidas.
¡Qué me dice!
La idea del suicidio en el Antiguo Egipto era terrorífica. “Si ahora muero, ¿qué tengo después?. Una vida eterna: una vida exactamente igual a que la tengo ahora”. Sería como salir del fuego para caer en las brasas.
Me pierdo entre “bas” y “kas”, y que los antiguos egipcios me perdonen. Me dejo llevar por la triste imagen de un pobre hombre que quiere morir, (no sabemos por qué, quizás porque estar rodeado de eternos optimistas también da rabia) y de los versos que entona para que su “Ba” muera con él, para que no se vea condenado por toda la eternidad, a vivir con depresión en medio de una fiesta continua.
Pero, ¿qué le pasaba al egipcio deprimido?
El dice que no tiene a nadie con quien hablar: “hablar con mi hermano es hablar con un extraño, la gente te traiciona, la gente te critica cuando tu te has comportado de forma intachable …”
¡Qué depresión más “moderna” para tener cuatro mil años de historia!
Esta tiene unos dos mil cien años. Es del Período Intermedio, cuando la gente comienza a cuestionarse algunas cosas. Entonces se incia la “democratización del más allá”. Antes sólo el faraón y su familia, así como las personas elegidas por ellos, podían tener una vida eterna. Con la pérdida del poder absoluto la gente se pregunta por qué, si ellos han llevado una existencia digna, están excluidos de la otra vida. En esta época, los faraones pierden parte de su “divinidad” porque se casan con personas que no son de la realeza, se casan con aristócratas. Pepy II y Teti tienen unas pirámides minúsculas, comparadas con las grandes, con sólo tres o cuatro cámaras. El primer ministro de Pepy tiene una mastaba, ¡pero de 42 cámaras!. Cuando el poder del faraón declina se acaba todo.
El peor trabajo de un pueblo tan feliz era…
Sin duda alguna lavar la ropa de los demás. Esto se relata en la “Sátira de los Oficios”, hallada en Ueset, lugar donde vivían artistas, artesanos y obreros que trabajaban en las tumbas. Gracias a que la ciudad estaba muy cerca del desierto se han conservado multitud de documentos de la época. Entre ellos, archivos en los que constan listas de lavandería minuciosas: “tal persona ha entregado tantas túnicas, tantas sábanas, diez calzoncillos…”, cartas anónimas notificando adulterios: “esta persona engaña a su marido con esta otra”, procesos judiciales… Los italianos dieron con el censo de la ciudad: “Le Stato Civile”. En “Le journal de la Tombe”, fruto de las excavaciones de los franceses, se registran todas las incidencias en el trabajo de los obreros. Sus ausencias, sus motivos, sus reincidencias…
Pasaban lista.
Sí, pero al detalle. Y también se toma nota de casos como el del obrero que no fue al trabajo porque estuvo borracho tres días, o el que pidió un permiso de tres debido a que se peleó con su mujer y fue maltratado por ella, o el que se ausenta un día al mes por “indisposición” de su esposa. Al margen de la causa de la ausencia se anota que el caballero tiene también ¡cinco niñas pequeñas! Un mal presagio.
¡Cuanta minuciosidad!
A los egipcios les encantaba tenerlo todo bien anotado y archivado. Un trabajador pidió varias veces tres días de permiso para acudir a los funerales de su madre. Cuando se dieron cuenta del engaño la cosa ya no “coló” más.
En alguna ocasión has dicho que los egipcios “inventaron el cómic”, y yo que me pensaba que siempre me miraban de perfil.
“En una tumba, existe un bajo relieve de un banquete funerario donde la tía del difunto dice: “Traédme vino porque tengo la garganta seca y sólo me he bebido veintiocho copas”. En el bajo relieve se muestra cómo se la llevan borracha del banquete. Un cómic”, -bromea Castro. El hieratismo del arte egipcio obedece a una función práctica. Son como fichas policiales. Se trata de “disgregar” la imagen para representar lo más importante. Existen pinturas en las que los sujetos están representados frontalmente, como es el caso de unas danzarinas. El cabello está en movimiento porque bailan. No siempre se utiliza la “perspectiva egipcia”. Cuando lo hacen sólo tiene la finalidad de que se vea perfectamente lo que quieren que se vea.
Pueblo feliz, que baila, que bebe. Hombres y mujeres iguales ante la ley, sin tabúes…
El adulterio estaba penado. Se le conocía por “el gran crimen”. Te podían mutilar la nariz, cortar las orejas y desterrarte pero no hay constancia de que eso sucediera jamás. Lo mismo ocurría con el aborto, aunque había tantos atenuantes que nunca se aplicó pena alguna. Existe un documento donde se narra lo que yo llamo el caso del “cornudo y apaleado”. Se trata de un hombre que va a llevarse a una mujer a vivir con él. En Egipto no hacía falta nada más, sólo que estuviera de acuerdo la pareja. No había ceremonia ni civil, ni religiosa. Al cabo de siete años, si querían, “hacían papeles”. Pero lo único que se anotaba en el documento era qué sucedería con los bienes en caso de divorcio. Nada más.
¿Y qué ocurrió con el joven que iba a unir su vida a la de la muchacha?
Pues nada original. Que, en la víspera de la convivencia en común, se la encuentra en la cama con otro hombre, y se enfada mucho. Sale a la calle furioso y explica a unos guardias lo que le ocurre. Le toman por un loco peligroso y le muelen a palos. El juez, ante la protesta del hombre por la paliza injustificada le da la razón y amonesta verbalmente a los amantes. Les ordena que jamás vuelvan a estar juntos. Que si lo hicieran constituiría adulterio y que la pena por dicho delito, seria aplicada: golpeados con palos, orejas y nariz cortadas y destierro. Al poco tiempo, el joven vuelve al juzgado para denunciar a su esposa: la mujer espera un hijo y dice que no es suyo. La pareja de amantes vuelve a ser amonestada bajo amenaza que si se repiten sus encuentros, la pena será ejecutada. Nunca se ha hallado ningún documento que acredite la aplicación de dicho castigo. Jamás se ha hallado tampoco ninguna momia sin nariz o sin orejas.
Quizás el consumo masivo de cerveza les templaba los nervios.
Tenían diecisiete tipos de cerveza. Todo el mundo la consumía, incluso los niños. Algunos escritos explican que cuando salían del colegio merendaban pan con cerveza. Se trataba de una cerveza de bajo contenido alcohólico, muy densa, como papilla, mezclada con pan y que se comía con cuchara. Se dice que los pequeños, después del tentempié, dormían como angelitos. Y si dormían mal, tampoco tenían reparos en utilizar “papaver somniferum”, es decir, opio directamente mezclado con los alimentos.
¿Cómo se alimentaban?
Sus menús principales consistían en fruta, verdura, cereales y legumbres. El consumo de proteína dependía mucho de la clase social a la que pertenecían. Les gustaba mucho la carne de toro. El pueblo consumía también pescado, pero sólo de río. El pescado de mar era un tabú. La sal utilizada era sal gema, nunca sal marina. Todo lo malo les había llegado vía mar: invasiones, el dios Set, que es el dios del desierto, pero también el dios del mar. Set es una deidad guerrera: vengativo, violador… no era bueno, pero tampoco encarnaba al dios del mal, como dicen algunos. Era malo y punto. El verdadero dios del mal es Apofhis. Era tan malvado que no existe ningún templo dedicado a él. Cuando se le representaba se le clavaban puñales por si las moscas, no fuera el caso que reviviera.
Bebían bien, se alimentaban bien…
¡Y se cuidaban mucho! Incluso se depilaban por motivos de higiene. Eran obsesivos con la limpieza de su cuerpo. Los sacerdotes y los que estudiaban en los templos, estaban obligados a no tener un sólo pelo en su anatomía. Cejas, pestañas, genitales… Una de las cosas que no podían faltar en la tumba de un sacerdote eran las pinzas. Evidentemente, disponían de un arsenal de cremas depilatorias, pero para según qué partes, sólo las pinzas arrancaban el pelo de raíz. Los sacerdotes tenían que ser los más limpios y puros, por ello, llevaban el tema de la depilación hasta el límite.
Sacerdotes que se arrancan las pestañas con unas pinzas y que se aplican cremas depilatorias en los genitales…
Capítulo aparte, el maquillaje.
Ojos tipo Liz Taylor en “Cleopatra”.
No!. Eso era una Cleopatra de los años setenta. En Egipto se utilizaba el “mesdemed” o “khol” tanto para embellecer como para proteger los ojos: un polvillo negro que, mezclado con agua, se empleaba como antideslumbrante del sol, protector de enfermedades oculares y también como repelente de insectos. Indispensable sobre todo para los sacerdotes que carecían de pestañas. Durante un tiempo se utilizó malaquita para maquillar los ojos y así evitar el temido tracoma. También se teñían las canas, se oscurecían cejas y pestañas, se maquillaban el rostro, utilizaban óxido de hierro para dar un color rojizo a los labios y mejillas, disponían de cremas hidratantes, anti-arrugas, desmaquillantes, cremas anti-estrías, se daban masajes con esencias aromáticas, se hacían la manicura, la pedicura… La cosmética para ellos formaba parte de la dermatología. Tenía un componente profiláctico.
Mientras Castro me explica todo el “arsenal de belleza” con que contaban los antiguos egipcios, me dejo seducir por imágenes maravillosas de cuerpos esculturales, limpios, hermosos y deliciosamente perfumados y lo que es mejor, felices de vivir en este mundo. Pero caigo en la cuenta que seguramente, deberían de ser más bien bajitos.
Núria Castro me dice que sí, que eran bajitos. Me explica que parece ser que un faraón alto fue Tutmosis II con un metro setenta y algo. “Ramsés II sí que era muy alto pero era muy diferente” -se sonríe Castro. Era muy extraño. Pelirrojo, medía 1.83, de piel muy blanca, con pecas… y además faraón.
Debería dar miedo.
Absolutamente. En 1979 se le practicó una “autopsia” en Francia. La momia de Ramsés II tenía hongos. En la sala de las momias en Egipto, Ramsés tuvo un movimiento. Se le descolgó un tendón del brazo. Así se dieron cuenta de que algo iba mal.
Ahora sí que tengo miedo.
¡Imagínate el miedo que pasó la persona que lo descubrió!
Tenemos a Ramsés con hongos y supongo que a un ejército de expertos pendientes del faraón.
Claro. Por esto madame Desroches Noblecourt se llevó la momia a París, donde lo recibieron con los honores de jefe de estado. Ciento dos científicos se ocuparon de Ramsés. Dos de los expertos eran de la casa L’Óreal de París. Los sabios se tomaron a risa su participación. Al final realizaron un magnífico estudio del pelo y de la piel de Ramsés. Cuando los científicos de L’Oreal aseguraron que Ramsés era pelirrojo, no sentó bien a los egipcios porque pensaron que lo que se intentaba decir en realidad era que el faraón no era egipcio. Por este motivo, jamás ha vuelto a salir del país ninguna momia real.
¿Y cómo se eliminaron los hongos de la momia del faraón?
Tras seis horas de irradiación de cobalto. Se hallaron 89 cepas distintas de hongos.
Y Ramsés regresó a su lugar de origen “como nuevo”.
En realidad su adn, tras la irradiación de cobalto, está corrompido. Con esta operación, no se podría clonar, aunque no es grave. Clonar a Ramsés II no traería sin duda nada bueno. Creo que sería el único faraón al que no querría ver jamás con vida. “Sessu”, diminutivo de Ramsés, pensaba realmente que era dios en la Tierra. Un peligro.
No tengo ni idea de la hora que es, ni de cuánto rato llevamos conversando. Ahora Núria Castro me desvela el “misterio” de las sábanas halladas en las tumbas de las momias y la conclusión a la que llegaron ella y su hermana Gemma, tras diversas aproximaciones.
En las tumbas habían cientos de sábanas. De los ropajes descritos con todo lujo de detalle en papiros y representados en esculturas y pinturas, nada. Ana Donadoni, prestigiosa egiptóloga italiana, especialista en la vida cotidiana, sentenció que si no se encontraban vestidos en las cámaras era simplemente porque no habían existido nunca tal y como se representaban en las pinturas y esculturas. Según ella, lo que se veía en las representaciones era idealizado, así que nunca fueron reales. Mi hermana y yo nos dimos cuenta que si anudas una tela de determinada manera, nudos no sólo prácticos sino también armonizados con el entorno, si con las supuestas sábanas, hacemos una serie de nudos y pliegues y te envuelves en la tela, resulta que los vestidos que aparecen representados, se pueden identificar con toda claridad. Creo que demostramos que una persona no podía marchar hacia el más allá sólo con una túnica, una mortaja y…¡veintiséis pares de sábanas!
Ahora sugiero a Núria Castro que nos detengamos en Nefertiti y Cleopatra, en la belleza del busto de Berlín de la primera y de la ausencia de datos fiables sobre el aspecto de la segunda. Suspira: “De la primera se dijo que era un rostro sin historia, de la segunda, una historia sin rostro. Los egipcios hicieron un gran esfuerzo para borrar de su memoria al faraón Akenatón (Amenofis IV), Nefertiti era su esposa. Akenatón es célebre por haber impulsado transformaciones radicales en la sociedad egipcia, al convertir al dios Atón en la única deidad del culto oficial del Estado, en perjuicio del, hasta el momento, predominante: el culto a Amón. Se dice que era muy hermosa, pero el busto solo es un modelo.
Con respecto a Cleopatra, todo lo que sabemos de ella está escrito por los romanos, sus acérrimos enemigos. La odiaban a muerte y creo que fueron realmente injustos con la pobre reina. Sabía gobernar, era muy inteligente, escogía a los hombres que le gustaban… ¡Sólo faltaria decirle que no a la reina!” -bromea Castro. “Se dice que era ingeniosa, no bella, que tanto sabía hablar como una “tabernera”, como platicar con un sabio. También cuentan que su voz era melodiosa, maravillosa, y que la utilizaba como si fuera un instrumento musical. Una de sus mejores armas, sin duda”.
¿Viviría yo más feliz en el Antiguo Egipto?
Vivimos en un mundo de muchos contrastes. Es cierto que entonces, ser campesino o faraón no era lo mismo ni de lejos, pero sí que existía bienestar para todo el mundo.
Seguridad Social para todos, subsidio de paro, derecho a la huelga…
Sí. La primera huelga de la historia la hicieron ellos. También contaban con médicos del “seguro”, así como con médicos privados. Todos eran iguales ante la ley. Ahora también, por supuesto, pero todavía existen valores que nosotros podríamos aprender de los antiguos egipcios e incorporarlos a nuestra vida. Formas y maneras de afrontar problemas con una mente mucho más abierta que la nuestra. Ellos no tenían algunos de nuestros prejuicios. Eran mentes abiertas concentradas en cómo utilizar el ingenio para sortear los obstáculos de la forma más efectiva. Si tuvieron tantos años de historia, si fueron tan prósperos, fue porque aprovecharon la inteligencia de todos los miembros de su sociedad. Jorobados, enanos, gente deforme, con defectos… eran queridos y valorados y podían llegar a ocupar los mismos puestos que el resto de ciudadanos. La mujer era profundamente respetada. Aprovechar el potencial femenino de la visión del mundo, cosa a lo que muchas culturas han renunciado, ha hecho de Egipto una civilización con cuatro mil años de historia. Tenemos mucho que aprender de ellos.
Si se levantara un faraón de su tumba…
Depende del faraón. Existieron faraones estilo Ramsés que mejor no … Pepy II… éste seguro que sí.
La pasión de Núria Castro, ya casi al término de nuestra charla, no ha decaído ni un ápice. Nos hemos movido con sigilo para no molestar a los muertos, para dejarlos reposar en paz en su “casa de la eternidad”. A veces con cierto temor, otras con humor, los ojos de Núria Castro me han proyectado retazos de unas historia que no alcanzo a comprender, ni lo pretendo. Me he quedado en la superficie de un montón de anécdotas que ella explica como si poseyera el don de la ubicuidad. Castro me ha llevado “de vacaciones” a un lugar donde existió un faraón cuyo gato,enterrado junto a él, se llamaba “Miu”: el mismo nombre que le puse al mío. No echo en falta fotografías del periplo. Me he asomado a una ventana indiscreta, con permiso y espero no haber enojado a Apohis.
Pienso que quizás Núria Castro tenga alguna alma gemela a orillas del Nilo, en otra dimensión. Ella no cree en la vida eterna sin embargo “si se puede trascender, permanecer en la memoria, ya es mucho”, me desliza. En las tumbas egipcias se podía leer: “Caminante, si pasas ante mí, di mi nombre” -revela. Creo que esta es la única concesión al más allá de esta mujer que se ilumina cuando habla de sus “antepasados”: Vivir en el recuerdo. Y con ella vivirán, probablemente, por toda la eternidad.