OPINIÓN
Fueron muchos los hombres que acudieron, o desearon acudir, a Madrid a la manifestación del 7 de noviembre contra las violencias machistas. Ahora es necesario convertir esa solidaridad en conciencia y esa conciencia en coherencia.
Conciencia de los privilegios que seguimos disfrutando en la casa, en la cama y en la calle, como forma naturalizada de las desigualdades. Coherencia para practicar la igualdad que decimos defender.
Lo dicen quienes estuvieron allí, y los medios de comunicación lo destacaron: el 7N había muchas mujeres de todas las edades, mucha juventud y muchos hombres. No lo digo yo porque los cuidados de un familiar me impidieron asistir, aunque puse mi granito de arena para el éxito de la convocatoria participando en la Comisión del 7N de Sevilla y promoviendo el apoyo a la marcha en un par de ayuntamientos.
Por eso, es de oídas que digo que hubo muchos hombres, y lo digo con la envidia que me da no haber compartido esa demostración de fuerza y solidaridad que fue el 7N, pero también con el orgullo de quien lleva muchos años trabajando para persuadir a los hombres de la necesidad de incorporarse a la lucha por la igualdad y ve que por fin son realmente muchos los que acuden a una manifestación convocada por el movimiento feminista contra las violencias machistas.
Lejos quedan los tiempos en los que, recién estrenada la democracia, la presencia de hombres en actos y manifestaciones feministas provocaba la desconfianza y el rechazo de un colectivo que necesitaba afirmar su independencia como movimiento, frente a los intentos colonizadores de unas organizaciones mixtas cuyos dirigentes trataban (tratábamos) de fijar su agenda como lo venían haciendo con el resto de los movimientos sociales.
La presencia de muchos hombres el 7N demuestra que cada día somos más los que estamos rompiendo con el silencio cómplice que empezamos a denunciar desde el grupo de hombres de Sevilla tras el asesinato de Ana Orantes (diciembre de 1997). Un silencio que permitía a muchos machistas creer que cuando maltrataban a sus parejas estaban poniéndolas en el lugar que les correspondía; un silencio que les permitía pensar que eran ellos los más consecuentes defensores de unos privilegios masculinos que la inmensa mayoría de los hombres queríamos conservar.
En enero de 1998 sacamos el primer manifiesto del Estado de “hombres contra la violencia ejercida por hombres contra las mujeres” y pusimos en circulación el lazo blanco, sin saber que estábamos reproduciendo una iniciativa similar impulsada con anterioridad por un grupo de hombres canadienses. Años más tarde, un 21 de octubre de 2006, hicimos nuestra la propuesta pública de José Saramago y nos atrevimos a convocar la primera manifestación de hombres contra la violencia machista, logrando contra todo pronóstico un éxito de público y una razonable repercusión mediática.
Desde entonces, al menos en Sevilla, la presencia de hombres en las manifestaciones del 25 de noviembre (día internacional contra la violencia machista) ha ido incrementándose. Nuestra presencia ha pasado desde llamar la atención hasta formar parte del paisaje sin que se haya visto cuestionado el liderazgo del movimiento feminista. Esto ha contribuido a disipar muchas de las suspicacias, permitiendo al mismo tiempo que los hombres por la igualdad participemos con toda naturalidad en algunas plataformas y organizaciones feministas.
No seré yo quien eche las campanas al vuelo, ni quien sugiera que hemos logrado involucrar a los hombres a la lucha por la igualdad. Soy consciente de que por fuerte que parezca que Miguel Lorente sacara el título de su libro, «Mi marido me pega lo normal» del comentario de una paciente, no lo es menos que cuando pregunto a mis amigas lo machistas que son sus parejas o sus compañeros de trabajo, sindicato o partido, la mayoría me conteste que “lo normal”.
Como si “lo normal” fuera ser algo o bastante machista, en lugar de ser igualitarios. Sé por mi propia experiencia que es más fácil estar por la igualdad que ser igualitarios, pero eso no me impide ver lo importante que es la presencia de tantos hombres el 7N: su rechazo a las violencias machistas contribuye a evitar que quienes las ejercen puedan creer que representan a la mayoría.
Al tiempo que rechazamos a los que maltratan, a la mayoría nos hace falta convertir la solidaridad con las mujeres maltratadas en conciencia, porque son muchas las actitudes y conductas machistas, conscientes e inconscientes, de las que todos participamos; violencias de baja intensidad, tan naturalizadas como los privilegios masculinos, no siempre detectables a primera vista, que sustentan las desigualdades y contribuyen a su reproducción.
Phumzile Mlambo-Ngcuka, directora de ONU Mujeres, nos recuerda la importancia de que los hombres defendamos la igualdad en público y en privado. Pero esta defensa implica coherencia, dejar de escaquearnos en la casa (sobre todo con ese sentimiento de culpa que demuestra que sabemos lo que dejamos de hacer), ser intransigentes con los argumentos sobre meritos y capacidades en los espacios de poder masculinizados cuando vemos que se usan para impedir la promoción de las mujeres, y oponernos a la agresiva desigualdad salarial, al acoso sexual… y a todas las formas de violencias machistas.