OPINIÓN
La solidaridad global y enfrentada al egoísmo de unas oligarquías, mundiales y también nacionales, es la única solución para evitar la catástrofe.
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El confinamiento obligado a nuestros hogares debido a la pandemia del coronavirus se nos plantea como una ocasión para la reflexión, tan necesaria como urgente. Es una verdadera calamidad que solo sacudidas emocionales de esta magnitud nos hagan reaccionar. Podría argumentar que así es la condición humana, pero esto sería dar alas a las ideologías que determinan en el ser humano un egoísmo basal, filogenético. Nada más lejos. Decenas de investigaciones demuestran que los humanos somos gregarios, altruistas. El egoísmo humano, el individualismo y el narcisismo que, por ejemplo, respiran sociedades como la americana es algo absolutamente estimulado, aprendido.
Sentirnos interpelados por tragedias virales, como la que hoy vivimos, o del cambio climático, nos hace tomar (o debería hacer tomar) conciencia planetaria y de humanidad. Dice el dicho que “no hay mal que por bien”. Sólo que el mal que hoy nos sacude es terrible. De esta conciencia se infiere la exigencia inmediata de respuestas a nivel global. Necesitamos repensar el modelo económico del capitalismo salvaje que hemos construido durante los últimos 30 años, desde que Thatcher y Reagan iniciaron la reforma neoliberal. Implantaron un modelo donde lo único que vale es el máximo beneficio sin ningún límite.
La globalización tiene muchos aspectos positivos, necesarios y posibles para enfrentar los problemas, pero también los tiene de muy negativos: el afán del máximo lucro y la deslocalización sin límite de la producción producen enormes costes ambientales, dado el impacto de los transportes de las mercancías. Sin embargo, la globalización también nos permite la solidaridad de toda la humanidad y este valor será absolutamente necesario para sobrevivir en un mundo de casi 8.000 millones de habitantes. Dentro de medio siglo seremos unos 9.000 millones. Tenemos que pensar que hace cincuenta años éramos unos 2.500 millones. El planeta se nos ha hecho pequeño y hemos de encontrar la manera de vivir todos en él y con dignidad.
La solidaridad global y enfrentada al egoísmo de unas oligarquías, mundiales y también nacionales, es la única solución para evitar la catástrofe.
Me parece que el valor de la solidaridad se tendría que instrumentalizar con herramientas de gobernanza por encima de los estados y las naciones puesto que los problemas que tenemos los rebasan y exigen soluciones a un nivel más amplio. ¿Cómo puede un Estado o una nación enfrentarse a una multinacional que, por ejemplo, factura más que su PIB? ¿No tendríamos que limitar este tipo de mega-corporaciones? ¿Cómo podemos evitar que se creen estos conglomerados macro con un poder exorbitante propiedad privada de unos pocos? ¿Cómo podemos hacer que paguen los impuestos que deben pagar? ¿Cómo puede un estado-nación enfrentarse a un problema como el del coronavirus si no es desde un organismo de nivel superior? Todo esto son preguntas que debería poder responder una nueva izquierda.
Ojalá que la sacudida del coronavirus y el confinamiento que supone nos haga pensar en nuestra situación en el mundo; que comprendamos que este ha cambiado con muy pocos años y que, por tanto, los problemas son diferentes y que las soluciones también deben serlo. La solidaridad global y enfrentada al egoísmo de unas oligarquías, mundiales y también nacionales, es la única solución para evitar la catástrofe hacia donde, hoy por hoy, avanza imparable la humanidad. Como he dicho al principio, los humanos somos solidarios. Todo lo demás es manipulación.
*Artículo publicado en El Huffington Post el 24/03/2020