Hace unos días me entrevistó una periodista del periódico Ara, para conocer las impresiones de una nueva diputada en el Parlamento. Era una entrevista light, sin mucho contenido político y con mucho contenido humano. Entre otras cosas, me decía, más que me preguntaba, que yo le parecía una persona positiva. Y, para reforzar su impresión, me ponía de ejemplo la noche electoral. Decía: aunque el resultado no era lo que esperabais, parecías bastante entera
Yo le dije que, ante cualquier situación nueva o especialmente difícil, mi reacción refleja es calibrar qué tiene de bueno y qué tiene de malo, y tratar de hacer más énfasis en los aspectos positivos. Y es que casi cualquier circunstancia tiene los dos polos opuestos. La noche electoral era amarga porque el resultado por debajo de lo esperado nos dejaba en condiciones de una oposición más débil de la que hubiéramos querido y dejaba compañeros de las listas fuera del Parlamento. Y era también un momento brillante, porque me sentía orgullosa de defender las ideas de la formación en la que estaba, que son también las mías. Y me decía que otros habían ganado pero con una ideología que, en general, no me parecía tan potente ni digna como la nuestra.
De modo que, a pesar de la decepción, no me sentía completamente hecha polvo. Para entendernos: tocada, sí; hundida, no.
Con todo, cuando llegué al Parlamento sí hubo una cuestión que fue a parar directamente a la línea de flotación de mi moral de victoria. Me refiero a la cuestión de género en el grupo parlamentario.
De entrada, somos 4 mujeres y 7 hombres, lo que representa el 36,6% de mujeres contra un 63,4% de hombres. No llegamos, pues, ni siquiera al mínimo, que se situaría en el 40%, y que aparece en la ley de igualdad que aprobamos durante la legislatura pasada y que durante la presente me tendré que ocupar de hacer cumplir.
De salida, los 4 cargos iniciales -presidente, portavoz, portavoz adjunto y miembro de la mesa-son hombres. Y eso que las cuatro mujeres del grupo somos feministas! Con todo no nos ha quedado más remedio que tragarnos, porque lo contrario supondría un lío demasiado grande. Exactamente como ocurrió en el último acto de campaña, anunciado con un cartel que ponía en primera fila a cinco hombres y dejaba en segunda fila las tres mujeres, acto que se cerró con el parlamento de cuatro voces masculinas.
No tener en cuenta el género es, actualmente, un error ideológico y un error estratégico. Ideológico porque es imposible ser de izquierdas sin ser, al mismo tiempo, feminista. Estratégico porque son muchas las mujeres que votan y que, por tanto, observan la conducta de las organizaciones con respecto a este punto. No olvidemos que estadísticamente las mujeres son uno de los grupos vulnerables de la sociedad, aunque constituyan el 50%, Y entraron en la crisis en inferioridad de condiciones por lo que, ahora, su situación es aún peor que la de los hombres.
Eso sí que constituyó una decepción de primera magnitud, para la que no fui capaz de encontrar ningún contrapeso positivo que me levantara el ánimo.
Lo único que puedo pensar para sentirme un poco mejor es que no se volverá a repetir.
Artículo publicado también en la revista Treball.cat.