Nada debe haber más desagradable que tener que entrar a tu casa sorteando condones y jeringuillas. El comercio de sexo en las calles es un fenómeno que nos corresponde a todas y todos quienes habitamos Barcelona, y no es un problema de que en la calle tal, bajo la imagen de la virgen cual, se hagan felaciones a la luz de una farola con 300 años de historia.
Ese no es el problema. Tampoco radica en que El País saque un reportaje haciendo gala de malas prácticas periodísticas y no recordando que publicitan cada día en sus últimas páginas cientos de anuncios de comercio del sexo, siendo así una especie de Boquería de papel. Lo mismo pasa con El Periódico: sólo cambia el nombre de la calle. Sólo cambia el nombre del diario.
Petritxol es una calle que desvía las atenciones de los diversos públicos, y da un respiro a las agendas de la política local. Las manos nuevamente a la cabeza. El alcalde de Barcelona, Xavier Trias, reclama horrorizado un cambio legislativo y de “atención a las víctimas para luchar contra ella (la prostitución)”, dos meses después de haberse modificado la ley de acceso a la salud (con el apoyo de su partido) para personas que no demuestren estar empadronadas por más de 6 meses en Catalunya, requisito imposible para mujeres que ni tan solo tienen una cama donde poder estar a salvo de las miradas de todas y todos.
Seguramente, el señor Trias sabe que el fenómeno (que no tiene nada nuevo) no radica sólo en la situación irregular de las mujeres que están dentro del circuito de este tipo de comercio, ni tampoco en que se debe regular el uso del espacio público como está ocurriendo en Madrid, con la consecuente pérdida del ejercicio de libertades bajo el lema de “por el bien de la convivencia conciudadana”, creando gobiernos locales paternalistas que irresponsabilizan a la ciudadanía.
Trias pide en período pre-electoral un cambio en la ley de extranjería para luchar contra la multirreincidencia de prostitutas “casi todas inmigrantes ilegales” (Trias, El Periódico, 4 oct. 2011). El señor Trias también sabe que la solución no está en que lleven a las mujeres trabajadoras del sexo a la comisaría de Les Corts “porque les caerá más lejos”. Lo que sí sabe el señor Trias es que la demanda por comercio sexual en Barcelona es alta, no sólo en las calles y por usuarios “locales”, sino en cada rincón donde el turismo ha entrado desbocadamente y que también está desregulado.
Muy probablemente, a la mayoría de mujeres y hombres que trabajan en el sexo comercial (visibles porque se ha puesto el ojo público en ellos, no porque se les quiera ver realmente) se les debería dar la oportunidad de salir de la prostitución si no la ejercen voluntariamente, cosa que no pasará si no se da la oportunidad siquiera de que puedan tener acceso a sus derechos fundamentales.
El trabajo del sexo debe regularse, debe pagar impuestos y debe ser sólo una opción con la cual ganarse la vida, no como sucede hoy para muchas personas que lo ejercen para salvar sus vidas y las de quienes quedan en sus países de origen.
El señor Trias seguro que es consciente -o al menos intuye- de que la “esclavitud del siglo XXI” no es el trabajo del sexo, sino el neoliberalismo patriarcal -que nos ha llevado a diversos fenómenos- y por el que efectivamente las mujeres, están donde están, son moneda de cambio o, en el mejor de los casos, tienen derechos establecidos por ley y que no se satisfacen, como es el de la igualdad. De esa esclavitud es de la que debemos salir, y en esta, señoras y señores, estamos todas y todos hasta las cejas.