OPINIÓN
Imagínense que en un formulario para identificarnos se nos presentaran las opciones del título
Posiblemente el 99,9% señalaría la casilla de “bípedo”, porque esa es la naturaleza humana, tener dos pies. Una minoría, bien por malformación fetal o bien por accidente, quizá señalaría no-bípedo, porque es una posibilidad que una persona tenga solo una o ninguna pierna. La opción “Otros” sería una casilla-comodín para contentar a todos aquellos seres que quieren sentirse especiales y necesitan llamar la atención sea como sea. Aunque pueda haber individuos con un solo pie ¿no es propio del ser humano tener dos?
Pues algo parecido está ocurriendo con los nuevos formularios, que sin haber sido sometidos ni a reflexión teórica, ni a debate público ni haberse consensuado científicamente, están proliferando en todo tipo de instituciones, empresas, asociaciones, encuestas, etc. Admira con cuanta facilidad se ha aceptado que las personas puedan ser otra cosa diferente que hombre o mujer y que se acepte sin rechistar. Ahora algunos ya incorporan No binario de forma rutinaria, o “preferiría no decirlo”, manllevant la respuesta de Bartleby el escribiente en el famoso cuento de Melville.
¿Por qué deberíamos poder “no decir” nuestro sexo? Quizá no sea relevante en algunas actividades, aunque siempre es un dato que sirve para interpretar mejor la realidad. Pero en cuestiones de trascendencia social resulta de todo punto imprescindible conocer la composición por sexos en cualquier ámbito: educativo, sanitario, científico, deportivo, económico, cultural, político, lúdico, etc. No hay campo social que no esté afectado por la variable sexo, y es importante conocer este dato para ajustar las políticas a aplicar.
¿Qué es lo que se está solicitando con esta nueva formulación? Que cada uno se identifique como quiera o incluso que no se identifique. Qué bonito y qué democrático, dirán algunos: el sexo es una cuestión privada que a nadie importa, como la religión. Pues no, señores, consignar el sexo no es una cuestión íntima como profesar una religión, sino uno de los ejes que estructuran toda sociedad y que determina la posición social que en ella se ocupa.
¿Servirá esta nueva forma de recogida de datos para conocer mejor la realidad y atender los problemas a resolver? La respuesta es No, y las instituciones, empresas, gobiernos, asociaciones etc. que han aceptado tan acrítica y precipitadamente esta nueva nomenclatura están cometiendo una grave irresponsabilidad, pues si se sigue imponiendo esta formulación llegará un momento en que no tendremos información imprescindible para atajar las desigualdades derivadas de la pertenencia a uno u otro sexo.
Sustituir el sexo biológico binario como realidad material consustancial a los seres humanos (igual que es ser bípedos, pese a las posibilidades de no serlo), y sustituirlo por un sentimiento subjetivo nos dejará sin estadísticas fiables, pues todas estarán falseadas por opciones a las que el capricho de cada cual se haya querido adscribir.
Cuando los formularios incluyen por rutina que se puede ser “No binario” ¿Creen realmente que se pueda ser otra cosa diferente de hombre o mujer? ¿Qué características humanas, qué sexo, qué conformación corporal tienen los no binarios que los diferencien de los demás, aparte de una identidad flotante que puede ser una hoy y otra el día siguiente? ¿Qué naturaleza humana tienen los supuestos No binarios?
Estoy convencida de que la facilidad con que se ha aceptado esta nueva forma de clasificación no es producto del convencimiento científico o racional, sino que es una manera fácil de subirse al carro de la moda, contentar a una minoría insaciable en su pretensión de considerar el sexo irrelevante, y no crearse problemas.
Renunciar a consignar el sexo biológico de los seres humanos es un despropósito que pagaremos muy caro cuando, andando el tiempo, no sepamos ni siquiera cuantos hombres y mujeres conforman la pirámide poblacional. Quizá haya 37 columnas o vaya usted a saber, tantas como géneros se le haya ocurrido inventar al imaginativo personal.