miércoles 17 julio 2024

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Cuando Wendy dijo basta

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En general, ver películas de la factoría Disney resulta una tortura para cualquier mente mínimamente crítica con las normas del patriarcado. Pese a ello, cuando las criaturas te piden que les dejes ver, por ejemplo, Peter Pan, es difícil decir que no. Y aguantas estoicamente las tonterías de los guionistas de Hollywood hasta que llegas a la escena en la que los niños perdidos se quejan porque Wendy deja el país de “Nunca Jamás” y regresa a casa. Y le preguntan: “¿y ahora quién nos preparará la comida, nos coserá los pantalones, nos contará cuentos y nos dará el beso de buenas noches?”.

En este punto, te rebelas, pones el DVD en pausa (apagarlo sería demasiado cruel) y obligas a niñas y niños a hacer una reflexión: ¿es normal que Wendy tenga que coser pantalones mientras los demás juegan a perseguir al Capitán Garfio? Las criaturas te miran como si no supieran de lo que hablas. Pues, dice finalmente un niño, eso es lo que hacen las madres; y digo yo que los niños perdidos también necesitan una, ¿no?

¡Pues claro! Toda persona necesita en algún momento de la vida a alguien que se ocupe de ella: cuando somos criaturas, cuando somos personas ancianas, cuando tenemos una enfermedad, en el día a día para comer o llevar ropa limpia… Desgraciadamente, el patriarcado ha decidido, usando la biología como justificación, que este tiempo, el del cuidado, corresponde a las mujeres. Este argumento biológico secular ?por ejemplo, los ginecólogos ingleses del siglo XVIII consideraban que una mujer no debía estudiar porque, si lo hacía, se quedaba estéril? ya ha sido superado, pero la división del trabajo se mantiene. Al sistema patriarcal y capitalista le es muy útil que la mitad de la población se ocupe, sin reconocimiento ni remuneración de ningún tipo, de un trabajo esencial para la sostenibilidad de la vida; así, la otra mitad está disponible para producir, sin trabas, en las fábricas o en las empresas. Aunque, por supuesto, por ese trabajo los hombres reciben honores y compensación económica.

Saber cuánto le costarían a un país las horas dedicadas al tiempo del cuidado, si las tuviera que pagar, no ha interesado nunca ni pizca a los economistas. En realidad, el ínclito economista Xavier Sala Martín un día me soltó que las mujeres cobramos un salario “emocional” por esta tarea. ¡Cómo si las emociones sirvieran para pagar hipotecas…! Hemos necesitado la mirada de estudiosas feministas para determinar que, traducido en dinero, el tiempo del cuidado equivale a la cuarta parte del PIB de un país.

Este tiempo del cuidado no se limita a las tareas más evidentes (hacer las camas, acompañar a la abuela a la Centro de Atención Primaria, poner una lavadora, ayudar a hacer deberes…) sino que también se extiende a las menos visibles, al apoyo emocional. Según los resultados de un estudio de la Diputación de Barcelona de hace cinco años, realizado a partir de las respuestas de los estudiantes y las estudiantes de los institutos de la provincia, el apoyo emocional continúan siendo las madres: ellas miman, consuelan, escuchan, aconsejan…

Y así, a partir de modelos, seguimos enseñando unos roles a los niños y otros a las niñas.

Para cambiar esta dinámica patriarcal necesitamos no sólo guarderías para las criaturas, residencias para la gente mayor y servicios públicos para personas dependientes, sino también, y de manera urgente, permisos de maternidad y paternidad iguales e intransferibles.

Las mujeres ni podemos ni queremos aguantar más la doble jornada. ¿Qué pasaría si todas las Wendys del país nos declaráramos un día en huelga?

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