OPINIÓN
El pasado 10 de abril, la poeta y novelista Sara Zanghi nos dejó. Poco conocida en nuestro país, fue una destacada activista por los derechos de las mujeres y de las lesbianas.
Traductora de obra poética en castellano y de mi Con Pedigree, se convirtió, más que en una amiga, en una “tieta”. Permitidme compartir con vosotras estas últimas palabras que le dedico.
Sara Zanghi.
Cara Sara:
En una misma semana, hemos tenido dos bajas. Como siempre hemos compartido el amor y el respeto por esos seres cuadrúpedos que nos hacen compañía, sé con seguridad que agradecerás saber los detalles. Ambos tuvieron una vida y una muerte mucho más dignas que tantos y tantos seres humanos y dicen que ya les tocaba, pero el vacío que han dejado… Qué te voy a contar!
El primero en marchar fue Manolito, un conejito blanco que un buen día fue rescatado de una bañera. Allí lo tenía la Manolita —no se lo tengas en cuenta. Se lo regalaron, muy probablemente, para compensar una soledad demasiado incómoda de evitar y ella debió considerar que, al menos, de allí no se escaparía.
La Manolita estaba enferma y cuando iba a hacerse los tratamientos, le dejaba el conejito a la vecina. Un día, pobre mujer, no regresó y vecina y conejo se vieron unidos para siempre, sin saber muy bien que hacer la una con el otro. De la bañera, pues, pasó a un piso en el que campaba libremente, siempre presto a morder los bajos de un mueble, cables eléctricos o cualquier objeto susceptible de ser roído. Su nueva dueña explicaba que le venía al lado mientras fregaba los platos y que, literalmente, la rondaba. Un tiempo después, lo instalamos en el jardín de mi casa, en una parcela de 3 x 3 m. (aprox.) con chalet, porche y terraza.
Manolito sabía tan poco de lo que era su hábitat natural que tardó más de ocho meses en hacerse una madriguera —lo que sería el sótano de la casa—, y la hizo tan larga, tan profunda y con tantas galerías que tuvimos que avisar a las vecinas: “Si veis un animalito blanco que camina raro, no es un gato sino Manolito y no es susceptible de ir a la paella”. Se le veía feliz en su chaletito.
La semana siguiente, fue Moritz quien nos dejó (y, en medio, aquella llamada que me decía que tú tampoco estabas ya; ¡cómo encajarlo!). Moritz era un gato blanco, sordo de nacimiento, mimado y consentido, que sobrepasaba los 20 años (quizás sí que le tocaba, pero el vacío…). De él puedo contarte que cuando conoció al Quillo (es decir, mi perro), casi le da un ataque al corazón. Solo pudimos calmarlo ofreciéndole un poco de jamón; como su dueña es vegetariana, no había conocido ese don divino que le hizo reconciliarse con el mundo e, incluso, con el perro. Desde entonces, cada mañana le hemos dado su ración de jamoncito, aun teniéndolo prohibido. La veterinaria había dicho que, a su edad y con una insuficiencia renal, no le convenía. Pero, hete aquí que cuando tocó hacerle una analítica, el miedo que teníamos a ser regañadas por intentar asesinar al gato a base de jamón se esfumó. Los análisis confirmaban que estaba mejor que nunca: “Seguid con la misma dieta”, dijo la veterinaria ignorando nuestra insumisión.
Tanto el uno como el otro, Sara, tuvieron una de las mejores muertes que se puedan desear: en los brazos de alguien que los amó toda la vida, y sin sufrir. Como tú, según me han contado. Ahora, sin embargo, la cantinela “no quite el verde de las zanahorias” de cada jueves en el mercado, ya no suena; los restos de vegetales van a directos al contenedor de la orgánica y el trozo de jamón de todas las mañanas empuja la tostada como si no fuera su lugar, como si no le tocara estar ahí. Y Roma ha perdido la alegría de llegar a tu casa, tener la cama hecha en tu despacho y salir a pasear por el Gianicolo escuchando tus historias.
Solo puedo consolarme con la fantasía, igual que hiciste tú toda la vida. Por eso te escribo estas últimas letras. Sara, si por un casual resulta que has ido a parar a ese cielo eterno que nos han inventado para apaciguar el abismo de la nada y coincides con dos personitas no humanas, pequeñas y blancas que te hablan de nosotras, dales crédito. Por nuestra parte, si sentimos que nos silban los oídos, no tendremos dudas, sabremos que os habéis encontrado.
El próximo 10 de mayo, la Casa Internazionale delle donne de Roma acogerá un acto en recuerdo de Sara ZAnghi.