OPINIÓN
Transversalidad de la perspectiva de género en las políticas públicas: ¿qué pasa con la gestión del riesgo ante desastres “naturales”?
Les escribo desde una pequeña ciudad situada en el Centro de la provincia de Buenos Aires: la ciudad de Azul; para sumar a las miradas de federalismo en el mapa feminista de nuestro enorme y diverso territorio nacional. Azul está ubicada en el centro geográfico de la provincia y, además de ser tierra ganadera y los pagos de Catriel, es la zona donde los grandes temporales comienzan, al tomar la humedad de nuestras pampas. Además, es una tierra cruzada por cauces de agua como el Callvú Leovú y el Tapalqué, que, cuando llueve demasiado, inminentemente desbordan.
Transversalidad de la perspectiva de género en las políticas públicas. Foto: Flacso
Así es como el otoño pasado nos esperó con dos grandes tormentas en sólo un mes, una de agua y otra de viento y agua, generando grandes inconvenientes a la vida cotidiana de las familias, fundamentalmente en los barrios más vulnerables de la periferia, y en una de nuestras localidades pequeñas del partido, Cacharí, a 40km de Azul. Esta situación, que ha tomado dimensiones tremendas por la magnitud de los fenómenos climáticos ocurridos, en realidad, no ha sido sorpresa para las decenas de mujeres que habitan los barrios y, cotidianamente, luchan por ejemplo, para que las caminatas en el barro no afecten los guardapolvos que lavan a mano.
Traigo a colación esta escena habitual de nuestros barrios y localidades, porque quisiera traer a consideración otras escenas; extraordinarias, magníficas y con pretensiones de magnánimas, que también vemos aunque de manera más esporádica en todo territorio “vulnerable”: la de los superhéroes del sistema que aparecen en épocas de desesperación con miles de mantas, con garrafas al hombro, dirigiendo un camión de chapas para descargar, etc. y contrastarlas con las mujeres que, cotidianamente y en silencio invisible día a día hacen las verdaderas gestas heroicas para sostener la emergencia acostumbrada.
Transversalidad de la perspectiva de género en las políticas públicas. Foto: Flacso
Las mujeres dicen “veníamos pidiendo hace mucho y no nos oyen”, “les avisamos que iba a ser bravo y no nos dieron bolilla”. Las mujeres prevén, previenen, piden ayuda con tiempo. Pero claro, cuando aparece el desastre anunciado, los superhéroes que no escucharon, que no creyeron, hacen gala de sus músculos. Las mujeres nos preguntamos entonces ¿es una necesidad que tienen los hombres de ser protagonistas, de que se note su aparición en escena desde un rol de salvataje, vertical y desde arriba? ¿Es una necesidad de mostrar que su decisión, masculina, es la que marca cuándo “se ayuda”?
La cuestión es que, las mujeres que generación tras generación se hacen cargo de los cuidados comunitarios en las barriadas, saben exactamente qué para cuando llueve, cuando hay viento, cuando hay sequía, cuando hay frío. Y piden. Y hasta que la desgracia no se hace manifiesta, no son escuchadas, y mucho menos entonces reconocidas. Las mujeres nos acostumbramos a improvisar una olla en cualquier lado, cortinas con frazadas, frazadas con camperas, zapatos con cartón y bolsas cuando hay barro, agua y frío. Nos acostumbramos a que nos digan que no sabemos, para que un día aparezcan a salvarnos.
Entonces, junto a las mujeres de los barrios, pregunto ¿Qué pasó con los sistemas de alerta temprana comunitaria? ¿Qué pasó con el abordaje técnico de la prevención? ¿Cómo es que nos acostumbramos a que los barrios “vulnerables” sean siempre vulnerados por las mismas desgracias que se sabe de antemano ocurrirán? Es que en estos abordajes “intuitivos” que, desde la vivencia comunitaria hacen las mujeres que cuidan las barriadas, radica la clave para una mejora definitiva de las condiciones de vida que se ve recurrentemente vulnerada por los embates del clima y la invisibilidad y el abandono de las gestiones estatales: transformar para prevenir.
Planteo el punto de la transversalidad porque aquí también, en la gestión de los riesgos, somos las mujeres quienes, desde una vivencia de cuidados colectivos, comunitarios y familiares, nos hacemos cargo de las consecuencias graves, negligentes y en desidia de lo que ocurre como inevitable y que entonces nos aplasta una y otra vez y nos impide avanzar; que nos quita horas del día, días al mes y energía vital a toda nuestra existencia, como la piedra de Sísifo que debemos, cíclicamente empujar para que nada quede.
El viento que nos deja a la intemperie poniendo bien en claro lo lejos que está la dignidad de nuestros hogares; el agua que barre con todo lo material, que electrocuta y aísla; el frío que nos lleva días, semanas, meses de hospital con bronquiolitis, broncoespasmos y neumonías si es que no se nos lleva a los nenes asfixiados o quemados; el calor con las diarreas eternas que también se llevan de nuestros brazos a los más chiquitos-… ¿Las mujeres debemos seguir acostumbradas a que nada cambie si no es después de la desgracia para agradecer una chapa que el próximo viento volará o unas frazadas que la próxima lluvia dejará inservibles? ¿O llegará un día la hora en que se legitimen nuestros reclamos y se oficialicen no sólo las evacuaciones tempranas sino también despedir “la vulnerabilidad” de los barrios que habitamos y sostenemos, acercándonos cada vez un poco más a la dignidad; que se parece mucho a un horizonte sobre el que proyectar nuestros anhelos?
(*) Abogada feminista, Mnd. en Cs. Sociales y Humanidades, Docente especializada, Investigadora en Sociología Jurídica.
Columnista de Diario Digital Femenino – Género y Derechos Humanos