viernes 19 abril 2024

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Ser un hombre de verdad.

 

 OPINIÓN

En Catalunya existen a diario dos denuncias de violación. Entre enero y septiembre se han denunciado 462 violaciones, actos que no incluyen otros tipos de abusos. ¿Qué está pasando? Nada que no haya estado pasando desde tiempos inmemoriales.

 

La diferencia es que ya hace tiempo que hemos identificado el problema y que las mujeres hemos clamado que ya basta; que ya es suficiente. Que nuestra implicación es absoluta para acabar con la violencia con la que algunos hombres atenazan a las mujeres.

¿Qué les ocurre a los hombres? Yo creo que ésta es la pregunta del millón. Sé que de inmediato muchos me dirán que no se puede generalizar, que no todos los hombres son iguales, que los valores, la educación y los patrones de comportamiento son muy diferentes… Es cierto, pero todos los hombres adultos hoy han sido educados bajo el influjo de ideologías de género que determinan qué es la masculinidad. ¿Cómo debe ser un hombre? ¿Cómo ha de comportarse? ¿Qué se espera de él? ¿Qué es la virilidad? En diferentes culturas y religiones la masculinidad implica imperativos de dominio, no sólo de los hombres entre sí sino sobre las mujeres y los niños; hoy muchos hombres sienten amenazada su virilidad así entendida, enfrentados a las exigencias de los contextos del siglo XXI y a la irreversible conquista del ámbito social por parte de las mujeres. Uno de los mandamientos de esta concepción cultural de lo que significa ser un hombre y tener virilidad es demostrar continuamente que se es masculino, viril, un «hombre de verdad», y reaccionar con dureza y agresividad frente a las amenazas. Digamos que los hombres no tienen suficiente con ser un hombre. Deben demostrarlo con hechos, de acuerdo con el estereotipo de macho convencional. Sometidos a una gran presión, sienten miedo ante cualquier amenaza a su masculinidad (socialmente definida) y a la que responden por prescripción educativa con agresividad. Violando, si conviene, agrediendo, deshumanizando, a las mujeres.

Vayamos por pasos.


Ser un hombre de verdad o la virilidad precaria

Las ideologías de género son amplios conjuntos de creencias y actitudes compartidas sobre los roles, responsabilidades y rasgos esperados de las personas, en función de su género. Las demostraciones de que el comportamiento de los hombres está influido por estereotipos de género son sorprendentes. «Los niños no lloran… Las niñas son dulces…» es una forma fácil de ilustrar las restricciones que los estereotipos de género les han estado imponiendo. Una criatura que escucha una frase de esa índole en una fase temprana de su desarrollo se dice a sí misma: «Sé que soy un niño/a; ¿qué implica esto? ¿Qué comportamientos determinan o prescriben las afirmaciones de las personas que amo y me protegen?» Esta narrativa rodea al niño en un período sensible de su desarrollo, cuando todo lo aprende a una velocidad extraordinaria, y se inscribe en su memoria biológica. Las criaturas humanas se impregnan de afirmaciones que les dicen cómo deben comportarse para ser queridas por las personas que ellas aman y ser aceptadas por la sociedad.

En la antigua Roma, donde se esclavizaba a las mujeres, en la edad media, cuando se las encerraba, en la era industrial, cuando se las explotaba, su calidad psicológica era poco valorada en un contexto que sólo necesitaba fuerza física, violencia y valentía para cazar y hacer la guerra. Las historias sagradas les decían a los hombres que debían dominar la naturaleza, los animales, las mujeres y los niños. Pero esta fuerza física, la valentía y la violencia que les permitía dominar a las mujeres ofreciéndoles el fruto de su sacrificio, se está convirtiendo en un escenario obsoleto. Sin embargo, todavía prevalece el hecho de que, históricamente, los hombres gozan de un estatus social superior en comparación con las mujeres. En algunas culturas y religiones, ese valor, ese estatus de superioridad, debe ser verificado y demostrado continuamente. Una forma de poner de manifiesto que se es un hombre «de verdad» es por medio de la dureza, el riesgo, el comportamiento físico y la agresión. Mostrar agresividad es un mecanismo eficaz para reducir la ansiedad que provoca una amenaza a la masculinidad de un hombre. Ser un hombre de verdad es un estatus que hay que ganarse y después demostrar repetidamente para mantenerlo. Esto nos conduce al concepto de masculinidad precaria: el estatus del género masculino, en relación con el de las mujeres, es evasivo, frágil y se verifica a partir de la acción pública. Esta masculinidad precaria (frágil, inestable, que se puede desmantelar a la primera de cambio) es casi universal. Dicho de otro modo, las creencias de masculinidad precaria reflejan la dificultad que supone ganarse una reputación como hombre «de verdad» o dominante, puesto que ponen el énfasis en el enfrentamiento, la incertidumbre y los requisitos de probar socialmente el rol de género masculino. Esta forma de entender la masculinidad, esas restricciones, estas normas de género prescriptivas que implica la virilidad, aparece en todas las culturas del mundo. En unas más que en otras; y en unos individuos más que en otros. También en las mujeres. Debemos pensar que todavía hoy hay sociedades y culturas en el mundo en las que un hombre sin violencia no tiene valor social. Hay investigaciones que nos demuestran que la autoestima de los hombres aumenta después de saber que han tenido un mal rendimiento en una tarea en la que las mujeres superan a los hombres. Asimismo, los resultados de otras investigaciones revelan que los hombres con creencias de precaria masculinidad son menos proclives a enfrentarse a un extraño que muestre prejuicios sexuales; califican los chistes sexistas y antigais como más divertidos después de una amenaza de género; y también muestran una mayor reactividad de cortisol (una respuesta de estrés) tras un comentario que implique que tienen un déficit de masculinidad.

No debemos olvidar que los efectos de los estereotipos, normas y roles de género sobre el comportamiento afecta por igual a las mujeres. Ellas también tienen razones para no transgredir los estereotipos de género o ocultarlo si los desobedecen. En especial, cuando pueden ser castigadas por sus vulneraciones. En mi opinión, el estado actual de los conocimientos sobre este tema sugiere que las mujeres están motivadas para evitar infringir los roles de género más por razones externas (por ejemplo, por miedo a los castigos sociales). Las mujeres evitan ser vistas por los demás como transgresoras del rol. Por el contrario, parece que las razones de los hombres para evitar las vulneraciones de los roles de género son internas (por ejemplo, sentirse mal y angustiados).

En resumen, los datos preliminares de muestras estadounidenses sugieren que las creencias de precaria masculinidad constituyen una diferencia individual significativa con implicaciones para las respuestas de los hombres a los estímulos y la retroalimentación de género. Y, además, que la masculinidad es más precaria que la feminidad.

Variabilidad en las normas transculturales y antecedentes antropológicos

Ya he dicho que las normas que prescriben los roles de género masculino no son generalizables entre culturas. Son casi universales pero existen grandes diferencias transculturales. En estas diferencias, los valores que transmiten las familias, la religión y la educación son fundamentales.

En su estudio antropológico centrado en diversas sociedades no industriales y agrarias de todo el mundo, Gilmore en 1990 describió una tendencia casi universal de las sociedades a exigir a sus miembros masculinos una prueba social de su condición viril. Las características de esta prueba varían según las sociedades -desde demostraciones de habilidades sexuales hasta la adquisición de bienes materiales, pasando por la participación en peleas de borrachos y dolorosos rituales de circuncisión- pero el tema subyacente permanece inalterable: los hombres deben demostrar, mediante alguna clase de acción pública, que merecen el título de «hombre de verdad». Muchas culturas escarifican las mejillas o la frente de los chicos para que su pertenencia al grupo sea visible en la cara, como una firma en un pergamino de piel donde el chico dice estar dispuesto a renunciar a sí mismo para defender a su grupo.

A partir de estas ideas, en el ámbito de la psicología social, la teoría de la masculinidad precaria (frágil, inestable) postula (como ya he señalado más arriba) que la virilidad se conceptualiza ampliamente como un estatus social difícil de ganar, fácil de perder y que es necesario demostrar repetidamente mediante la acción. Esta teoría sostiene además que la precariedad del estatus de género masculino lleva a los hombres, en comparación con las mujeres, a sufrir mayores niveles de ansiedad social y a una mayor motivación a hacer frente a situaciones en las que se cuestiona su estatus de género recurriendo a actitudes arriesgadas y agresivas. La investigación cualitativa citada de Gilmore proporcionó algunas pruebas de la universalidad de las creencias de masculinidad precaria en sociedades como la Trukese de Micronesia, la Mehinaku de Brasil y la Samburu de Kenia.

Ganarse el estatus de ser un hombre de verdad es, pues, una reminiscencia de los rituales tribales durante las transiciones de la infancia a la madurez. Sin embargo, aún ahora, en ciertas sociedades indígenas los niños llegan al estatus de hombre pasando por rituales que implican la separación física y el aislamiento y pruebas de resistencia dolorosas o peligrosas. Incluso donde no existen rituales de masculinidad formalizados, tanto en países americanos —incluidos Estados Unidos— como en europeos se observan a menudo presiones para demostrar la masculinidad. En cambio, la transición de la infancia a la feminidad se considera más generalmente como un proceso biológico inevitable, y el estatus de las mujeres como mujeres reales se cuestiona menos a menudo. ¿Hasta qué punto las creencias sobre la precariedad de la virilidad en los varones varían entre las culturas? Y dentro de las diferentes culturas que habitan dentro de los países, ¿hay variabilidad entre los hombres?


Investigación transcultural con 62 países y 13 regiones del mundo

Una de las investigaciones más interesantes que hasta ahora he leído al respecto es de Jennifer Bosson, Pawlel Jurek y colaboradores: «Psychometric Properties and Correlates of Precarious Manhood Beliefs in 62 Nations» (Journal of Cross-Cultural Psychology, 1-28 /March 2021). En el estudio se han utilizado métodos cuantitativos para examinar la prevalencia transcultural de las creencias de precariedad masculina en 62 países que abarcan 13 regiones del mundo y con un total de más de 33.400 encuestados. Han analizado si la precariedad del rol de género masculino varía entre las culturas. Es decir, si este sentimiento de que la masculinidad se siente amenazada fácilmente, que el sentimiento de amenaza produce malestar y angustia, y que debe demostrarse siempre cueste lo que cueste, es un patrón cuya intensidad varía entre las diferentes culturas que pueblan el mundo. Han colaborado más de 140 investigadores de universidades de estos países.

Los hallazgos revelan, en primer lugar, que las nociones de masculinidad precaria se entienden universalmente, pero que tienen un apoyo diferente en diversos grados en función de las diferentes culturas y religiones. Además, las personas de todo el mundo reconocen un entendimiento común de la masculinidad como un estatus social logrado, más que atribuido.

También estos investigadores han relacionado las actitudes de masculinidad precaria con los indicadores de desigualdad de género a nivel de país (Índice Global de la Brecha de Género [IGBG]; Foro Económico Mundial, 2019) y con los indicadores de desarrollo humano (Índice de Desarrollo Humano [IDH], Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2019).

 

Índice Global de la Brecha de Género y su relación con las creencias de virilidad precaria.

Los países difieren en la medida en que los residentes masculinos y femeninos gozan de una paridad de género –es decir, de una igualdad de acceso a los recursos, las oportunidades y el estatus– o de una desigualdad de género. El Índice Global de Brecha de Género cuantifica las desventajas de las mujeres en el ámbito nacional en relación con las de los hombres en cuanto a logros educativos, oportunidades económicas, empoderamiento político y salud en una escala de 0,00 a 1,00 (Fórum Económico Mundial, 2019); por lo que un índice más bajo significa una brecha de género más elevada. Es decir, mayor desigualdad de género. Los países con un Índice Global de Brecha de Género más bajo tienden a tener estructuras sociales más patriarcales y una división del trabajo tradicional basada en el género, con mayores proporciones de hombres en el papel de proveedores económicos, protectores y responsables políticos, y más proporciones de mujeres en el papel de amas de casa, cuidadoras y trabajadoras de bajo estatus. Así, en los países con un Índice Global de Brecha de Género más bajos, los hombres como grupo son más dominantes, y las mujeres como grupo más subordinadas. Esta investigación transcultural realizada en 62 países encuentra puntuaciones de masculinidad precaria más altas en países con menor igualdad de género (medida por el Índice Global de Brecha de Género). Esto es debido, al menos, a dos razones. En primer lugar, en los países con menor igualdad de género, las relaciones sociales entre hombres tienden a ser más jerárquicas y competitivas, con una variación en el nivel de poder que tienen los hombres considerados individualmente. Por ejemplo, tiene más poder un banquero que un sintecho, y el banquero consigue mejores resultados. Algunos estudiosos postulan que el control patriarcal dominante de los hombres sobre las mujeres evolucionó paralelamente con el control jerárquico sobre los hombres subalternos cuando las sociedades humanas pasaron de estructuras sociales basadas en el parentesco a las basadas en la clase. Si la competencia intragrupal de los hombres por el estatus, los recursos y el acceso a las parejas es especialmente feroz en los países con menos igualdad de género, las personas de estos países deberían estar más inclinadas a considerar la masculinidad como un estatus social competitivo. Y éste es uno de los aspectos que la investigación citada demuestra.

De acuerdo con esta suposición, las personas de países con más (vs. menos) desigualdad de género consideran a los hombres más duros y sedientos de poder, y más adecuados para roles de liderazgo de alto estatus. Además, los hombres jóvenes de Estados Unidos (ocupan el puesto 53 en igualdad de género; Foro Económico Mundial, 2019) consideraron que su propia masculinidad era más precaria que la de los jóvenes de Dinamarca (14º puesto en igualdad de género). Del mismo modo, los hombres de Polonia (en el puesto 40 en igualdad de género) apoyaron las creencias de masculinidad precaria con mayor fuerza que los hombres de Noruega (2º puesto en igualdad de género), y reaccionaron con mayor incomodidad pública y más emociones negativas a una amenaza a su masculinidad que los hombres noruegos. España se encuentra en la decimocuarta posición, con un índice de desigualdad de género de 0,79, y también se encontraron diferencias significativas tanto con los países con creencias de masculinidad precaria más elevadas como con los países con creencias de masculinidad precaria menos punzantes.

En segundo lugar, y por definición, los países con menor igualdad de género presentan roles y creencias de género más tradicionales, con preceptos más estrictos que exigen que los hombres protejan y mantengan a las mujeres, la familia y el grupo. Como señaló Gilmore (ver más arriba), estas mismas prescripciones masculinas constituyen la base de las presiones de masculinidad precaria: las normas sobre masculinidad empujan a los hombres a la acción cuando la supervivencia del grupo depende más de la disposición de aquellos para realizar las tareas difíciles, peligrosas y competitivas de protección (por ejemplo, luchar) y abastecimiento (por ejemplo, cazar, adquirir recursos). Por tanto, los habitantes de los países que dependen en mayor medida de los hombres para asumir las funciones de protección y abastecimiento (es decir, los países con menos igualdad de género) también están más inclinados a considerar la masculinidad como un afán arriesgado con una alta probabilidad de fracaso. Es decir, dadas las responsabilidades más difíciles de cumplir que se encomiendan a los hombres, éstos se arriesgan más al fracaso —a fallar como hombres— que si se quedaran en casa.

En concreto, cuanta más ventaja tienen los hombres sobre las mujeres en cuanto a poder político, control de recursos y resultados sanitarios en un país, más los habitantes de ese país consideran ser hombre como un estatus social en sí mismo; un estatus que se debe ganar y que se puede perder fácilmente. La Historia sugiere que cuando los humanos pasaron de estructuras sociales basadas en el parentesco a estructuras basadas en la distinción de clases sociales, el poder político y social se concentró en pequeños grupos de varones dominantes de alto estatus. Es de suponer que cuando los humanos pasaron de las economías de subsistencia a las economías basadas en la adquisición de riqueza y la propiedad, los hombres dominantes controlaron de forma explotadora tanto a las mujeres, para reproducirse, como a los hombres subordinados por beneficiarse de su trabajo. Si así fuera, quizá la tendencia humana creciente hacia las estructuras sociales basadas en clases sociales sea una tercera variable distal de la que surgieron tanto las creencias precarias sobre la virilidad como las ideologías de género patriarcales; tanto de sexismo hostil hacia las mujeres que se revelan como de sexismo benevolente (condescendiente y de protección) hacia las mujeres que se muestran dóciles y sumisas.

De acuerdo con la teoría del sexismo ambivalente, las ideologías de género hostiles y benevolentes emergen y reflejan las estructuras de dominación masculina (es decir, el patriarcado) y de interdependencia heterosexual. El patriarcado, el sistema social en el que los hombres como grupo tienen más acceso al poder y a los recursos que las mujeres, da lugar a resentimientos hostiles y estereotipos negativos (de las mujeres como insubordinadas y de los hombres como sedientos de poder). La interdependencia heterosexual, la dependencia universal de los grupos de género entre sí para el cariño, el emparejamiento y la paternidad compartida, da lugar a idealizaciones benevolentes y estereotipos positivos (de las mujeres como cuidadoras y de los hombres como proveedores protectores).

Explicado más ampliamente y más en concreto, podemos decir que el sexismo ambivalente y la ambivalencia hacia las mujeres son ideologías de género universalmente reconocidas en todas las culturas, y contienen tanto elementos hostiles (abiertamente insultantes, airados) como tolerantes (subjetivamente positivos pero paternalistas) ). El sexismo ambivalente presenta a las mujeres como manipuladoras e insubordinadas cuando quieren conseguir estatus o poder (sexismo hostil), pero también como moralmente puras y cálidas cuando satisfacen las necesidades de intimidad de los hombres (sexismo benevolente o paternalista).

También la ambivalencia de las mujeres hacia los hombres les retrata como arrogantes y depredadores cuando imponen su dominio (hostilidad hacia los hombres), pero también como competentes y fiables cuando cumplen un papel de protectores y proveedores (benevolencia hacia los hombres).

El apoyo conjunto de las ideologías de género hostiles y benevolentes se considera, desde un punto de vista teórico, esencial para mantener una jerarquía de género en la que, si bien las mujeres y los hombres tienen un poder desigual, dependen unos de otros para conseguir objetivos importantes. De hecho, los estudios interculturales indican que el sexismo hostil y el sexismo benevolente están casi universalmente correlacionados positivamente, al igual que lo están la hostilidad hacia los hombres y la benevolencia hacia ellos. Por tanto, las culturas que apoyan ideologías más hostiles sobre mujeres y hombres también tienden a compensar estos puntos de vista negativos con ideologías más halagadoras y condescendientes sobre cada grupo de género. Mientras que las ideologías de género hostiles y benévolas reflejan y legitiman el dominio de los hombres a nivel de grupo sobre las mujeres y su dependencia, las creencias de masculinidad precaria reflejan la naturaleza jerárquica y competitiva de las relaciones sociales intrasexuales hombre-hombre. Por tanto, todas estas ideologías de género revelan algo de la dominación social de los hombres sobre las mujeres y de los hombres de estatus elevado sobre los de menor estatus. Aunque los hombres, como grupo, gozan de mayor estatus y poder que las mujeres en todas las culturas, el estatus de masculinidad, como he explicado en los apartados anteriores, en sí mismo es esquivo, competitivo y difícil de mantener.

Si las ideologías de género ambivalentes y las creencias de masculinidad precaria surgen de las jerarquías sociales en las que los hombres dominantes tienen un poder desproporcionado sobre las mujeres y otros hombres de menor estatus, entonces las creencias de masculinidad precaria deberían cohesionarse significativamente con el sexismo hostil y el sexismo benevolente (condescendiente). Y éste es otro de los hallazgos de la investigación transcultural con los 62 países de trece regiones del mundo. Como apoyo a los hallazgos de esta investigación, algunos datos no publicados obtenidos con una muestra de EE.UU. (N=258; 48% mujeres) revelaron que las personas con creencias de masculinidad precaria también puntuaron más alto en sexismo hostil (r =0,19, p=0,003) y sexismo benévolo (r=0,20, p=0,001). Además, tras una amenaza sobre la masculinidad, los hombres respondieron abrazando con mayor fervor el sexismo benévolo y la dominación social, y, simultáneamente, retirando el apoyo a las acciones y a los movimientos sociales de equidad de género.

Es decir, cuanto mayor es el dominio de los hombres sobre las mujeres —que requiere ideologías hostiles y benévolas que lo justifiquen y sostengan— también más estratificado es el estatus intergrupal entre los hombres y existen más luchas competitivas por el dominio. Presumiblemente, esta última dinámica entre hombres da lugar a creencias culturales de masculinidad precaria, que contribuyen a la socialización de los roles de género preparando a los chicos para enfrentarse a los retos, asumir riesgos y desempeñar papeles de protector y suministrador.

Hablamos a continuación de la relación encontrada entre el Índice de Masculinidad Precaria y el Índice de Desarrollo Humano (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2019).

 

La relación entre las creencias de masculinidad precaria y el Índice de Desarrollo Humano nacional

Asimismo, la investigación que analizo halló enlaces entre las creencias de masculinidad precaria y el desarrollo humano nacional. El Índice de Desarrollo Humano es un indicador en lo que se refiere al país del potencial humano y del bienestar en términos de esperanza de vida, crecimiento económico y acceso a la educación (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2019). Los países con mayor desarrollo humano tienden a conceder a sus ciudadanos más libertad para satisfacer las necesidades básicas (por ejemplo, para la alimentación, la vivienda, la salud) y más autonomía para elegir las actividades deseables y de mejora personal, como ahora la educación, el trabajo y la participación en la comunidad. Diferentes investigaciones nos muestran que el desarrollo humano se correlaciona negativamente con el sexismo y la desigualdad de género. En el presente estudio se vio que el Índice de Desarrollo Humano y el Índice Global de Brecha de Género estaban fuertemente correlacionados en los 62 países incluidos en este estudio. También vieron que los países con menor desarrollo humano —en términos de potencial humano y bienestar— obtienen una mayor puntuación en las creencias sobre la masculinidad precaria. Por tanto, en los países donde la gente se enfrenta a más dificultades y encuentra menos actividades deseables, puede resultar adaptativo socializar a niños y hombres para que acepten los riesgos y las luchas de los roles de protector y proveedor. Dado que esta participación exige más sacrificios y esfuerzos desagradables, las sociedades deben ejercer presiones sociales más fuertes sobre los hombres para que cumplan su papel.

Curiosamente, vieron que en los países con menor igualdad de género y desarrollo humano, las mujeres tienden a apoyar las creencias de masculinidad precaria con más fuerza que los hombres. Es decir, en los países más patriarcales y menos desarrollados, las mujeres -como grupo de género de estatus más bajo- están especialmente atentas a la necesidad de los hombres a validar socialmente su virilidad. Esta alerta de las mujeres tiene sentido dado que los hombres, en ocasiones, en estas culturas más patriarcales, responden a las amenazas con una masculinidad dominante, sexualizando a las mujeres y comportándose de manera agresiva. Estas estrategias de restauración de la masculinidad son especialmente comunes en los contextos culturales más duros y patriarcales, lo que hace que las mujeres estén más atentas y dispuestas a las dinámicas de la masculinidad precaria, reflejando una adaptación con fines de protección. También los hombres de estas culturas más duras y patriarcales están menos dispuestos que las mujeres a caracterizar o definir explícitamente el rol de género masculino como precario, puesto que esta admisión podría ser percibida como un signo de debilidad o vulnerabilidad.

Comentario final

A lo largo del estudio, los investigadores utilizan más el término «cultura» que «nación» cuando describen las supuestas diferencias entre países. Bien mirado la «cultura» es a menudo un constructo más complejo y matizado que la «nación»; de hecho, las naciones difieren en cuanto a la heterogeneidad cultural interna que contienen. Dentro de un mismo país, pueden coexistir muy bien diferencias en las creencias sobre la masculinidad precaria; por ejemplo, en función de las condiciones económicas locales y el acceso a la educación. Es importante señalar que los resultados obtenidos sobre masculinidad precaria presentan mayor varianza entre los individuos dentro de un país que entre países. Por tanto, una proporción sustancial de la varianza en las creencias de masculinidad precaria es atribuible a las diferencias entre los individuos de cada país.

 

Bibliografía:
Bosson, J.; Jurek, P. and col. (2021). «Psychometric Properties and Correlates of Precarious Manhood Beliefs in 62 Nations». Journal of Cross-Cultural Psychology, 1, 28.
Steffens, M.C. & Viladot, M.A. (2015). Gender at work. A Social Psychologycal Perspective. New York: Peter Lang.
Viladot, M.A. (2017). Género y Poder en las Organizaciones. Barcelona: UOC Editorial.
Viladot, M.A. & Steffens, M.C. (2016). Estereotipos de género en el trabajo. Barcelona: UOC Editorial.

 

 

 

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Tona Gusi

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Fundadora i Co-coordinadora de La Independent. També és psicòloga menció en Psicologia d'Intervenció Clínica i menció en Psicologia del Treball i les Organitzacions.
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