“Con ojos de niña” es la última publicación del reconocido pedagogo italiano Francesco Tonucci, elaborada con Amparo Tomé para la editorial Graó, sobre el privilegio y el coste de ser mujer, enfrentando los más comunes estereotipos que involucran la niña, en los roles familiares, los juegos, los gustos y aspiraciones, y que merecen ser discutidos y superados.
Se trata de más de 50 páginas de reflexión sobre la educación, acompañadas por otras 50 de viñetas firmadas por “Frato”, apodo del mismo Tonucci. El libro, que está dirigido a niñas y niños, docentes, y familias, se ha presentado el día 15 de octubre en el Museu Blau de Barcelona, durante una concurrida conferencia sobre una “Educación justa para todos”.
Conocí a Francesco Tonucci hace cuarenta años, cuando era una profesorita veinteañera, con mucha ganas de aprender, haciendo prácticas en una escuela experimental de un barrio popular y combativo de la ciudad toscana de Livorno, (llamado Corea, porque surgió en los años de la guerra de Corea). Allí, con el apoyo, entre otros, del psicólogo Francesco Tonucci, investigador del CNR (Centro Nazionale di Ricerca) se buscaba un modelo de escuela más democrática, abierta a la sociedad, y capaz de valorar las habilidades y talentos de los alumnos y alumnas, para que llegaran, con el tiempo, como decía Tonucci, a ser uno/a misma, y realizarse como persona. “La investigación como alternativa” fue el título de uno de los “Cuadernos de Corea”, nacidos de esta experiencia, que ponía patas arriba el modelo tradicional, verticalista y abstracto, de educación.
Eran los años en que el famoso libro “Carta a una profesora” de don Milani, del ‘67, había provocado un revuelo apuntando el dedo contra la discriminación silenciosa que existía en la escuela entre alumnos/as con padres cultos, y los hijos/as de trabajadores/as manuales, cuyas habilidades eran ignoradas en la escuela, a favor del lenguaje literario o matemático. Por eso, en la práctica, quien no era sabía utilizarlos con suficiente soltura, era destinado/a en futuro a permanecer excluido/a de los cargos públicos y a estar sujeto a algún patrón. Don Milani por eso fundó en Barbiana (Florencia) una escuela para los pobres que duraba ocho horas, para compensar sus desventajas en el conocimiento verbal y ayudarlos a defenderse en una sociedad clasista. Esto, a pesar de la reforma escolar que había instituido en ’63 la Escuela Media Única, garantizando a todos, niños y niñas, 8 años de escolaridad, en un intento de democratizar la educación. Sin embargo la metodología de enseñanza se mantenía vertical, (y por ende clasista) considerando los alumnos y alumnas como vasos por llenar, y en general no se favorecía ni la creatividad, ni la libre expresión de sus talentos.
En esos años de críticas y experimentos surgieron en Italia movimientos educativos más abiertos a la sociedad, como el MCE (Movimento de Cooperazione Educativa) y en este fermento Tonucci fue uno de los más animados defensores de una escuela que apreciara y estimulara la curiosidad del niño/a, haciendo de su naturaleza curiosa e investigativa el eje de la educación. La clase debía desarrollarse a partir de la experiencia, conocimientos, búsquedas, preguntas concretas de niños y niñas, y no marcada por una exposición abstracta y aburrida de un/a docente a un alumnado distraído.
Se debía y debe ofrecer un abanico de lenguajes, donde uno/a encuentre lo suyo. Por eso la escuela debe ser un lugar bello, donde se respira cultura, música, arte y se practican también habilidades manuales, se cultiva un huerto, se crían animales, o se reparan bicicletas. Donde se trabaja individualmente o en grupo, donde se estimulan motivaciones para investigar, donde se incentiva la lectura en voz alta (también es importante en casa), donde niños/as, chicos/as participan en establecer las reglas de convivencia. Sin olvidar el aspecto lúdico. Cuando está jugando con pasión, el niño/a pequeño/a puede llegar a olvidarse de ir al baño: la escuela debería saber recrear en él o ella esta pasión, haciéndole descubrir y practicar sus talentos especiales, que podrá llevar en la vida, con placer, compromiso y sacrificio, hasta la excelencia: sean los de un cocinero/a, de un técnico/a, de un o una filósofa. Paulo Coelho llamaría este proceso: vivir su leyenda personal.
Con la muerte de Franco, también el profesorado español se estaba interrogando como transformar el sistema educativo para que fuera más inclusivo, apostando a una educación para todos/as, sobre todo los últimos/as.
En ese momento, de casualidad, cuenta él mismo, Tonucci pasó por el país con su Cuaderno de Corea: “La investigación como alternativa”, que tuvo entre unos docentes una acogida tan favorable, que de ese momento España fue y sigue siendo uno de los principales destinos del pedagogo para la formación del profesorado y la publicación de libros y materiales didácticos.
En ’91 Tonucci experimentó en Fano, su ciudad natal en las Marcas, el proyecto “La cittá dei bambini” (la Ciudad de los Niños) que en los veinte años siguientes se difundió en 200 ciudades italianas, españolas o catalanas (ej. Granollers), y sobre todo latinoamericanas, como Rosario y Mar del Plata en Argentina. El proyecto partía de la consideración que las ciudades, con sus atascos de coches en las horas punta, la contaminación y los peligros del tráfico, se ha olvidado que la habitan también ancianos/as, niños y niñas, madres con sus bebés en cochecitos. En Italia hay 750 auto por mil habitantes, en la más sabia Holanda solo 300. Casi imposible, para los niños y niñas, jugar en las calles y patios, como recuerda Tonucci con cierta nostalgia de su infancia. En cambio jugarsin el control continuo de los adultos es sumamente provechoso para el niño/a, que puede experimentar autónomamente, vivir también pequeñas aventuras y riesgos, aprendiendo a superarlos y fortaleciéndose.
(Tampoco es bueno, agrega Tonucci, hacerlos/as crecer con la desconfianza hacia todo el mundo, por la existencia de pedófilos, que si bien miramos, según las estadísticas, se encuentran justamente entre familiares y conocidos).
De allí la idea, para humanizar las ciudades, de reconstruir espacios de juego y de paseo para niños /as y adultos, involucrando niños y niñas como asesores de los Ayuntamientos en la formulación de los respectivos planes. Por ejemplo, ¿por qué no debería ser posible por un niño o niña de primaria ir andando o en bici a su escuela de barrio? Para ello, se pueden activar colaboraciones con ancianos/as, comerciantes, otros niños y niñas mayores etc. Lo que se quiere favorecer en los niños y niñas es la autonomía y participación, para formarlos como futuros ciudadanos/as más conscientes. Consultar a los niños y niñas en las decisiones que a ellos y ellas se refieren es también respetar el artículo 12 de la (casi) ignorada Convención Internacional de los Derechos del Niño/a, firmada por los estados.
Hace veinte años, la idea de tomar niños y niñas como asesores de planes urbanísticos era considerada una verdadera locura, sin embargo muchas ciudades, como Bogotá y Medellín con el alcalde Fajardo, en Colombia, Rosario y Buenos Aires en Argentina, y últimamente Lima, en Perú (acogiendo también la metodología de la Ciudad de los Niños/as), están transformando barrios marginales y violentos en lugares más vivibles, con bibliotecas, ludotecas y jardines, involucrando más sujetos sociales en este proceso de renovación. Por otro lado, preocupaciones sanitarias y ambientales han llevado a ciudades como París a disminuir netamente el número de los que usan coche privado para ir al trabajo, prefiriendo transportes públicos, o bicyng.
¿Puede declararse “realizado” entonces, viviendo su “leyenda personal” como pedagogo, el señor Tonucci, después de haber dedicado cuarenta años de su vida a trasmitir ideas y métodos para una educación más justa para todos/as, a lo largo y ancho de dos continentes, a través de libros y de seminarios de formación para millares de personas (en Salta, Argentina, casi ganó al papa o una estrella rock con las presencia de 13.000 maestros en un seminario suyo de tres días), de haber recibido dos doctorados honoris causa, etc.? Preguntamos. “La verdad, de chico me consideraba nacido para hacer el pintor, (lo que hago en privado), pero el dibujo de viñetas ayuda a comunicar ideas de forma sencilla e inmediata, responde. “Y hay que seguir avanzando, a pesar de la escasez de los fondos públicos para la investigación”. Sí, los tiempos no son fáciles en este campo.
Tonucci sigue con el clásico look que tenía en sus inicios en la escuela de Corea: unos jeans todoterreno, acompañados por chaqueta y corbata en las ocasiones formales, (que no ve la hora de quitarse, confiesa), y una cara sonriente, con barba y pelo rizado. Crear, inventar, investigar, parece ser una buena receta también para seguir jóvenes a los setenta, con rizos blancos, mirada viva, y neuronas a mil.