OPINIÓN
El próximo sábado 24 de octubre participaré en las Jornadas El cáncer de mama un asunto feminista, coordinando un taller de “reflexión sobre experiencias de mujeres con cáncer de mama”. Eso me ha hecho cavilar sobre un tema que tengo más que aparcado, casi olvidado, pero que, a menudo, se empeñan en recordarme.
Nada es, todo se construye. Fue la primera idea que me vino a la hora de desarrollar el contenido de mi exposición. Decía Gerard Coll en otras jornadas sobre el tema* que “Nuestras vivencias están modeladas por el marco cultural en el que las vivimos, que condiciona las emociones que asociamos, los significados que damos, las palabras en que las expresamos…” y que éstas, “…no son neutrales, comprenden valores e ideologías, que son más invisiblescuanto más arraigados están”.
Hay toda una nefasta construcción social, en torno a esta enfermedad maldita, que se sostiene en la ocultación, el silencio y el estigma. De entrada, se elude hacer referencia a la palabra que la nombra para sustituirla por edulcorados eufemismos: “Sufre una larga enfermedad…” “Tiene unas celulitas que no deberían estar ahí” o “Tiene una neo”(que queda mucho más chic), son los más frecuentes. Eso cuando no se oculta directamente. En mi novela gráfica Alicia en un mundo real (Norma Ed. 2010) refiero cómo una supuesta amiga me informó del gran favor que me hizo cuando se encontró a dos amigos comunes y “no les dijo nada de lo mío”. Lo mío era un cáncer de mama y se supone que debía darle las gracias por tan generoso detalle. ¿Habría hecho lo mismo si “lo mío” hubiera sido un brazo roto? Su respuesta a esa pregunta fue: “¡Mujer, no es lo mismo!” cosa que yo ya sabía y que no aclara la ocultación. Tal vez, el meollo de la cuestión está en que la palabra cáncer se asocia a la muerte. En ese caso, también habría que evitar hablar de infarto, de embolia o de los accidentes de tráfico, que además de ser más mortales, en términos estadísticos, que el cáncer, implican responsabilidad.
Otro asunto que me llama la atención es el uso de metáforas bélicas. Se habla de “combatir el cáncer”, “enfrentarse a la enfermedad”, “librar una batalla”; se te dice que “tienes que luchar” y, si superas el periplo, que “eres una superviviente”. Esto me lleva a varias cavilaciones: En el resto de aspectos que te asaltan en tu vida cotidiana, por lo visto, no hay implicación guerrera. No libras una batalla contra la burocracia, por ejemplo, o contra el tráfico. No eres superviviente de una sociedad desequilibrada e injusta que te ataca cada día hasta el deseo de meterte en tu madriguera (sin tele, por supuesto) y no volver a salir de ella.Y si te mueres de esa enfermedad ¿qué eres? ¿una perdedora?. Entonces, lo eres también si te cae una maceta en la cabeza ¿no?. Esta claro que, si te toca despedirte por culpa del cáncer—porque algún día te toca y de algo hay que morir— no te dejarán hacerlo en paz. La metáfora que usé en el cómic (permitidme un poco de autobombo) fue la del viaje. Así entiendo la vida, como un viaje en el que hay turbulencias, desiertos, oasis, paraísos… Y, en cualquier caso,te toca librar una batalla continua no solo contra la enfermedad.
Lo que me resulta muy, pero que muy curioso es cómo, en esa construcción social del cáncer, se pasa de la ocultación a la hipervisibilidad. Ahí tenemos el encantador lacito rosa, las carreras solidarias, el lanzamiento de globos y toda la fraternal parafernalia en torno al cáncer de mama, que no se da en otros tipos de cáncer como el de colon, por ejemplo, cuya incidencia no es nada despreciable. Puro márquetin. El lazo solidario lo inventó una norteamericana llamada Charlotte Haley, era de color naranja y su intención concienciar sobre la necesidad de investigar en la prevención. Las empresas Estee Lauder y Self Magazine contactaron con ella porque querían hacer del lazo un símbolo. Charlotte se negó argumentando que la intención de estas marcas no era ayudar a las mujeres sino aumentar sus beneficios. Las potentes compañías consultaron con sus abogados y todo se arregló cambiando el color del lazo. Y ahí están, junto con otras tantas marcas, haciendo merchandising y vendiendo sus productos en nombre de la solidaridad. Antes de lucirlo en la solapa, pensemos a quién estamos haciendo el juego.
Preguntémonos,también, por qué no hay carreras solidarias por el cáncer de próstata. ¿Por qué no se publicita con un lazo color berenjena? (creo que es el único que queda libre). Los pechos son el símbolo de la feminidad, son la maternidad en esencia. ¿Qué pasa cuando la mujer, cuyo rol social establecido es el de ser cuidadora, no solo no puede cuidar sino que ha de ser cuidada? Y además no cumple los ideales estéticos. ¡Alerta! A eso hay que ponerle freno, sin embargo, una próstata más o menos poco amenaza el orden social. Por el bien de ese orden, la mujer tiene que dar visibilidad a su dolencia y, además, tomárselo con buen talante. Se pasa así de la ocultación a la presión de hacer público el asunto tanto si se quiere como si no mantener en la intimidad. Y de buen rollito ¿eh? Que lo que cuenta es la actitud positiva. Sobre todo, que no se note. Guárdate la desesperación, el miedo, la frustración; saca una sonrisa y ponte mona. Porque, a fin de cuentas —voilà otra creencia tan esotérica como extendida—, ese cáncer que te ha salido algo tendrá que ver con la visión negativa que tienes de la vida, con la mala leche que gastas y con no cuidarte, ¡que ya te lo decíamos, que no te cuidas nada! En definitiva, algo de culpa seguro que tienes.
El integrismo del pensamiento positivo te obliga, además de tragarte la rabia, a reconocer los incontables beneficios que te ha aportado y lo mucho que te ha enseñado la enfermedad. No sé ya cuántas veces he tenido que escuchar la necia afirmación: “Gracias a la enfermedad has podido escribir este libro”. No. Ni por asomo. He escrito ese libro a pesar de la enfermedad. Se lo diré de otra manera: la enfermedad no ha podido conmigo ni con mi creatividad ni con mi humor; el mérito es mío, no me lo quite, la heroína soy yo. No tengo nada que agradecerle a la enfermedad y no me ha enseñado nada que no supiera con anterioridad; lo único que, ha hecho, ha sido confirmarlo. Por ejemplo, que la desaparición de algunas amistades, bien por egoísmo bien por miedo, es uno de los daños colaterales. Pero, con sinceridad y nula modestia, no considero que las haya perdido, más bien creo que ellas me han perdido a mí.
Y ese mismo integrismo es el que nos obliga a estar guapas para una sociedad donde los valores estéticos son lo más. Durante el proceso, que no se note, para eso están las pelucas, los turbantes fashion, el maquillaje, los lápices pinta cejas y el colorete. Cuanto menos se te vea, más positiva es tu actitud. Y después de la intervención… ¡Ah, amiga, con los cánones de belleza hemos topado! Unos cánones que no son iguales en todos los lugares del mundo y que han ido cambiando a lo largo de la historia. Si en los 60 había que ser plana y de aspecto andrógino, entrado el año 2000 se nos exige exaltar la feminidad con una buena delantera. Y así, las mismas que un día se operaron las tetas para parecerse a Twiggy, ahora el regalan a sus hijas un aumento de pecho para su 18 cumpleaños (o incluso antes). En el libro, Alicia hace un amplio reportaje al respecto y acaba diciendo “Es una suerte que no seamos inmortales. ¡No quiero ni pensar la de veces que habríamos tenido que someter nuestro cuerpo a encogimientos y dilataciones ornamentales”. Con semejante tiranía de la estética, háganse una idea de lo que significa la mastectomía. Y qué representa para aquellos cuerpos que, de entrada, no son estándar. Una compañera de Ca la Dona, muy afín al movimiento trans, quiso extirpase el pecho sano en lugar de inflarse el mutilado y se encontró con que la Seguridad Social cubre la reconstrucción, pero en ningún caso la “mutilación”. ¡Manda narices! O tienes el cuerpo que te exige el canon o te lo pagas tú si encuentras un cirujano o cirujana que se avenga a tal demanda, y os aseguro que no es fácil. Preguntaba Coll* con su agudeza habitual: “Pero ¿de quién son los pechos? ¿De la mujer? ¿Del hombre al que ha de gustar? ¿De los hijos a quienes alimenta? ¿Del equipo médico?” Modestamente, respondería que son de ella, pero, visto el panorama, no me queda tan claro.En cualquier caso, hay que reconstruirse, solucionar el “problema” estético. Y ante esto, solo puedo recordar la reflexión de Audre Lorde: “Sugerir la reconstrucción para superar el cáncer de mama es como decir que las negras, para superar el racismo, deben de ser blancas”. Sin comentarios.
Esa maldita enfermedad no nombrada cáncer de mama es mucho más controvertida socialmente de lo que se pudiera imaginar. Envuelve a la mujer en un marco de culpabilidad. Es más fácil responsabilizarla a ella del control médico, la alimentación sana, el ejercicio físico y todo aquello que debe hacer para que no le pille el cáncer; es más fácil el encarnizamiento terapéutico que estudiar los factores que lo provocan.
Decía la Dra. Carme Valls* que “el cáncer de mama se incrementa en la sociedad industrial a partir de 1945 cuando se comercializó el DDT”, que el tipo de parabenos encontrados en los tumores de mama indican su procedencia, a través de la piel, por el uso de desodorantes, cremas o sprays en la axila. Y mencionó otros factores que pueden provocarlo, como la exposición a químicos y campos electromagnéticos o el estrés físico y mental. Sin embargo, se emplean muchos más medios y esfuerzos en la detección que en la prevención y, de nuevo, la responsabilidad es tuya. La Dra. Julia Ojuel*, con sufina ironía, ponía un colofón diciendo que “la manera de combatir el cáncer es la mamografía, si no te la haces, tú te lo has buscado”. Esa es la idea que se nos transmite. Y ahí nos tienes a todas dejándonos chafar las tetas, para descubrir algún bultito que, en muchas ocasiones, ni siquiera requeriría ser tratado, pero ante la duda, el miedo y el engranaje sanitario, no te queda otra que someterte. Me gustaría saber qué pasaría si para detectar el cáncer de próstata tuvieran que chafarles los cojoncillos a los señores.
En semejante marco social, no sorprende que aparezca el estigma. Y para compensar, tampoco sorprende que aparezcan almas caritativas que con su saber y su infinito paternalismo quieran “ayudar a los colectivos más desfavorecidos”. De esta guisa se me presentó una asociación barcelonesa para que colaborara en un estudio sobre lesbianas y cáncer. Como si ser lesbiana te enmarcara ya en un colectivo. Y, muy amablemente, me enseñaron resultados de otros estudios similares realizados en prestigiosas universidades norteamericanas o, tal vez, anglosajonas, poco importa porque lo que demostraron me heló la sangre. Está comprobado —siempre según esos estudios— que las lesbianas tienen una tendencia innata al sedentarismo, el alcoholismo, la obesidad y no se cuántos factores más productores de cáncer en sí mismos. A ver, pongamos un poco de orden: ser lesbiana es una opción afectiva y sexual, no engloba ni un carácter ni una forma de vida ni una ideología ni nada. Hay lesbianas gordas y flacas, de derechas y de izquierdas, urbanitas y rurales… Y, a lo mejor, antes de empeñarse en ayudarlas “a todas”en bloque habría que preguntarles si quieren que papá y mamá ciencia se vuelquen en ellas para ofrecer una ayuda que me parece muy poco práctica. Menos estadística barata y más esfuerzos en prevención es lo que hace falta.
Por último, se somete a la mujer a un infantilismo exacerbado. La idea —y en eso ayuda el savoir faire del médico o medica a la hora de transmitir la información—, es que no entiendes el conocimiento médico, no puedes llegar a él; que lo que te dicen va a misa y, por lo tanto, no puedes opinar o pensar y, mucho menos, decidir no hacer o hacer otra cosa que lo que te mandan, porque el conocimiento médico es infalible y no cambia a través de los tiempos y avances científicos, así que ni se te ocurra cuestionarlo. Y menos tú que eres una niña… perdón, una paciente incapacitada debido al miedo.
Hay mucho más, podría seguir con el tema de las farmacéuticas, con la falsedad de las estadísticas, con el tratamiento in-humano en temas de oncología, con la falta de tacto de algunas i algunos facultativos, con la presión social ante la obligatoriedad de los tratamientos o con lo pesadas que se ponen algunas amistades proyectando en ti sus propias angustias. Prefiero acabar con una demanda reiterada: más prevención, más esfuerzos en saber por qué ocurre que en “curar”, aunque entiendo que es mucho más lucrativo para la industria farmacéutica (¡ya está, se me escapó, cachis!); y con una nota de humor: Encontré en Internet una viñeta en la que aparece el dibujo de un señor con el pene recostado en una camilla y un cuchillo en la mano, detrás está Angelina Jolie publicitando el lema: “Haz como yo”.
* Gran parte de la información expuesta en este artículo ha sido extraída del Simposi “El càncer de mama des d’una perspectiva feminista” que tuvo lugar en el Espai Francesca Bonnemaison el 29 de abril de 2015, al que asistí y, por primera vez, me sentí representada en todo lo que se dijo sobre el tema.
En este enlace encontraréis las grabaciones de la jornada.