La periodista Rosa Solbes, autora de este parlamento
Gracias a las instituciones, entidades y personas que han considerado que valía la pena que mi nombre acompañara al de Albert Sánchez-Pantoja, y que se añadiera a la ya larga lista de “homenots” y todavía pocas “donotes” que tanto han trabajado por el País y su gente. Siempre he mantenido que las personas premiadas han sido muy bien escogidas y por tanto…no voy a decir ahora lo contrario.
No quiero dejar de dedicar el galardón, obviamente a la familia, pero también a tantos y tantas colegas que injustamente se han visto expulsadas de sus trabajos, haciendo tanta falta como hacen.
Muchas gracias también a todo el público: amigas y amigos. Y naturalmente, a Emilia, a la que solo quiero advertir que no estoy segura de que nuestra larga, sincera y firme amistad, aguante el peso de otro panegírico.
Y ahora, claro, toca decir alguna cosa.
Nos encontramos en uno de los momentos más complicados, no solo desde el punto de vista social o económico, sino que se tambalea también la propia esencia de los derechos y libertades. Y lo que se adivina a corto término es, en todos los aspectos, una clara regresión hacia el franquismo, el nacional-catolicismo y el sección- femeninismo, tan lejos del feminismo que necesitamos.
En el ámbito de la comunicación, la última embestida consiste en que se pretende incluir en la Ley de Enjuiciamiento Criminal repercusiones graves contra periodistas que informen de asuntos sometidos al secreto de sumario. Si consideramos que en los juzgados hay en estos momentos casi 2.000 casos de corrupción (y aumentando), 140 en los valencianos, y que muchos han sido destapados por trabajos periodísticos…aún resultará que los medios de comunicación van a tener que limitarse a los crucigramas y la previsión meteorológica…porque también la deportiva (negocios del fútbol, ciclismo, fórmula 1, regatas, y algunos fantasmagóricos eventos) acumula ya unas cuantas investigaciones judiciales.
Las organizaciones profesionales, como la Unió de Periodistes y la FAPE, han reaccionado contra los intentos de censura, pero ya veremos en qué queda el disparate. Mientras tanto, un buen puñado de periodistas que han trabajado para sacar a la luz tanta porquería, ahora están en paro. Paradojas de las decisiones empresariales, que castigan sin justicia ni piedad a quienes no han tenido ninguna culpa de su mala gestión.
Amenazas como esta pretendida modificación legal nos hacen recordar mucho a Vicent Ventura, aquel maestro que hizo del periodismo un ejercicio de ciudadanía, que optó por la incómoda estrategia de estirar la cuerda al máximo en sus actividades políticas, en sus artículos, en sus iniciativas cívicas. Tuve la suerte de coincidir con el maestro Ventura en algunas, y de dejarme meter en aquellas aventuras (obviamente nada rentables) siempre a través de Juan Pérez Benlloch. Es (fue) nuestra especialidad: hacer negocio. Así, La Marina, Dos y Dos…que cerraron. Pero también compartimos páginas en la sempiterna Valencia Fruits, cuyo director Martí Domínguez ejercía de super-maestro al tiempo que de yayo amable y contador de historias tan interesantes a un puñado de principiantes: la misma Emilia, Marisa del Romero, Anna Senent…Y Ventura, que nos hacía llegar sus escritos, o se nos aparecía de vez en cuando con aquellos largos y más que razonados y didácticos artículos sobre la realidad económica valenciana y las aspiraciones y perspectivas de integración en una Europa que también ha terminado raptada, ya no por los mercaderes sino incluso por los especuladores.
Ahora parece obligado preguntarse qué habría dicho Vicent de las nuevas tecnologías aplicadas al periodismo, cuando entonces trabajábamos en redacciones en las que los más veteranos aún escribían con estilográfica. Porque la técnica, como el lenguaje, nunca es neutral: llega cargada de ideología e internet ya está plenamente integrada en el sistema mediático. Permitidme citar las palabras, al recibir el Honoris Causa por la Universidad de Valencia, de otro maestro: Iñaki Gabilondo. Dice que las nuevas tecnologías “han colocado al borde del abismo el modelo de negocio en el que históricamente se sustentaba. Esta doble sacudida está teniendo repercusiones económicas muy graves, como es sabido. Pero, aunque esto es menos sabido, está afectando también a la sustancia misma de la comunicación, desde el momento en que toda la energía de las empresas, y casi toda la creatividad de sus directivos, están dirigidas obsesivamente a intentar cuadrar las cuentas. La consecuencia paradójica es que los medios se pasan el día contando, contando números, anunciantes, espectadores, lectores, oyentes, pero apenas tienen tiempo para pensar en qué hay que contar, y por qué, y cómo”.
Y claro, la revolución copernicana consiste en que ya tenemos más internautas que personas leyendo los diarios, semanarios, escuchando la radio o mirando la televisión por medios tradicionales. Como ya advertía Ignacio Ramonet hace más de una década, de pronto la información es gratuita en Internet. “Y si la información se ofrece gratuitamente, ¿por qué razón los dueños de los media van a correr con muchos gastos para obtenerla? Ya no desean pagar demasiado por un producto que van a ofrecer gratis o a precio de saldo. Por esta razón, se conforman cada vez más con una información devaluada, cuya calidad no ha dejado de degradarse de forma generalizada”.
Una de las consecuencias disparatadas tanto en los medios públicos como en los privados es el trágico recorte de las plantillas, que no solo afecta a las vidas profesionales o personales, sino también a la calidad del producto comunicativo. Cero responsables, también en este caso, en la cúspide de las empresas. Y poda arbitraria en las bases, tan injusta como sectaria principalmente en los medios públicos que hemos permitido sean groseramente manejados en base a consignas partidistas, y que se hayan transformado en oficinas de colocación y cuerno de la abundancia. Porque aquí, no es solo que algunas radiotelevisiones públicas (como la que dicen que es “La Nostra”) han atado a los perros con longanizas; es que hemos dejado que los chorizos se sentaran en la mesa principal del festín. Y claro, han robado e incluso violado, y queda por ver si todavía no se saldrán de rositas. Carroña, que diagnosticó en último galardonado, el estimado Mere Miquel Campos.
Volviendo a internet, no confundamos comunicación con periodismo. Y no quiero decir que la Red no esté ofreciendo posibilidades interesantes. De hecho, en esta llamada segunda transición del periodismo digital, encontramos ya medios muy dignos que no han requerido grandes inversiones. Y hemos de saludar con gozo estas webs que mantienen unos altos estandars de calidad y se basan en el slow journalism , una manera de investigar (a veces investigaciones transnacionales) que se alimenta de la savia nueva de jóvenes nativos y nativas digitales. En el caso valenciano, y principalmente en Catalunya, han surgido y se han consolidado algunos medios que tienen la lengua propia como vehículo natural, algo que no hicieron ni siquiera las publicaciones progresistas de la transición, ya que la primera obligación era tratar de sobrevivir el mayor tiempo posible. En aquellos momentos de analfabetismo generalizado (empezando por las propias redacciones) la necesidad de que aquellos papeles fueran vendidos y leídos podía resultar una explicación aceptable. Ahora, décadas después del valenciano en la escuela, la renuncia a la lengua por parte de los medios no tiene ninguna justificación, aunque sí una explicación: nuestra dieta mediática básica viene establecida por empresas ajenas al territorio y las autoridades del País no han tenido ningún interés en apoyar una necesidad tan obvia como es el uso del valenciano en los medios de comunicación de masas.
Puede que alguna cosa haya hecho bien mi generación, aunque no resulte tanto un mérito propio como una consecuencia de la biología y el calendario. Me explico: haber nacido en los años 50 quiere decir haber iniciado el camino profesional en los 70, unos años en los que pasaban muchas cosas y aparecían tantas personas dignas de ser escuchadas y relatadas. Recuerdo, al acabar el bachillerato y comunicar en casa que quería ser periodista, que recibí la misma respuesta que aquel dibujo de Forges cuando el padre le decía al joven: allá tu. Yo le expliqué a mi gente que algún día habría de morirse Franco, y que era preciso prepararse. Lo que ocurrió después ya es historia conocida.
En efecto, el final de la dictadura supuso el principio de los tiempos interesantes, y por tanto inauguraba una etapa de buen periodismo de investigación y opinión, de un periodismo “de rescate”, crítico y relativamente libre. De un periodismo puede que de novatos y novatas, muy autodidacta, pero que establecía unos lazos de complicidad con la sociedad y los partidos, porque sabíamos de solo en libertad se puede ejercer este oficio, y que no se puede hablar de democracia sin libre flujo de información.
Así, nacían y cerraban publicaciones al calor y al frío de la transición, y ahora no se puede negar el importante papel que tuvieron los medios democráticos en la recuperación de la libertad. Eran publicaciones modestas y defectuosas, que costaron dinero a sus promotores, pero sobre las que ahora se arman tesis electorales porque han hecho Historia. Y está claro que detrás de cada noticia, de cada reportaje, de cada entrevista, había profesionales que se la jugaban por investigar, preguntar, fotografiar; personas con sus necesidades, sus miedos y sus atrevimientos; periodistas que, además de ganarnos la vida, estábamos convencidos y convencidas de que nuestro papel instrumental era importante, pero también de que la población era la depositaria del derecho de informar, de saber y de estar informada.
Que se me entienda. No estoy hablando de heroicidades, ni grandes ni pequeñas. Heroicidades son las de Anna Politowskaya, Roberto Saviano, Lydia Cacho…Estoy diciendo que hicimos lo que teníamos que hacer, así de simple.
Por tanto, no encuentro por ninguna parte la virtud, y sí el privilegio de haber podido hacer periodismo en aquellos momentos en que todo estaba por recordar y contar, en que tantas personas importantes que permanecían ignoradas debían ser redescubiertas, fotografiadas, entrevistadas…En que tantas causas escondidas, pero fundamentales, urgentes y justas, como la de los derechos de las mujeres (que siempre me ha motivado especialmente), exigían un espacio comunicativo y de debate, un eco informativo.
En definitiva: alguien lo tenía que hacer, que le dijo a Adolf Beltrán Vicent Ventura. Aquel hombre demasiado honrado, demasiado sincero; aquel ciudadano, en el más amplio sentido de la palabra, al que todavía hay que reivindicar más y más. Recibir el galardón que lleva su nombre, y otorgado por instituciones y entidades a las que tanto respeto, es todo un honor.
2 de mayo, Valencia