OPINIÓN
Como ya no creo en la razón, tiendo a pensar que se ha expandido en la atmósfera un virus, polvillo, esencia o fragancia que afecta a las neuronas impidiendo pensar.
No de otra manera se puede entender que universalmente se haya instalado en menos de 5 años la idea de que el sexo biológico no existe, o si existe es irrelevante, o directamente un invento del lenguaje (Butler dixit). Que cada uno pueda decidir qué ser, si hombre, mujer o alienígena. Que el cuerpo material no tenga nada que decir sobre el lugar que ocupamos en la sociedad, y que todo se haya trasladado a la “esencia interior”, desde donde se proyecta la luz del auténtico yo. Que la realidad se fabrique según los deseos de cada cual, y que además estos deseos no puedan ser cuestionados por nadie bajo pena de exclusión herética o de cuantiosa multa. No sé qué es peor.
Que los transactivistas defiendan sus delirios a capa y espada lo puedo hasta entender; ya me cuesta un poco más comprender cómo tantas periodistas de relumbrón, tanto intelectual charlatán, tanto político vende humo y tanto alto funcionariado pegasellos haya aceptado verdades reveladas, totalmente alejadas de la ciencia o el empirismo más elemental.
Pero lo que ya me deja totalmente estupefacta, atónica y ojiplática es que hasta el mismísimo Consejo General del Poder Judicial haya comprado el discurso trans y ahora divida a las mujeres entre las trans y las no trans. Según la sabia reflexión de nuestro más alto organismo de la judicatura (bueno, no sé si es el más alto o el mediano, en todo caso alto está en la pirámide judicial), y según he podido leer en su Informe sobre el anteproyecto de Ley Trans, no solo no cuestiona la autodeterminación de sexo, sino que se abona a la idea de que ya no hay hombres o mujeres, ese binarismo tan arcaico, sino que ahora ha sido sustituido por el binarismo trans, no-trans. Sí, es verdad que pone de relieve que el proyecto de ley tiene “algunos aspectos oscuros”, y destaca la preocupación por la insuficiente protección de los menores a los que se aboca a la hormonación, o la injusticia que podría representar la participación de las mujeres trans en el deporte femenino frente a las no trans. Pero llegar a esas conclusiones lo puede hacer hasta una criatura de primaria, no hace falta ser juez.
Que las universidades, judicatura, colegios médicos y profesionales, partidos políticos, sindicatos, multinacionales y la administración en pleno haya comprado ese discurso sin someterlo al más mínimo análisis racional es, como diría Tirant lo Blanch, digno de admirar. Una de dos: o la mayoría de las personas que forman parte de las élites sociales creen que ese debate es un tema menor que solo preocupa a cuatro feministas trasnochadas o realmente han respirado el virus de la ignorancia y la sinrazón.
O peor aún, han vislumbrado el poder subversivo del feminismo real y su capacidad para transformar el mundo y están haciendo todo lo posible para dinamitarlo. Apoyando una ideología oscurantista y retrógrada disfrazada de transgresión acabaremos con ese movimiento que pretende que las mujeres se salgan con la suya imponiendo las leyes de la sensatez y de la razón. ¡Muera la inteligencia! ¡Viva el pensamiento medieval!
Repitamos todos a coro: No se nace ni hombre ni mujer, pero sí se nace trans.