“Nana”, “empleada doméstica”, “chacha”. Cada una de estas palabras viene cargada de toda la intención que se le ha querido dar desde el inicio de nuestras historias. En la mayoría de países, el servicio doméstico no tiene absolutamente nada que ver con otro tipo de relaciones laborales donde existen deberes y derechos compartidos entre contratantes y contratadas.
Ser empleada doméstica, y más aun, empleada “puertas adentro” expone a la pérdida de todas las libertades: al espacio propio, a vivir bajo sus propias normas, a ver a sus seres queridos, al ocio, a una jornada laboral con un máximo legal de horas, a vacaciones (y pagadas), a jubilación, a una retribución acorde a experiencia, logros y años de servicio, a indemnizaciones, etc.
En los últimos años, muchas mujeres se han educado y han comenzado a trabajar remuneradamente fuera de sus casas con largas jornadas laborales. Sus compañeros varones, difícilmente asumen la co-responsabilidad en el trabajo doméstico, por lo tanto este trabajo necesariamente debe hacerlo otra mujer más pobre, y en los últimos años, migrante. Todo esto se enmarca en la ausencia de políticas públicas universales de cuidado o asistencia sanitaria, puesto que el Estado chileno deja la responsabilidad en manos del capitalismo salvaje impuesto desde los años de dictadura pinochetista, sin velar por los derechos de las personas, sean nacionales o no.
El desprecio al servicio doméstico es un sine qua non histórico en las casas de las clases medias y ricas que pueden mantenerlas y pagarles en sociedades donde las personas rara vez tienen conciencia de sus derechos y no sólo de sus deberes. Uno de esos países es Chile.
Esta situación de las “nanas” y sobretodo de aquellas que hacen el “puertas adentro”, comenzó ya en la época colonial, cuando las mujeres mapuches eran obligadas a abandonar sus pueblos y hogares, para ir a servir en calidad de esclavas a las casas de los recién llegados españoles. De ahí el acento chileno cuando suenan juntas la “TR” o la “CH”: herencia de las nanas mapuches que criaron a la progenie de la nueva chilenidad.
La herencia de sumisión se traspasó a las nanas criollas por cientos de años. Hasta que algunas de ellas se han revelado.
Felicita Pinto, una mujer que a sus 57 años comenzó esta “rebelión en el condominio”, que fácilmente podría ser una obra orweliana al decidir que no quería coger el autobús obligatorio para dirigirse a su trabajo, obligación establecida en el “protocolo de acceso” del condominio “El Algarrobal II” de Chicureo, que sólo hace unos 15 años era un poblado rural, 40 kilómetros al norte de Santiago.
El miedo de los ricos por tener demasiado
Hoy, Chicureo es un conjunto complejos residenciales, la mayoría de lujo. Cuenta con sus propias escuelas particulares, de las más caras de este país, una filial de una exclusiva clínica privada y una carretera que conecta el pueblo con otros barrios ricos de la ciudad sin tener que atravesar por sectores pobres ni de clase media.
En “El Algarrobal II” las empleadas domésticas (o nanas), mozos, jardineros, obreros de la construcción y limpiadores de piscinas tienen estrictamente prohibido caminar por las calles para evitar (por protocolo) que “cometan robos o entreguen información relevante acerca de la privacidad de otros vecinos del condominio mientras se dirijan a la casa donde dicen trabajar”, según un correo electrónico que la administración del condominio le envió al empleador de Felicita hace poco mas de un año. De esta manera, el personal de servicio está obligado a tomar este transporte por el cual hasta el 2 de enero tenían que pagar 60 centavos de dólar por cada viaje. Este cobro fue suspendido tras salir a luz pública este caso de clara vulneración a varios de los derechos fundamentales de las personas.
Pero esto es sólo una muestra, un botón de la realidad de las personas que trabajan en este sector en america latina. En el sur de Lima, las empleadas domésticas no pueden bañarse en el mar hasta que sus “patrones” hayan salido del agua. En algunos restaurantes de Ciudad de México tienen prohibido sentarse a la mesa con sus empleadores.
En Chile, el trato discriminatorio que acusa Felicita Pinto causó un escándalo de proporciones tales, que agitó las redes sociales, llenó páginas en la prensa escrita y ocupó largos espacios en televisoras y radios. El efecto generado por las redes sociales ha sido crucial y se podría asegurar que no existe otra causa, pues este moderno país es el sexto con menor libertad de prensa en Sudamérica y se posiciona por detrás de países como Costa Rica y Argentina, cayendo del puesto 33 al 80, según datos entregados hace un par de días por Reporteros Sin Fronteras.
El malestar sigue y consigue sus primeros frutos
El apoyo de estudiantes y de las redes sociales ha sido decisivo. A traves de Facebook se ha convocado a una marcha pacífica en apoyo de las nanas. Hoy, cerca de 4 mil personas se adhieren a un evento que a las dos horas de crearse ya contaba con 2.000 personas dispuestas a aparticipar.
El Sindicato de Trabajadoras de Casas Particulares presentó un recurso de protección, acogido el 5 de enero por una sala de la Corte de Apelaciones, que ordenó suspender el reglamento, que también obliga a las empleadas domésticas a vestir delantal de nana o a usar “uniforme que las identifique como tales” dentro del condominio.
Dos recursos de protección presentados en un año por el empleador de Pinto fueron rechazados por otra sala de la misma corte, uno en abril y el 13 de enero de este año. En el primero, el tribunal consideró que la administración no incurrió “en actos ilegales o arbitrarios”, pues las prohibiciones fueron acordadas por la mayoría de los residentes.
Puede que esta cruzada se vaya apagando poco a poco y quede en el cajón de-sastre de los medios, a la hora de cubrir una movilización social de estas características, pero las personas que hacen parte de ella -en especial la juventud- mirarán con otros ojos, los del respeto a sus iguales, a las nanas, a esas madres postizas que tantas horas de entrega invisibilizada han gastado en gran parte de la sociedad chilena y en otras, postergando a los suyos y a si mismas.