OPINIÓN
El pasado ocho de marzo pudimos comprobar cómo de vivo está el movimiento feminista en el Estado Español. De nuevo se llenaron las plazas y las calles de mujeres y hombres en las diferentes manifestaciones y concentraciones que se organizaron.
La segunda huelga feminista de nuestra historia había vuelto a ser un éxito que, incluso, superó a la primera. Vivimos “in situ” la alegría e incluso la ilusión de participar en dicha huelga de la forma en que cada persona consideró oportuna pero siempre con posiciones constructivas para superar las desigualdades todavía existentes entre mujeres y hombres.
Salimos a las calles a denunciar los motivos por los cuales se nos sigue asesinando y maltratando por ser mujeres.
Al cabo de unos días tomando café con un gran amigo me comentaba que, las mujeres, en casi todo vemos violencias machistas. Y él interpretaba como violencia algo relacionado con la violencia explícita y no acababa de entender todas esas violencias ocultas y micro machismos que cotidianamente vivimos las mujeres. Le expliqué algunas cosas pero no me quedé convencida de que las entendiera del todo. Y no por falta de voluntad, más bien por falta de referentes. Sencillamente porque esa realidad no es “su realidad”. Él, ellos no viven esas situaciones y por tanto no las acaban de entender.
Cuando con la mejor de sus intenciones me decía, “no lo entiendo” y le proponía el ejemplo de que imaginara la situación inversa, o sea que en lugar de ser una mujer la víctima de un micro machismo o una agresión verbal callejera fuera un hombre, me respondía que eso no pasaba o pasaba muy poco. ahí comenzó a darse cuenta de lo que le intentaba explicar.
Este amigo, comenzó a entender la necesidad de denunciar estos aspectos, de ponerles nombre, de decir basta. En definitiva, comenzó a entender la necesidad del feminismo para cambiar las cosas.
Porque el feminismo es, en sí mismo, radical porque pretende erradicar las desigualdades y las violencias machistas desde la raíz.
Es incómodo, porque pone sobre la mesa los privilegios patriarcales y eso no gusta.
Es anti sistema porque cuestiona el actual sistema patriarcal con mandatos de dominación y sumisión dependiendo del sexo con el que hayamos nacido o reconocido.
Y todas estas características y alguna más como el hecho de ser inclusivo, puesto que cabemos todas las personas que nos sentimos feministas, hace del feminismo un movimiento revolucionario incluso para quienes lo niegan, porque les resulta molesto.
Si nos fijamos un momento en los grandes problemas que afectan a las mujeres en pleno siglo XXI, observamos cómo la pobreza sigue teniendo rostro de mujer, como somos la materia prima sobre la que se construyen grandes fortunas de la prostitución, de la trata de mujeres y criaturas y de los vientres de alquiler. Y detrás de todos esos negocios hay redes formadas mayoritariamente por hombres que en bases a sus DESEOS no tiene ningún escrúpulo en comprar, vender, capturar, secuestrar, utilizar, despreciar, empobrecer, envilecer a mujeres en situaciones de vulnerabilidad económica, llevándolas incluso a empeorar esas situación.
Esa función de denuncia de estas situaciones hace del feminismo un arma potente para mostrar esas miserias al mundo y denunciarlas señalando con el dedo las causas y consecuencias de estas prácticas.
Con la fuerza que dimos y recogimos el pasado ocho de marzo hemos de continuar adelante seguir haciendo pedagogía cotidianamente y en todos los espacios públicos y privados porque esta revolución llamada feminismo siga expandiéndose y multiplicando sus fuerzas para cambiar este sistema opresor por otro más equitativo y justo.