jueves 28 marzo 2024

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Maestra Santiaguera crea marca de conservas

 

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Luego de jubilarse con 42 años de servicio como educadora de personas con discapacidad, Rosa La Rosa Echevarría acaba de estrenar su propia marca de alimentos en conserva: Maroja.

Parecería inverosímil si se visita la cocina diminuta de su apartamento, a cuatro pisos del suelo, en uno de los modestos barrios obreros de esta ciudad oriental, ubicada a más de 700 kilómetros de La Habana, donde desde hace más de una década ensaya recetas de cocina para prolongar el estado de los alimentos con los más diversos métodos.

Sin embargo, en las noches las manos escuálidas de esta cubana se reproducen y la pequeña meseta y cocina de dos hornillas, quedan impolutas para preparar artesanalmente encurtidos, condimentos secos o jugos que pueden durar hasta tres años.

Cerveza de jengibre, 16 tipos de zumos, vegetales salteados, guisantes, quimbombó, frutos secos y mostaza de cúrcuma, mango verde o zanahoria son algunas de las más de 40 especialidades del sello Maroja, recomendado sobre todo porque no lleva aditivos químicos ni excesos de sal, ácido o azúcar.

Rosa Echevarria también hace vinagre, vino seco, licores, sazón completo, viandas y coco deshidratados, aceitunas, ciruelas, dulces, mermeladas y remedios medicinales, como su popular jarabe de cañadonga.

“Utilizo todo lo que tenga a mano”, aclara a SEMlac, mientras sella al vapor varios pomos con ajíes encurtidos.

 

“Dejar para que otro encuentre”

Hija de campesinos y nacida al pie de la Sierra Maestra, principal macizo montañoso de Cuba, aprendió desde niña a conservar lo que tenía la familia.

Su padre quería que estudiara medicina, pero se hizo maestra a inicios de la década del sesenta y fue superándose hasta convertirse en defectóloga, logopeda y alcanzar el grado de Máster en Ciencias de la Educación.

En 1999 encontró la convocatoria al primer curso de conservación de alimentos impartido en el Centro Cristiano de Servicio y Capacitación “Bartolomé G. Lavastida” (CCSC- BG Lavastida), de Santiago de Cuba, y desde entonces inició un nuevo camino como productora de conservas, a medida que se especializó en otras capacitaciones.

“Solo sabía guardar los pepinos en vinagre y hacer dulces en almíbar para el consumo doméstico. Pero, cuando conocí la variedad de técnicas de conservación que existen, me motivé a estudiar las características de los alimentos”, recuerda la trabajadora por cuenta propia.

“Cuando empecé, aún trabajaba en la escuela y mi esposo pensó que estaba loca porque era mucho para una sola persona. Después que él vio el resultado, pasó el curso también”, agrega.

Como asociada de la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) 16 de abril, La Rosa obtiene de allí las materias primas.

“Trabajamos con vegetales y frutas lo más orgánicos posibles y para eso visitamos las fincas que me venden sus productos, para evaluar cómo los cosechan”, asegura.

Como siempre ha querido “dejar para que otro encuentre”, transmite lo aprendido en los cursos a otras personas, lo mismo en su casa, en eventos o en los espacios coordinados para este fin por la Federación de Mujeres Cubanas.

También socializa lo que sabe desde la emisora provincial CMKC, donde mantiene el programa en vivo “En concierto informativo” todos los miércoles, para hablar sobre patologías, dieta y alimentación saludable.

“Cuando uno nace maestro, lo que quiere es enseñar, y yo nací así”, reconoce.

Útiles fueron sus conocimientos cuando en 2010 el huracán Sandy arrasó Santiago de Cuba y faltó la electricidad. Rosa reunió a los vecinos y, rápidamente, les mostró técnicas elementales para conservar la comida, además de compartir sus almacenes con los más necesitados.

Fue por entonces que pensó en registrar sus productos como una marca frente al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medioambiente, un proceso prolongado de evaluación y verificaciones sanitarias que debe repetir cada cinco años.

A inicios de 2014 recibió la aprobación oficial para definir su trabajo con Maroja, que implica el diseño de cada etiqueta con la información nutricional del producto y la aclaración de que no contiene químicos.

“Pretendemos hacer un catálogo para que las personas sepan las propiedades de lo que les vamos a vender y sus beneficios para la salud”, adelanta.

 

Una rutina de familia

Después de fregar los platos de la última comida, comienza para esta cubana la jornada de trabajo en las conservas, en la cual participan su esposo Armando Pérez y su hija María de Jesús, estudiante de quinto año de medicina.

“Ellos me ayudan a picar los alimentos, que es el primer paso, y a lavar los pomos para esterilizarlos. Cuando nos traen la mercancía, empezamos a elaborarlos inmediatamente porque hay productos que no se pueden dejar para el otro día y por lo primero que velamos es la calidad”, describe.

Después de preparar los alimentos según la técnica de conservación que esté utilizando, sella los pomos y los pone a refrescar para etiquetarlos al otro día.

“Generalmente no elaboro un solo producto, sino entre 10 o 15 pomos a la vez, porque tengo que economizar el gas o la corriente que utilizo”.

Según La Rosa, su capacidad productiva pudiera llegar a 300 o 400 productos por mes, si lograra suministros regulares y una fuente estable de recipientes de cristal. De lograrlo, planea contratar a alguien más que contribuya en la cocina o se encargue de las ventas.

Los ingresos familiares han crecido significativamente desde que se dedica a este oficio y los administran en un fondo común que se utiliza según las necesidades de cada miembro, indica esta cubana.

“Vivimos un poco más desahogados que cuando solo teníamos un salario estatal. Paseamos más, nos damos algún gusto y compramos algunos efectos eléctricos para la casa, además de ayudar a mis padres, que son muy ancianos”, refiere.

Aparte, dejan el dinero para la inversión en la materia prima y otro tanto para ahorros con los que seguir creciendo.

 

Sueños por llegar

El principal conflicto para expandirse sigue siendo la falta de espacio en el que procesar sus producciones.

“Tenía proyectada formar una minindustria en una caballería de tierra en las afueras de la ciudad, que permuté con parte de la finca de mis padres hace tres años, pero el ciclón Sandy la destruyó y derribó la casa con todo lo que tenía dentro. Solo una puerta quedó ilesa”, recuerda.

El desastre la desanimó, pero por poco tiempo. Con alguna ayuda estatal y de las personas de la iglesia cristiana a donde asiste, la educadora va levantando la casa y quiere formar un taller para ocupar a personas con problemas de comprensión, “que casi nunca encuentran trabajo”.

La finca le garantizaría además el autoabastecimiento de insumos completamente orgánicos.

Aunque comercializa en la tienda de artículos medicinales ubicada en el Boulevard de Santiago, en ferias que organiza la cooperativa, eventos y en su propia casa, Rosa quisiera distinguirse, sobre todo, por la enseñanza.

Sostiene que, si volviera a nacer, elegiría nuevamente educar a niños y niñas con discapacidad porque necesitan más amor, debido a la marginación social que padecen.

“He sido madre sustituta de tres niños con estas características. Una de ellas, con 29 años, se acaba de casar con alguien en su misma condición y, aunque está en el hogar, la saco todos los fines de semana”, ratifica.

A sus 60 años, la antigua directora del Departamento de Música en el Centro Médico Pedagógico de Santiago tiene en su mira no pocos ideales: crecer en el negocio de las conservas, poner a producir la finca, seguir enseñando e innovar recetas con las propiedades medicinales de los alimentos.

También anima a su hija a especializarse en la nutrición, porque “a alguien hay que heredarle lo que hemos hecho”, asegura.

 

 

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Amada Santos

Amada Santos

Fotoperiodista i Socióloga. Activista Feminista, Defensora DDHH i Cooperant. Presidenta de la XIDPIC.Cat. Co-coordinadora i Editora de La Independent. Coordinadora Internacional a la RIPVG
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