sábado 07 diciembre 2024

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La violencia del no lugar/hogar

 

 

Huga Mauriel

OPINIÓN

Con un “relato sobre las agresiones que vivimos”, la autora hace una crónica opinada y de denuncia de una agresión sufrida que llama “la violencia de la no empatía”.

Mi nombre es Huga. El pasado jueves 6 de febrero fuimos a un piso ubicado en el barrio del Borne en el centro de Barcelona, donde mi compañerx Joni tenía alquilada una habitación de la cual iba a mudarse. Queríamos recoger sus pertenencias, entregar las llaves y recuperar el dinero de la fianza; sin embargo, el propietario del piso sin razón se negó a devolver los 350 euros, ejerciendo violencia habitacional. Para una precaria se trata de mucho dinero y mi compañerx se negó a entregarle las llaves sin la fianza (tampoco se había cumplido el mes), ante lo que el propietario se lanzó sobre Joni para quitarle las llaves por la fuerza, ejerciendo violencia cishetero sobre unes marikas precariazadas. De paso, el hombre lanzaba trasto que podía por las escaleras. Me interpuse entre el agresor y Joni para que dejara de violentarlo, pero me empujó por la espalda tirándome por las escaleras, ejerciendo violencia sobre una persona racializada. Yo llevaba bolsas, no pude sujetarme y poner las manos para amortiguar la caída, así que me fui de bruces por una escalera muy empinada.

En cuanto pude me reincorporé y empezamos a recoger lo que había quedado tirado por toda la escalera. El agresor se había metido a su casa; pero al poco tiempo salió con un martillo con el que trató de golpearnos al grito de “¡Maricones de mierda, hijos de puta, os voy a matar!”. Mientras tanto, Joni había salido a la calle a pedir auxilio y también llamó a la policía. El hombre, aún con el martillo en la mano, trató de matarnos dos veces: primero empujándonos por las escaleras y después intentando golpearnos.

Antes de llegar la policía, bajó un vecino que empatizó con nosotros y trató de hablar con el sujeto. Llegó la policía y se encontró con ese panorama: Joni con estado de nervios importante, yo heride y los trastos regados por el suelo. Les explicamos lo ocurrido, nos preguntaron si temimos por nuestras vidas y la respuesta era obvia: nos tiró por las escaleras y nos trató de martillar. Sí temimos por nuestras vidas. Los agentes fueron muy amables y nos aconsejaron cómo deberíamos proceder en la denuncia, nos hablaron de “amenaza grave”.

Llegó la ambulancia. Los técnicos sanitarios me valoraron y decidieron llevarme a urgencias. Joni se quedó en la puerta del edificio esperando a una amiga que le iba a ayudar a mover sus pertenencias. Al rato, el agresor salió, lo vio, le hizo un guiño y siguió recto. La policía ya se había ido.

En urgencias también se me trató muy amablemente, me hicieron radiografías de todo el lado izquierdo, hombro, brazos, costillas; tenía varias contusiones y algunos cortes en la mano y en las piernas, pero nada roto. Me administraron analgésicos y diazepam por mi estado de estrés. Con el parte médico, enseguida fuimos a hacer la denuncia a la comisaría más cercana, Joni una amiga y yo.

En la comisaría también fueron amables, hablamos del “delito de odio” como agravante y nos dijeron que nos pusiéramos en contacto con el Centre LGTBI de Barcelona, con el Observatori. A todo esto, una abogada recomendada por amigas de colectivos antirracistas nos había dicho que al día siguiente fuéramos a la Ciudad de la Justicia, con la denuncia y el parte, y que pidiéramos abogado gratuito. Pero pensamos que, antes de ir a la Ciudad de la Justicia, nos hubiera gustado hablar con personas que trabajen directamente en este tipo de agresiones y poner énfasis en el “delito de odio” en la denuncia. Hablamos con un amigo cercano al Centre LGTBI y nos recomendó que fuéramos, que nos ayudarían.

Nuestra experiencia en el centro LGTBI fue muy decepcionante y nos sentimos reviolentadas. Una vez llegadas ahí, tratamos de contar lo que nos había pasado y no tuvimos ningún tipo de recepción del estado en el que estábamos, ninguna empatía, simpatía, ni afecto, ni interés. No nos preguntaron nada, ni nuestros nombres. No nos preguntaron si habíamos denunciado, ni sobre mi estado legal -si tenía o no papeles-, si podía o no acceder a la justicia sin que me repatriaran, si tenía tarjeta sanitaria, si me habían atendido… ¿Es tan difícil demonstrar un poco de amor? Preguntar que ¿cómo estábamos? ¿Qué había pasado o qué necesitábamos?

No les interesó nada, mucho menos acerca de las violencias específicas que puede recibir una persona racializada disidente sexual. Nos hicieron sentir que no importamos, que no existimos. Nos dieron un papel cutre con un número de teléfono sin ninguna referencia, sin un nombre, sin un lugar. No nos facilitaron ni articularon información.

Las personas euroblancas tienen que entender con urgencia que la no empatía es una forma de violencia. Empezamos a interpelar la función del Centre y se nos respondió que hacían actividades “culturales”, con un énfasis en que nos deberíamos ir. La persona que nos atendía empezó a reírse y hacer gestos de desprecio hacia nosotres, le pedí que parara, le dije que nos sentíamos otra vez violentadas. También nos dijo que había atención personalizada y que en dos semanas nos pondrían en contacto con algún abogado. Les dije que esa atención “personalizada” no respondía a nuestras necesidades.

Nos fuimos humilladas de un centro público que se promociona como la casa grande de todes nosotres, como motivo de orgullo, como la praxis queer del municipalismo del cambio. Como una materialización de seguridad, frente a la hostilidad de la cultura patriarcal, como si el racismo y el supremacismo no lo atravesara todo. Pues se ejerció supremacismo sobre nosotres, tenga o no tenga conciencia de esto esta persona, sin formación para la atención y el cuidado.

Se ejerció una forma de violencia que cuesta denunciar, puesto que no puedo decir que me dijeran “sudaka vete de aquí, nos importas un carajo o no hay presupuesto para ti”; sin embargo, mi cuerpo sintió la discriminación.

No tienen protocolo de atención porque el protocolo no es algo escrito en un papel ni un enunciado, es una praxis de reconocer, de dar soporte, de sentir el tejido comunitario. Desde luego, no lo hay con su blanca y fría burocracia sobre nuestros cuerpos violentados permanentemente. Se trata de un sujeto blanco despreciando las necesidades de un sujeto racializado y haciéndolo desde su estructura de poder ¿No es racismo?

Si yo fuera un sujeto blancx catalán/español/europeo, todes las racializadas lo sabemos, la historia sería otra. Hay cuerpos que no importan o solo importan para esclavizarles o capitalizarles, en eso se fundamenta la opulencia de esta sociedad.

Luego fuimos a la Oficina de la no discriminación, llegamos bastante tocades y allí encontramos una persona que nos escuchó, nos miró y tuvo la actitud radical de tratarnos como personas: nos ofreció un lugar cómodo y agua. Encontramos alguien con calidez, de nombre Marta O. y me gustaría darle las gracias públicamente. Podría decir muchas cosas buenas acerca del diálogo que tuvimos y sus recomendaciones, dio respuesta a nuestras preguntas y nos organizó una cita con un abogado especialista. Ahora estamos en ese proceso.

Pero, ¿qué pasará con todas estas violencias? La violencia habitacional que se ensaña con las personas más vulnerables, el acceso a un lugar digno donde vivir, la especulación inmobiliaria… ¿Quién accede a los privilegios del turismo capitalista que nos está destruyendo? ¿Qué lugar ocupamos las migradas en el acceso a la vivienda, cuando en esta ciudad se anuncia impunemente alquileres que excluyen a personas negras, latinas o asiáticas? ¿De qué gobierno del cambio habla la izquierda progresista? ¿Qué lugar ocupamos les migres racializades en la agenda LGTBI, en sus presupuestos?

¿Qué pasa con la violencia machista de los cisheteros? Cada día estamos más sometidas a agresiones impunes y en un contexto en donde hay quien se jacta de unas leyes muy “avanzadas”.

En nuestros diálogos, les disidentes sexo/género racializades hablamos permanentemente de las agresiones que vamos viviendo, también por parte de gente gay blanca hegemónica racista y plumófoba. También por parte de ciertos “feminismos” blancos racistas, transfóbicos y abolicionistas.

No es la primera queja que escucharéis sobre gestiones en el Centre LGTBI, que espero sea capaz de recibir esta crítica radical al racismo estructural que ejerce y del que se beneficia. Ojalá desarrollen un protocolo de atención y cuidados con la misma urgencia con que desarrollan sus actividades culturales. Ojalá que atiendan con más cariño a les persones migrantes anónimas, tal y como lo hacen con las personas racializadas mainstream de las que sacan capital político y muchas fotos en sus eventos lúdicos festivos.

Que nuestros cuerpos valgan solo cuando puedan capitalizarse, habla mucho de un proyecto político (fallido) con les racializades y migres que no tenemos nada; nosotres que supuestamente estamos incluidas en esas siglas LGTBIQ y en el imaginario apropiacionista de la cultura supremacista blanca.

El año pasado el Centro celebró los 50 años de Stonewall con bombos y platillos. Pero, ¿qué pasa con les sujetxs políticas que ocupamos lugares similares a las que iniciaron la rebelión en Stonewall? Personas racializadas sin hogar, perseguidas por la policía, encerradas en los CIEs y sin acceso a servicios; trabajadoras sexuales creadoras de otros modelos de familia, vivienda y resistencia.

Celebran un orgullo, el Pride, pero no tienen en cuenta que en esta sociedad capitalista y colonial que los ubica en la prosperidad, o al menos en la seguridad, a nosotras se nos sigue tratando como unas mierdas. Y hablo desde una rabia histórica de acumulación de agresiones, con la cuales vuestro privilegio blanco os impide empatizar.

Desde este cuerpo adolorido, racializado, perseguido y estigmatizado les pido equidad de derechos y redistribución de responsabilidades ¡Reparación!

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Drina Ergueta

Periodista y antropóloga. Comunicación y feminismo son sus temas predilectos desde hace más de una década. Articulista en medios bolivianos y portales feministas de España/México.
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