jueves 25 abril 2024

jueves 25 abril 2024

La maldad y la deshumanización

OPINIÓN

A raíz del libro Noche y Niebla en los campos nazis. Historias heroicas de españolas que sobrevivieron al horror, de Mónica G. Álvarez.

La mente humana es capaz de crear obras de arte de una belleza apabullante y, a la vez, verdaderos instrumentos del horror como lo fueron los lager (el equivalente a «campo de concentración») y las cámaras de gas (monóxido de carbono) del holocausto nazi.

El mundo de hoy como el de ayer está sin duda lleno de bondad y maldad y, como nos dice Zimbardo en su libro El efecto Lucifer: El porqué de la maldad (2008), los ángeles se pueden convertir en demonios y los demonios en ángeles.  Junto a vidas ejemplares conviven violaciones a mansalva de mujeres y niñas, homicidios, maltrato infantil, pederastia y, por supuesto, muchas más atrocidades. ¿Qué hace que determinadas personas buenas o «normales» puedan llegar a permitir o hacer males tan inimaginables? ¿Por qué tan buenos ciudadanos alemanes pudieron tomar parte en el asesinato de millones de judíos? Lo que es evidente es que, aparte de la genética, aparte de la personalidad predisponiente, la bondad y la maldad se aprenden.

1.000 personas morían a diario en el total de 39 campos de concentración; “campos de concierto”, como decía eufemísticamente Hitler. Los más famosos y sangrientos fueron Sachsenhausen (1936); Buchenwald (1937); Flossenbürg y Mauthausen (1938); Auschwitz (1940), que más tarde se convirtió en un centro de exterminio y el campo de concentración más famoso, y Natzweiler, en Alsacia (1941). También Treblinka, Belzec y Dachau… Por no hablar del llamado programa de eutanasia del sistema de campos de concentración. O que los médicos nazis se dedicaban a realizar experimentos médicos a los prisioneros de algunos campos. «Los lager se habían hecho peligrosos para la Alemania moribunda, porque guardaban el secreto de sí mismos, el mayor crimen cometido en la historia de la humanidad», nos dice Primo Levi (escritor italiano de origen judío, resistente antifascista y superviviente del Holocausto) en su libro Los hundidos y los salvados (2011:12). Centros horripilantes de detención, tumores malignos, prisiones donde se encierran de la forma más penosa personas de raza judía sin juicio previo ni garantías judiciales, opositores y disidentes políticos, prisioneros de guerra, homosexuales, gitanos, testigos de Jehová, discapacitados, grupos étnicos o religiosos específicos… En fin, todos los colectivos calificados de inferiores o traidores para el ideario nazi. Y todo el mundo sometido al trabajo forzado en condiciones infrahumanas. Claro, la finalidad era la muerte. Para no provocar un escándalo público, las muertes que se producían dentro del lager se describían como «suicidios», muertes «accidentales» y asesinatos «justificados» por atacar a guardias, etc., todo ello envuelto en una atmósfera de confusión característica del campo. Otra razón podía ser la muerte por una enfermedad grave, tales como problemas cardíacos o interrupción de la circulación. Además de todos los campos de concentración citados, también huvo el campo de concentración de mujeres de Ravensbrück (1939).

En su libro Noche y Niebla, la periodista Mònica G. Alvárez nos aproxima de forma magistral nueve historias de españolas heroicas que sobrevivieron al horror que se perpetraba en este campo de concentración. Como nos dice Primo Levi: «Es natural y obvio que la fuente esencial para la reconstrucción de la verdad en los campos esté constituida por las memorias de los supervivientes» (2011: 14). Ciertamente, y es lo que ha hecho Mònica G. Álvarez, para acercarnos a las experiencias vividas dentro de este infierno, sólo podemos hacerlo por medio de los testigos de los supervivientes. Pero es que, además, las historias personales de estas mujeres nacen de la necesidad que tienen de narrar el genocidio, puesto que han vivido la muerte y su propio relato las ayuda a encontrarse a sí mismas. La necesidad de las que todavía viven o de la de los familiares de las que, a día de hoy, ya están muertas. Éstos nos cuentan la vida de estàs mujeres a través de lo que ellas les han contado, los recuerdos y los documentos que guardan.

La humanidad quedó hecha pedazos. Y debemos tener presente que el holocausto, aparte de ser una pesadilla que desembocaba en la muerte, era también un proyecto de olvido. Los nazis lo planearon todo para que no quedara ni rastro de los crímenes cometidos en los lager, es decir, la negación del crimen dentro del crimen. Durante un tiempo las personas que querían recordar y no querían olvidar eran mal vistas, el mundo entero quería pasar página después de la derrota del nazismo y la deshonra de la moralidad. Gracias a unas pocas personas que decidieron relatar sus recuerdos tenemos hoy en día un material más claro para hacernos una idea del horror que vivieron los supervivientes. Y es en el ámbito de esta decisión que se ha escrito Noche y Niebla en los campos nazis. Para levantar a unas mujeres del olvido, al que nos tiene relegadas y acostumbradas la sociedad del patriarcado. La memoria se nos aparece como la respuesta a la derrota del conocimiento. Tiene un propósito de verdad, es decir, es una forma de razón para llegar a los núcleos ocultos de la realidad inaccesible al raciocinio.

Vemos que las nueve supervivientes sienten que tienen que dar una explicación del horror del Holocausto para que el mundo sepa la verdad. El mensaje subyacente que nos envían es que hay que tener claro que la brutalidad de lo que pasó en el holocausto supera la capacidad de asimilación y de comprensión humana, ya que lo brutal de la crueldad es que deshumaniza a las víctimas antes de destruirlas. Y la más dura de las luchas es intentar seguir siendo humanas en condiciones tan inhumanas como en las que estuvieron expuestas. A lo que tuvieron que hacer frente ellas y millones de personas son a tácticas de deshumanización porque como prisioneras les estaba prescrito que la dignidad humana no les pertenecía, que eran seres inferiores.

La mayor parte de los recuerdos de estas supervivientes comienza de forma coincidente con el choque que representa la realidad del campo de concentración; la agresión de un enemigo nuevo y extraño; el prisionero-funcionario que, en vez de cogerte la mano, tranquilizarte, enseñarte el camino, se lanza sobre ti con gritos en una lengua que no conoces y te abofetea. Quiere domarte, quiere extinguir la chispa de dignidad que quizás aún conserves y que él ha perdido. Coinciden en afirmar que los nazis no sólo querían exterminar a la raza judía; querían imponerles una vida inhumana para que poco a poco asimilaran que no pertenecían a la especie humana.

Las historias autobiográficas de estas nueve mujeres nos estremecen. Al mismo tiempo, nos sentimos admiradas de su coraje; admiradas y empequeñecidas. Nos estremece el sufrimiento que expresan y lo generalizamos a todas las encarceladas, nos estremece la violencia, la naturaleza del alma humana capaz de diseñar instrumentos, los lagers o campos de concentración, cuyo objetivo es la anulación del ser humano y la humillación más feroz. En definitiva, la deshumanización y la muerte.

En este proceso de deshumanización, lo más destacable es la eliminación de la espontaneidad mediante la imposición a condiciones de vida extremas, en las que no sólo el cuerpo de estas mujeres se ve degenerado sino también la intimidad y la personalidad. Allí todo se vuelve posible, incluso lo que sobrepasa el entendimiento. Esta atmósfera de engaño, el clima de irrealidad que reina tanto dentro como fuera de los campos, ligado a la inutilidad imperante en los campos de concentración, pone de manifiesto una carencia de organización que sólo es aparente. Se perpetra deliberadamente una alteración de los límites entre la vida y la muerte, entre la humanidad y la no-humanidad, al punto de convertirlas en seres triviales e inútiles. Pero ésta es, de hecho, la finalidad de los gobiernos totalitarios; crear seres innecesarios que no puedan pensar y obrar libremente entre sí y por sí mismos. Desgraciadamente tenemos ejemplos desgarradores con los talibanes en el poder en Afganistán.

El mundo en el que estas nueve mujeres se ven precipitadas (ellas y todas sus compañeras) era, pues, además de terrible, indescifrable. Ingresar en un campo de concentración también era un choque por la sorpresa que suponía. No se ajustaba a ningún modelo, el enemigo estaba alrededor y dentro; como dice Levi, «no se distinguía una frontera sino muchas y confusas, quizás innumerables, una entre cada uno y la otra» (Levi 2011: 34-35). Con el relato de estas mujeres captamos el aura de misterio de la vida en los campos: no saben qué va a pasar ni qué les va a pasar, ni cuál ha sido el destino de su familia; todo se muestra enormemente confuso. Deliberadamente ambiguo, engañoso, difuso. Ninguna podía hacerse ni la más leve idea de lo que podía suceder al día siguiente. Y los sentimientos que las invaden son, como mínimo, la melancolía y la nostalgia por la vida que han perdido.

Pero si bien el lager era una gran máquina para convertirlas en animales, saben que es necesario sobrevivir y que incluso en este lugar se puede sobrevivir, para explicarlo, para dejar testimonio; y que para vivir es importante esforzarse para salvar al menos el esqueleto, la carcasa, la forma de la civilización. Deshumanizadas por los nazis, sin derecho alguno, expuestas a cualquier ataque, al hambre feroz, a la penuria, a la enfermedad, abocadas a trabajos mortíferos, a una muerte segura, todavía les queda la facultad de negar su consentimiento y, por ello, lo defienden hasta la extenuación.

Uno de los aspectos que más me ha sorprendido (me ha emocionado) es cómo se organizan en pequeños grupos, en pequeñas «familias», cada grupo tiene una «madre», una cuidadora, celebren cumpleaños, se protegen, se cuidan… Todo el mundo tiene un lugar donde fugarse afectivamente. Así aportaban estabilidad, predictibilidad. Certeza para combatir la incertidumbre. El desánimo. La depresión. El agotamiento de la vida. Aportaban así una esperanza inagotable frente al salvajismo del animal humano; frente a la fraternal y devastada mirada de las compañeras. No se puede contar. La valentía de estas mujeres está presente a lo largo del libro en múltiples situaciones; hay una situación que nos demuestra de manera patente el coraje y el ingenio que desprenden sus actos: tiraban escupitajos a los detonadores de los obuses para que fallaran; escupitajos y lo que encontraban, escarabajos, hojas… Y el resultado fueron decenas y decenas de obuses fallidos. Y, por tanto, cientos de vidas salvadas a costa de jugarse la propia.

En esta extrema situación de encarcelamiento, las mujeres ponen en valor los comportamientos comunales con los que estamos tradicionalmente definidas; estas conductas les permiten afrontar el horror que viven, lo que la masculinidad concretada y fijada con valores instrumentales de superioridad protectora y condescendiente, con valores de fuerza y ??poder (ver mi último artículo «La masculinidad precaria», publicado en La Independent) no les permite a los hombres. Se sienten muy orgullosos de su masculinidad pero se pierden la vida del cariño; el cobijo que representa para la vulnerabilidad humana.

El aspecto más estremecedor de esta historia es la facilidad con que gran parte de los hombres se ajustan a los papeles que exigen crueldad contra las mujeres. Lo que es evidente es que, como nos dice Bauman (Moralidad y Holocausto, 1997: 203), toda moralidad proviene de la sociedad. No existe vida moral fuera de la sociedad. Cuando mejor se entiende la sociedad es como una fábrica de producción de moralidad». También en El efecto Lucifer: El porqué de la maldad, Zimbardo define la maldad de la siguiente manera: «Obrar deliberadamente de una manera que haga daño, maltrate, humille, deshumanice o destruya a personas inocentes, o hacer uso de la propia autoridad y del poder sistémico para animar o permitir que otros obren así en nuestro nombre» (2008: 26).

No sólo como mera lectora de lo que ocurrió en el Holocausto sino también como psicóloga social, puedo afirmar que la crueldad deriva de la sociedad. Sin lugar a dudas, algunos individuos tienden a ser crueles si se encuentran en un contexto donde se eliminen las opresiones morales y se legaliza la inhumanidad. Hay bastantes estudios sobre acoso laboral en las mujeres que lo demuestran. Sin tener en cuenta las personalidades psicopáticas, se puede aprender a ser buenas o malas personas con independencia de la herencia genética, la personalidad o el legado familiar.

De los procesos psicológicos subyacentes a la transformación de los caracteres cuando se enfrentan al poder de la fuerza situacional, nos da explicaciones la psicología social con los conocidos experimentos de Milgram sobre la obediencia a la autoridad. También en su conocida obra Eichmnan en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal, Hannah Arendt nos ofrece una explicación detallada por medio del análisis del juicio por crímenes de guerra de Adolf Eichmann, el nazi que organizó personalmente el asesinato de millones de judíos. La defensa que Eichmann hizo de sus actos fue similar a la de otros líderes nazis: «Me limitaba a cumplir órdenes».

Arendt señala que Eichmann parecía una persona totalmente ordinaria: «Fue como si en esos últimos minutos [de la vida de Eichmann] se resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, delante la cual las palabras y el pensamiento se sienten impotentes» (Arendt 1963 :252 y 276). Como nos dice Primo Levi (2011:114), las SS de los lager eran como animales obtusos más que demonios sutiles. Habían sido educados en la violencia; la violencia les corría por las venas, era normal, obvia. Les caía de las caras, de los gestos, del lenguaje. Humillar, hacer sufrir al enemigo era el oficio de cada día; no pensaban en eso, no tenían segundos fines: la finalidad era aquella (Levi 2011: 114).

Lo grave, en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que eran terrorífica y terriblemente normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones jurídicas y de nuestros criterios morales, dice Arendt, esta normalidad resultaba mucho más terrorífica que todas las atrocidades juntas, puesto que implicaba que este nuevo tipo de delincuente comete sus delitos en circunstancias que casi nos impide saber o intuir que realiza actos de maldad.

Sin duda la expresión de Arendt «la banalidad del mal» sigue siendo pertinente hoy con las estadísticas en mano sobre los malos tratos, las violaciones y las muertes de mujeres y criaturas. Porque hacer el mal (a las mujeres y criaturas) no sólo tiene que ver con hombres frustrados o molestos por los avances sociales de las mujeres, sino que también tiene que ver con hombres sumisos o débiles que no tienen capacidad de decisión o que quieren sobresalir o destacar, capaces de hacer lo que sea para conseguir sus objetivos de superioridad. Es en este punto donde es necesario vincular la maldad con el poder; con la necesidad creada por el patriarcado de dominio y superioridad.

Tal y como Primo Levi nos dice, creeo que, efectivamente, el poder es como una droga: la necesidad de uno y otra es desconocida para quienes no lo han probado, pero después de iniciarse, cosa que puede pasar fortuitamente, aparece la dependencia y la necesidad de dosis cada vez más altas (Levi 2011: 62). También Hannah Arendt, en su libro On violence (1970), nos muestra que la violencia y el poder es imposible que vayan unidos, ya que el poder iría más ligado a las fuerzas del gobierno (el único capacitado para ejercer su superioridad contra la población) y la violencia sería más usada en la naturaleza a modo de supervivencia.

Por un mensaje en el WhatsApp de La Independent, acabo de enterarme del terrible asesinato de la periodista mexicana Lourdes Maldonado. Un asesinato que se suma a los miles cada año por razón de género. A los millones de asesinatos, si entendemos que la violación sexual es, para muchas de las mujeres violadas, una muerte que las corroe lentamente. Porque, utilizando los eufemismos de Hitler contra los judíos y todo el que se le oponía, las mujeres todavía son «ajenos a la especie». Así decía a las personas que consideraba que eran “inadecuadas”. Son «cosas», «trapos», «troncos de madera»: víctimas dispuestas para ser asesinadas. Como tantas mujeres hoy. A los «asesinatos» les llamaban «limpieza», «pacificación». El nazismo fue, en primer lugar, esta enorme mentira en el ámbito de la lengua, alteraba o cambiaba su significado del léxico, puro teatro gramatical para ocultar la realidad. Sobre los campos de concentración se empleaban distintos eufemismos para que no saltaran las alarmas en Alemania sobre qué se perpetraba impunemente en los campos de concentración. Buena parte de los ciudadanos que habitaban el Reich no podía ni imaginar las atrocidades que se estaban cometiendo.

Un claro ejemplo es el cartel en la puerta de Auschwitz: El trabajo os hará libres (Arbeit macht frei); una frase, un deseo, que expresa el cinismo característico de la mentalidad nazi. Con la lectura del libro Noche y Niebla tomamos conciencia de que, como cualquier otro campo de exterminio, el campo de concentración de mujeres de Ravensbrück es un símbolo extremo de la maldad. Es un infierno que sube a la Tierra, la viva imagen de la atrocidad y de los crímenes que se cometieron. Millones de personas perdieron la vida, la mayoría debido a inhumanas jornadas de trabajo en las que desfallecer significaba ser rematado a golpes o disparos a manos de los monstruos que trabajaban. Mediante lo que estàs mujeres nos explican nos damos cuenta de que sólo existía una certeza: la muerte, y sólo una duda: la forma de morir en aquel lugar. Y es que los nazis aplicaron toda su frialdad calculadora, disciplina y eficiencia para eliminar a los seres humanos inocentes de la forma más económica y efectiva posible.

Es un libro relevante: a través de las historias de estas nueve mujeres valientes ponemos en valor tantas y tantas otras menospreciadas, olvidadas, maltratadas, violadas, asesinadas. Y nos ayuda a ver que a partir de la reflexión podemos aprender de los errores tácticos y fortalecernos como mujeres.

Leedlo: he encontrado mucho más que el espanto más grande de la Historia pasada; mucho más que el horror que se ha llevado el rechazo más frontal del mundo. La Segunda Guerra Mundial, un período de la Historia que se quiere olvidar y que no se debe olvidar. Os traduzco un poema de Primo Levi de su libro Si esto es un hombre (una de las obras consideradas más importantes del siglo XX); compara al ser humano libre del ser humano viviendo en los campos de concentración y nos ruega que no olvidemos.

Si esto es un hombre

Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rama invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro. (Primo Levi, 2006: 9)

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Fundadora i Co-coordinadora de La Independent. També és psicòloga menció en Psicologia d'Intervenció Clínica i menció en Psicologia del Treball i les Organitzacions.
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