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OPINIÓN
Cuentan mis ancestras que antes, mucho antes, “la palabra sabia” era un don, un tesoro muy preciado que tenía poder.
Podía cambiar mágicamente cosas, situaciones, sentires que significaban un problema, porque eran palabras paridas de seres que habían experimentado, desde su cuerpo, su mente, sus sentires, su alma y sus saberes un desafío de vida que les había permitido florecer, más y más, sus capacidades y sus conocimientos. Esas palabras tenían en sus entrañas, un saber situado, un poder vital.
Entonces, esas palabras no ejercían un poder en sí mismas, sino que entre sus venas recorría la experiencia vital, lo que mis ancestras llaman: conexión simbiótica con tu entorno. El conectar con lo que nos rodea, el sentir, experimentar y vivenciar el contexto externo para fortalecer el interno era fundamental, sobre todo sintiendo que todo está interconectado, interseccionado e interdependiente, tanto seres sintientes como inanimados. Sólo así la palabra se volvía vida y sabiduría.
Este poder fue pasando de generación en generación, y fue fluyendo libre como el viento, hasta que un día, algo lo transformó, lo trasgiversó y lo utilizó para controlar y desconectar del mundo real vívido y mágico. Mis ancestras dicen que sucedió cuando llegaron unos seres pálidos, cargados de espíritus tristes y ambiciosos, con anhelo de controlarlo todo, todo, todo. Y así empezaron a apropiarse de los bosques, los manantiales, los ríos, los territorios y piedras sagrados, las mentes y los cuerpos. Es decir vinieron a desconectarnos, para arrancarnos de un cuajo, de nuestra armonía simbiótica que habitaba por doquier.
Estos seres venían con un arma muy extraña, llamada “colonización”. Y se dieron cuenta que los llamados oráculos de nuestros pueblos, en realidad no eran deidades irreales, sino mujeres sabias, que detentaban el poder situado y vital. Así que fueron a por ellas, y las maniataron, las culparon de conspirar contra el poder establecido, de estar endemoniadas, de tener pacto con el mal y de tener la soberbia de asumirse sabias. Y fueron subyugadas, expulsadas de los espacios donde se gestionaba el conocimiento colonizador, pues era peligroso que lo conocieran, fueron excluidas, violentadas e invisibilizadas.
Entonces, pareció que habían logrado exterminarlas, pero lo que no se sabía era que este poder vital y situado había estado fluyendo de generación en generación, esperando una oportunidad, tan sólo una, para emanar nuevamente desde la fuerza volcánica de los corazones de sus descendientas. Así, de una en una, fueron dando fuerza a “la palabra sabia”, aquella que se diferenciaba de los seres pálidos -que se jactaban de que su conocimiento era único, que sus métodos, tácticas, estrategias, epistemología, academias y cientificidades eran las legítimas.
Así que aquí están las semillas de las ancestras, intentando florecer nuevamente con el poder situado y vital, aquel que decoloniza el conocimiento, aquel que canaliza un equilibrio simbiótico en la diversidad, para perder el miedo al poder colonial, que nos ha mantenido postergadas a la periferia de los espacios de decisión, de representación y sobre todo de gestión de conocimiento.
Y aquí están floreciendo nuevamente las oráculos, para vencer el poder que logró impregnarse en las prácticas y conciencias de algunas mujeres (porque es una manera de mantenernos divididas y controladas). Así, las oráculas vienen a intentar esfumar los miedos, las dudas, las incertidumbre que el poder colonial nos ha instalado en las conciencias. Vienen a romper las cadenas que han enclaustrado nuestra autonomía y autoridad vital, haciéndonos vivir en la dependencia y silencio, porque nos hemos creído que expresar lo que se piensa, se siente y se analiza, desde nuestra propia vida, no es válido.
Muchas mujeres prefirieron el camino más fácil y “beneficioso”: “no ser ruidosa o reivindicativa”, o simplemente callar para evitar el poco espacio ganado y la supuesta representatividad otorgada por lo colonial. Así, han continuado viviendo en alianzas enrevesadas donde, unas con otras, alejadas de su sinceridad, aceptan todo de quien detenta el autoritarismo epistemológico y social, y se quedan quietas cuando se les cierra el flujo de información para impedir una decisión equilibrada y horizontal entre todas.
Algunas, se creyeron que el poder les era compartido porque participaban en espacios informales, donde se establecen alianzas y acuerdos sin que la mayoría se entere. Otras, se sintieron débiles cuando tuvieron la oportunidad de aflorar su poder situado y vital pues temieron ser sancionadas y postergadas, porque el poder colonizador tan presente, les sigue recordando las opresiones que impactaron a nuestras ancestras. Y así, el silencio se apropia de sus espacios, y sólo se habla entre pasillos.
Es así como ese poder desmedido, desde el conocimiento, está habitando los espacios de las mujeres, como si siguieran inconscientemente los preceptos de un tal Maquiavelo, uno de los seres pálidos que mucha influencia tiene en las prácticas del poder colonial. Y entonces, algunas pocas que han tenido posibilidad de tener un pequeñito pedacito del poder colonial, se han sentido “endiosadas”, se han pensado omnipresentes, imprescindibles, como únicas gestoras de la verdad, sin reconocer la sabiduría situada de las diversidades habitadas en las demás mujeres, a veces se han pensado salvadoras de las que no tienen voz, y han sentido júbilo al ver cómo “las pobres, las olvidadas, las discriminadas” les han agradecido su ayuda.
Pero las oráculas con su poder situado y vital, están fluyendo y están dando frutos a través de las llamadas mujeres postoloniales o decoloniales, que están sembrando semillas de diversidad, que están alimentando sus capacidades de ellas y de todas, las que reclaman que las dejen de ver como pobrecitas, víctimas, esclavizadas, olvidadas, y las vean en su integralidad, con sus capacidades con sus saberes.
Las oráculas están tocando las puertas de todas, así que estén atentas, abran las ventanas de su pasado ancestral, de su proceso histórico, porque las ancestras habitadas en nosotras vienen con toda su diversidad para transformar el centro desde la periferia, con la sabiduría simbiótica, para construir su propia historia, sin mediaciones, sin fronteras, sin falsedades, con el poder situado y vital. Ellas vienen con la energía, y depende de nosotras la fuerza con la que la impulsemos para generar el cambio.