Con la pandemia, en muchos países la difusión de envoltorios mono uso, por órdenes online o de take away se ha disparado, sobrepasando la capacidad de las instalaciones de reciclaje.
Montañas de desechos se dispersan en ríos y mares, llegando a matar millones de aves y mamíferos.
En Madrid el aumento de los desechos hospitalarios durante el Covid ha sido del 300%, mientras en Italia, por la presión de las industrias productoras de packaging, se ha postergado dos veces, fijándola para enero de 2022, la plastic tax, un impuesto de 45 céntimos de euro por kg de envoltorio de plástico, para dar tiempo a estas industrias de modificar su producción de manera sostenible. En Europa los envoltorios representan las dos terceras partes del consumo total de plástico, y la próxima semana en la Unión Europea se tratará el tema, para establecer nuevas reglas que limiten su uso, si es que se logra vencer la resistencia de las grandes industrias alimentarias.
En países que no cuentan con suficientes sistemas de reciclaje, como Malawi, que es el país a sur del Sahara más invadido por desechos de plásticos, el problema es aún más acuciante. Desde años Gloria Majiga Kamoto, una joven ambientalista de 30 años, actualmente Program Manager en el Centre for Environmental Policy and Advocay (CEPA) observa con preocupación los daños causados por el uso no sostenible del plástico, (unas 75.000 toneladas por año) en los rebaños que constituyen un importante recurso para la población que vive de agricultura.
Un día la muerte de una cabra, asfixiada por el plástico, además del descubrimiento de microplásticos en la carne del mercado, destapó el problema a nivel público. Mucho más allá de los horarios que le exigía el trabajo, la joven se dedicó a organizar campañas de información en las comunidades rurales y marchas hacia los tribunales para que se bloqueara la producción, la distribución y el uso no sostenible del plástico. Una primera sentencia de la Alta Corte de Malawi fue favorable en 2016 a las industrias productoras de plástico, pero la persistencia de las luchas civiles llevó a una definitiva sentencia de la Corte Suprema, que decretó el bando de la producción y el uso del plástico en julio del 2019. Una victoria que fue conocida a nivel internacional y llevó a la entrega del premio Goldman 2021 (conocido como el “Nobel Verde”) para la valiente activista que, como contó a CNN, tuvo que superar durante este proceso, no pocas dificultades y miedos, debidos también a su ser mujer en ambientes políticos, tradicionalmente dominados por hombres.
Se trata de una victoria que tampoco permite fáciles triunfalismos. Malawi sigue sufriendo las consecuencias del exceso de emisiones de gases con efectos invernadero por parte de los países industrializados, que llevan inundaciones y sequías en territorios de África, que solo es responsable del 4% de las emisiones. En la próxima conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, será discutido también el tema de las compensaciones a los países “en vía de desarrollo” como Malawi.
Entre los 6 ganadores del premio Goldman de 2021, vale la pena mencionar que 5 son mujeres, que se dedicaron con éxito a empresas absolutamente extraordinarias, gracias a sus talentos de lideresas y un compromiso a toda prueba. Son: Liz Chicaje Churay, activista indígena, madre de 5 hijos, que contribuyó a crear el Parque Nacional Yagua, en la Amazonia peruana, grande como el Yellow National Park en Estados Unidos; Kimiko Hirata, Japonesa, que logró parar la construcción de 13 plantas de producción eléctrica con carbón; Maida Bilal, de Bosnia Erzegovina, que logró parar la construcción de una represa en uno de los últimos ríos naturales de Europa; Sharon Lavigne, que logró parar la construcción de una enorme fábrica de plástico en Louisiana. Merece una mención también el ambientalista Thai Van Nguyen, de Vietnam, que destacó en la protección de los pangolines. A todas ellas y a él van nuestro plauso y admiración.
Foto: @Goldman-Environmental-Prize
