martes 23 abril 2024

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Feminismo y sectores marginales. Objetivos de un diálogo difícil

Dolores Juliano

 El feminismo (o algunas de sus corrientes más visibles), se enfrenta con dificultades epistemológicas para incluir en sus reivindicaciones la voz de las mujeres pertenecientes a los sectores marginales. 

Pese a su potencial cuestionador, a su voluntad universalizadora y a su interés por las víctimas de violencia, el feminismo más institucional se ha visto frecuentemente atrapado en dos dilemas. Si se reclamaban derechos civiles a partir de la superioridad moral de la mujer ¿Qué se hacía con aquellas a las que se les asignaba moralidad dudosa o no convencional? Por otra parte, pero convergentemente, si se creía en un modelo único de reivindicaciones universales, y en la existencia de un sujeto “mujer” indiferenciado ¿Cómo entender prioridades diferentes a partir de situaciones sociales diversas, tales como los condicionamientos de clase o étnicos?

 

Ambos elementos, la presunta superioridad moral y la universalidad de los objetivos de género, pocas veces se han hecho explícitos, salvo en algunas generalizaciones sobre el “patriarcado”, pero han influido en la manera de determinar prioridades, de generar alianzas o desconfianzas y en la credibilidad que se ha otorgado a los diferentes sectores.

 

Por lo continuado del esfuerzo, por implicar a la mitad de la humanidad y por su calado teórico, la reivindicación feminista se ha ganado un puesto destacado en el análisis social, aunque este reconocimiento sólo se ha dado en las últimas décadas. Actualmente se revisan desde la perspectiva feminista los estudios históricos, económicos y sociales; y se considera que brindan un aporte imprescindible para entender los procesos y los problemas que nos afectan a todos, hombres y mujeres.

 

Pero el actual reconocimiento de la necesidad de incorporar la mirada de género, no significa que la tarea ya esté concluida Y si resulta difícil superar los prejuicios e incorporar la perspectiva de género en los estudios sociales en general, como lo demuestra la dificultad que aún encontramos a veces para contar con datos estadísticos desagregados en los que se visibilice a las mujeres, podemos entender que las dificultades se incrementan en algunas situaciones específicas, cuando estudiamos a mujeres que pertenecen a minorías étnicas, cuando intervienen prejuicios raciales o étnicos y sobre todo cuando lo que analizamos son conductas que desaprobamos.

 

Aquí nos encontramos ante un doble obstáculo en el momento de abordar los problemas: las resistencias que pone la sociedad en general a los estudios de género, y los prejuicios que se dan dentro del mismo movimiento de mujeres sobre algunos sectores más o menos marginales.

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Acto en Marienea, la Casa de les Mujeres de Basauri ” Models se Sexualitat Femenina”

  Foto:zubiakeraikitzen.blogspot.com

La historia de estas dificultades viene de antiguo. Durante el siglo XIX, tanto las mujeres que defendían sus derechos civiles (desde la precursora Mary Wollstonecraft a las sufragistas británicas y a las anti-esclavistas de EEUU) como los simpatizantes varones, argumentaban que las mujeres podían y debían tener el reconocimiento de sus derechos civiles porque ostentaban superioridad moral respecto a los hombres, por lo que su plena participación elevaría el nivel ético de la sociedad. Pero esta argumentación, pese a que demostró eficacia, tenía sus riesgos y sus límites. En realidad se estaba condicionando el reconocimiento de los derechos femeninos al estricto cumplimiento de lo roles establecidos.

 Además, apoyar en la presunta superioridad moral femenina las reivindicaciones de género, dejaba sin amparo ideológico a las mujeres transgresoras qué, con su conducta, desautorizaban la interpretación “buenista” y debilitaban su credibilidad. Las sufragistas de EEUU que se apoyaban en la superioridad moral femenina, eran también anti esclavistas y partidarias de la ley seca. Está bien documentado el activismo femenino en la lucha contra el alcohol, que terminó materializándose en “La ley seca” de 1910, pero esta relación no surgió espontáneamente, las feministas tuvieron que convencer antes, a las más conservadoras partidarias de la Ley seca, de que eran inocentes de las acusaciones de laicismo y de inmoralidad sexual.

Partiendo de estas bases, la tentación de culpabilizar a las infractoras, cuyo modelo eran las prostitutas, o a las sospechosas de serlo, podía ser muy fuerte y encontrar apoyo dentro del movimiento de mujeres, siempre en busca de reconocimiento. La otra posibilidad consistía en victimizarlas, considerando que las conductas “inmorales” les eran impuestas externamente. Caminos semejantes de falsas analogías y generalizaciones ha seguido en la actualidad el pensamiento “políticamente correcto”, influido por el “pánico moral” denunciado por Vance y Rubin. (Grupo Davida 2005)

Pero, como se ha señalado: “No se trata de reclamarse como reserva moral o benéfica, sino de reivindicar el propio poder, incluido el derecho al mal” (Rodríguez Magda 2003)(p. 96).

Afortunadamente, en las últimas décadas se han ido abriendo paso posibilidades de interpretaciones alternativas, a partir de aportes como los de J.Butler (Butler 2007; Butler 2008), y algunos sectores (Lesbianas, transexuales) han visto legitimadas desde el feminismo sus opciones. Pero la veda se mantiene para el trabajo sexual, que forma parte de la experiencia vital de muchas de estas mujeres, pese a la intensidad del debate, en que los sectores más desfavorecidos se juegan mucho. Un diálogo sin prejuicios y un mejor conocimiento de los problemas reales de ese sector puede hacer que llegue el momento en que se cumplan las expectativas de Carla Corso:

“Estábamos convencidas de que estas mujeres (las feministas italianas) tenían que estar con nosotras (las trabajadoras sexuales), sencillamente porque nosotras habíamos estado con ellas”. (Corso and Landi 2000) (p. 149).

 

*Bibliografia citada

Butler, J. (2007). From bodies that matter. Beyond the body Proper. M. Locky and J. Farquhar. Durham-London, Duke University Press: 164-176.

Butler, J. (2008). Vulnerabilidad, supervivència. Barcelona, CCCB.

Corso, C. and S. Landi (2000). Retrat d’intensos colors. Madrid, Talasa.

Grup Davida (2005). Prostitutes, “traficades” i pànics morais: un análise dóna Producció de Fatos em indagacions sobre o “tràfic d’éssers humans”. Quaderns Pagu. 25: 153-184.

Rodríguez Magda, R. M. (2003). El plaer del simulacre. Dona, raó i erotisme. Barcelona, ??Ic

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Amada Santos

Amada Santos

Fotoperiodista i Socióloga. Activista Feminista, Defensora DDHH i Cooperant. Presidenta de la XIDPIC.Cat. Co-coordinadora i Editora de La Independent. Coordinadora Internacional a la RIPVG
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