OPINIÓN
Según lo define María Moliner el feminismo es “la doctrina que considera justa la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Movimiento encaminado a conseguir la igualdad.”
Para la RAE es “La ideología que defiende que las mujeres deben de tener los mismos derechos QUE LOS hombres.”
Como podemos ver mientras la primera definición habla implícitamente de relaciones simétricas entre mujeres y hombres, con la segunda ya existe asimetría, puesto que coloca a los hombres en una posición superior en derechos a los que aspiramos acceder las mujeres. Como sabemos el lenguaje nunca es neutro y en este caso tampoco lo es, naturalmente.
Y si partimos de esa falta de neutralidad entenderemos cómo al manipular tanto su sentido original -denuncia de desigualdades- como su objetivo final -exigencia de equidad real en derechos y oportunidades- nos encontraremos con que cada vez que se habla de feminismo se desatan los demonios del patriarcado en forma de desprecio y degradación del término. Creo que estas reacciones en el fondo solo esconden los miedos del propio patriarcado que teme perder sus privilegios. Y no se trata de eso en absoluto.
Cuando las feministas denunciamos la falta total de igualdad y lo que es peor, de equidad entre mujeres y hombres, no nos lo estamos inventando. Sencillamente lo estamos viendo y sufriendo. Naturalizar esas desigualdades es una forma de enmascararlas y de disfrazarlas de falsa normalidad.
No es natural ni normal que las mujeres cobremos casi un 30% menos que los hombres por hacer el mismo trabajo y que por tanto también cobremos menos pensiones.
No es natural ni normal que nuestros cuerpos sean mercancías con las que tratar, comprar, vender, usar, abusar, etc.
No es normal ni natural que nuestra salud específica solo sea investigada en momentos como el embarazo y la lactancia y que a lo largo de nuestras vidas nos veamos sometidas a tratamientos médicos investigados y probados en cuerpos masculinos.
No es normal ni natural que las grandes religiones monoteístas busquen, a través del miedo y de la culpa nuestro sometimiento absoluto a sus doctrinas. Y por supuesto tampoco es normal ni natural que dicten normas morales sobre nuestras maternidades y nuestros cuerpos.
No es normal ni natural que a través de socializaciones diferenciadas se nos diga, desde incluso antes de nacer, que se espera de nosotras por ser niñas y mujeres y se nos muestren los límites de nuestras libertades con culpas y miedos.
No es normal ni natural que se obvien nuestros talentos, saberes y aportaciones en todas las disciplinas y a lo largo de toda la historia, ocultándonos nuestra propia genealogía como mujeres y como feministas.
No es normal ni natural que la misoginia siga presente en los libros de texto cuando se estudian a personajes que la predicaron en sus obras. Y ahí siguen.
Estos son solo algunos de los temas que se denuncian desde el feminismo. Y, por supuesto los ASESINATOS de mujeres y criaturas a manos de quienes dijeron amarlas. Estos crueles actos que destruyen vidas enteras por ser mujeres. Sencillamente por ser mujeres.
Como vemos, el feminismo denuncia y exige, pero no asesina ni busca intercambiar privilegios. Sencillamente busca equidad y desmontar la actual patriarcalización de la sociedad que somete y degrada de forma continuada con la engrasada maquinaria de la “normalidad” y la “naturalidad” las diversas situaciones cotidianas.
No, el feminismo no muerde. El feminismo exige cambios y transformaciones sociales encaminadas a la construcción de unas sociedades más justas y equitativas para todas las personas, sean del sexo y del género que sean.
Es cierto que hay y habrá diferentes corrientes dentro del feminismo que nos hacen reflexionar sobre temas variados y sus diversas ramificaciones. Y eso es saludable y enriquecedor, puesto que no nos permite acomodarnos en lo aprendido y practicado cotidianamente. Nos empuja a seguir buscando y cuestionando nuestras posiciones. Pero con el denominador común de un objetivo claro: la igualdad, o mejor aún, la equidad entre mujeres y hombres.
Y puedo asegurar que como feminista denuncio y exijo, pero no muerdo.