OPINIÓN
Este artículo no tiene nada que ver con el feminismo (o sí) no siquiera con la reivindicación social (o sí), solo es un producto del estupor que me producen determinadas normativas.
Tengo unas cuantas, y no descarto que esta crónica sea la primera de una suculenta lista.
Mi único deporte, de esos de cargar la bolsa a la espalda para ir al gimnasio, es la natación. Un gimnasio pequeño, acogedor y, por lo general, tranquilito el de mi pueblo. Desde que lo gestiona el ayuntamiento, además, es organizado; como no podía ser de otra manera, el consistorio se afanó en introducir una normativa. Cinco puntos, algunos de ellos bastante interesantes como, por ejemplo: “Por cuestiones de higiene no está permitido depilarse, afeitarse o teñirse”. Estoy de acuerdo, sería muy desagradable encontrarse a una señora haciéndose la cera en mitad del vestuario. El último de esos 5 puntos, en cambio, me deja patitiesa y me afecta personalmente: “El uso de los secadores es exclusivo para el pelo”. ¡Ostras! Resulta que mis pies tienen tendencia a desarrollar hongos y mi médica de cabecera me recomendó secármelos con secador. ¿Y ahora qué hago?
Nada más aparecer el cartel en el recinto deportivo, fui a la recepción a informarme y tuvo lugar esta conversación (la transcripción es literal, me pareció tan jugosa que la apunté, en seguida, pensando que me serviría para algún personaje)
—¿Cómo es que habéis puesto esta norma?
—Es que hay gente que utiliza los secadores para todo.
—¿Y? Es decir, que si tengo la ropa mojada o quiero secarme una oreja, pongamos por caso ¿no puedo usarlo?
—No, es que, ya te digo, hay muchos que es que eran así…, entonces, todo el mundo veía que se secaban y… entonces, pues no.
—Ya, claro. Pero ¿qué problema hay?
—No, mira, pusieron esta norma.
—Pero, ¿se estropean los secadores si los enfocas hacia otro lugar que no sea el pelo?
—No, es que, ya te digo, sobre todo los hombres tenían muchas quejas de que era muy desagradable que te
pusieras el secador en la cabeza después de… ya me entiendes.
Pues no, sinceramente, no lo entiendo y los argumentos tampoco me parecen muy sólidos. La cuestión es que, ahora, cuando voy a la piscina, me siento como en los mejores tiempos de la clandestinidad, porque mis pies necesitan aire caliente y no estoy dispuesta a renunciar a secármelos como es debido ya que:
a) no hago daño a nadie.
b) no estropeo los aparatos.
c) no invierto más tiempo que quien se seca una melena y, por lo tanto, no hago un consumo excesivo de electricidad.
d) si los que es quejan son los hombres habría que restringir el uso de los secadores solo para el pelo al vestuario de los hombres.
i e) la norma me parece una soberana estupidez.
Por suerte, siempre voy al gimnasio cuando hay poca gente, pero, aun así, a la hora de ponerme los calcetines, me veo obligada a desarrollar estrategias de thriller de espionaje para que no me pillen haciendo un uso ilegal del electrodoméstico en cuestión; incluso me parece escuchar por los altavoces la sintonía de la Pantera Rosa. ¡Es tan emocionante! Me recuerda cuando fumábamos en los lavabos del instituto, nos pasábamos octavillas en la parroquia del barrio, justo detrás del confesionario, o buscábamos un rincón escondido para besar, apasionadamente, aquella boca prohibida. ¡Qué tiempos!