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OPINIÓN
Se ha estrenado hace poco Bar Bahar. Entre dos mundos (Israel, 2016), la ópera prima de la directora palestino-israelí Maysaloun Hamoud, premiadísima en los festivales de Toronto y de Donosti.
Quizás cinematográficamente no es gran cosa, no me corresponde a mí decirlo, no soy crítica de cine, pero es un film de una potencia inaudita, ejemplar, complejo.
Vemos las vidas cruzadas de tres palestinas muy diversas y de orígenes y religiones también varias, que conviven en un mismo piso en Tel Aviv (tienen pasaporte israelí). Tres modelos de mujer que el cine no suele ofrecer cuando habla de palestinas o musulmanes. Por un lado, una mujer aparentemente sumisa –viste hiyab y está comprometida con un fundamentalista islámico (un auténtico sepulcro blanqueado)–, pero estudia informática en la universidad y tiene previsto trabajar. Por otro, una abogada (de quien no sabemos mucho) y una camarera y DJ lesbiana de familia católica; ambas sin velo y lejos de la religión. Por otra parte, se trata de actrices muy valientes: otras renunciaron una vez leído el guión. Cine y realidad siempre en íntimo contacto.
Bar Bahar explica extraordinariamente bien una serie de cuestiones. Desde unos ojos occidentales hay tendencia a pensar que el hiyab no puede ser más que una muestra de acatamiento (que puede serlo, desde luego) y nunca una opción. Es interesante ver cómo la que lo lleva se siente bien, cómoda; con qué finura cuando, por exigencias del guión, la abogada tiene que ponérselo, la encuentra muy favorecida, amén de interesante. Es revelador constatar cómo, a pesar de llevar hiyab y de su pretendida sumisión, rechaza el piso «seguro y decente» que le busca su prometido y vuelve a casa de las otras dos. En el futuro, se sacará el hiyab, o no; en todo caso, demuestra que es perfectamente capaz de ir tomando decisiones a su ritmo y según su conciencia.
Fotograma de Bar Bahar. Entre dos mundos (Maysaloun Hamoud, 2016)
Para señalar el grado de liberación de las otras dos protagonistas –Hamoud hizo la película espoleada por las ansias de libertad de la primavera árabe–, las muestra quizás excesivamente amantes de alcohol, tabaco y drogas. La verdad es que no era necesario. Son dos mujeres que pisan fuerte, aunque a veces pisen minas. La una –profesional competente–, busca una relación heterosexual de igual a igual porque cree que es posible. La otra –un poco más transgresora–, intenta vivir libremente su sexualidad.
Que no están solas ni son excepcionales lo certifican documentales que no llegan ni a los circuitos comerciales más minoritarios.
En In the Image: Palestinian Women Capture the Occupation (Judith Montell y Emmy Scharlatt, Palestina-Israel-EEUU, 2014) una serie de palestinas «armadas» sólo con cámaras de vídeo caseras, pañuelo en cabeza, se limitan a registrar violaciones de los derechos humanos cometidas en los territorios palestinos ocupados; ciudadanas libres a pesar de las restricciones de sus vidas, a pesar de los peligros que asumen a favor de un activismo no violento.
Bar Bahar muestra de qué modo y con qué transversalidad los hombres se aprovechan de las relaciones de poder establecidas, de la subordinación de las mujeres.
En Women in Sink (Iris Zaki, Israel-Gran Bretaña, 2015), la directora filma en su peluquería de Haifa las conversaciones que tiene con las clientas mientras les enjabona el pelo posibilitando así un espacio de libertad donde árabes y judías hablan sobre política, historia, sobre la vida, sobre cualquier cosa. Por cierto, en Bar Bahar hay una fugaz escena en una tienda donde se entrevé que las relaciones entre palestinas e israelíes son o pueden ser difíciles.
El film también muestra de qué modo y con qué transversalidad los hombres se aprovechan de las relaciones de poder establecidas, de la subordinación de las mujeres. Desde el violento fundamentalista que puede hacer lo que quiere porque tiene prestigio y fama a su favor (¿cuántos pederastas han podido actuar como han actuado porque sabían que no se daría ningún crédito a las víctimas; cuántas agresiones y violaciones no se perpetran con este apoyo?), hasta el novio de la abogada, un occidentalizado cineasta que encuentra inevitable, y sobre todo muy cómodo, que la tradición se encarnice, más que encarne, en la falta de libertad de las mujeres; a quien no gusta que su familia (por ejemplo, su hermana) sepa cómo es la abogada con quien sale o siquiera la vea fumando, a pesar de que él ha podido estudiar en Nueva York, fuma y bebe lo que quiere o viste como le dé la gana. Hermanos de los hombres que en nuestro entorno se creen con derecho de fiscalizar la vestimenta de las mujeres, y no muy lejos de aquellos a quien ya va bien que las tareas domésticas recaigan en las mujeres, de aquellos que no se sienten implicados a medida que la desigualdad salarial por razón de sexo aumenta, de los que permiten que sólo concilien ellas.
Es bueno recordarlo una vez celebradas las elecciones austriacas: parece que son las mujeres las que han logrado frenar a la extrema derecha y han encaramado a un ecologista a la presidencia. A ver si está a la altura.
Cada una de las tres protagonistas de Bar Bahar se afana por la libertad como sabe y puede en un final ciertamente poco esperanzador. La precaria DJ con el exilio como meta. ¿Quizás Berlín? Quizás. A pesar de todo es la ciudad donde las dos primeras turcas que lograron divorciarse regentan con éxito sendos restaurantes en pleno barrio de Kreutzberg; los Knöfi, es decir, «El ajillo». La abogada seguirá defendiendo su caso, aunque quizás deberá renunciar amargamente al amor. La futura informática, de momento, ha logrado seguir estudiando y aunque a un precio altísimo se ha quitado de encima al fundamentalista. Las tres en este único mundo nuestro, un mundo que no les llega ni a la suela del zapato.