Sara Cuentas Ramírez
Esta fecha significativa es para vindicar y afirmar que persistimos en nuestro camino, que aunque nos arrebaten la vida, que nos invisibilicen, que sexualicen nuestros cuerpos, que restrinjan nuestras libertades y minen nuestros derechos jamás declinaremos, porque este 8 de marzo es nuestro.
Más allá de recordar el hito, de las felicitaciones y las marchas, de los eventos públicos, de vestir las ciudades de flores, de regalos simbólicos y de tarjetas virtuales, existe una realidad adversa para las mujeres en todo el mundo que es imperativo evidenciar. Están asesinando desde todos los frentes a mujeres valerosas, audaces, defensoras de su propia dignidad y la de su pueblo. En sus casas, en sus barrios, comunidades y países el halo de la inseguridad, el miedo alimentados por la violencia patriarcal, heteronormativa, racista, clasista y colonialista se ha acrecentado y ataca con mayor saña a las mujeres.
¿Qué está sucediendo que cerramos los ojos, lamentamos y no actuamos? ¿Qué ideas se asientan en el inconsciente colectivo que naturalizamos la violencia con tanta impunidad? ¿Acaso hemos perdido la fuerza movilizadora y transformadora humana que nos llevó a consolidar estados de derecho, democracias sólidas y relaciones de dignidad con todas las existencias del planeta? ¿O es que acaso sólo fue una quimera?
Observamos cómo las olas feministas que arremetieron con toda la su energía vital para transformar y avanzar en derechos y reconocimiento para las mujeres en un mundo de machistas fueron perdiendo fuerza en el camino. Y no porque se hay persistido poco, sino porque al parecer los tabiques del patriarcado se ha vuelto más sólidos y encontraron el modo de frenar su caudal.
Aun las mujeres continuamos infravaloradas, invisibilizadas en los espacios de participación y toma de decisiones, persisten los micromachismos que tan sutilmente se consolidan en el espacio cotidiano, se desvanecen las políticas públicas y los programas sociales favorecedores de la igualdad y la equidad de género, se restringen presupuestos dedicados a la promoción y protección de los derechos humanos de las mujeres, con la idea de la transversalización se diluyen iniciativas significativas o políticas de discriminación positiva que tanta falta hacen. Se viola, se asesina, se desaparece el cuerpo de las mujeres con impunidad y sólo es noticia desde el morbo, desde el interés machista mediático, que se desvanece tan rápido como apareció.
Ayer conversaba con una defensora de derechos humanos, y me contaba su experiencia y compromiso, de mirar sin miedo en las audiencias a los principales perpetradores que violaron los derechos humanos de personas inocentes bajo el aval de un régimen dictatorial. Ella estaba preocupada porque, cada vez más, el contexto político se torna adverso para su seguridad. Me dijo:” las personas que defiendo me cuidan, allí donde están, porque son desaparecidas”. Y se me congeló el corazón, una activista defiende los derechos incluso más allá de la muerte.
Las defensoras de derechos humanos viven en peligro latente, y a pesar de las amenazas continúan su camino sin miedos. Y les arrebatan la vida quienes no quieren ni paz, ni justicia, ni dignidad. Berta Cáceres en Honduras fue asesinada por defender el medio ambiente y a los pueblos indígenas. Así como ella, muchas defensoras tienen la muerte anunciada. Sara García, defensora y feminista afirma que “en la Región Latinoamericana son las defensoras ambientales las que mayor violencia enfrentan, seguidas de quienes defendemos derechos sexuales y reproductivos. Las agresiones tienen componente de género. Son precedidas de hostigamiento psicológico, amenazas a las familias”.
Conozco de cerca el trabajo y la acción vindicativa de las defensoras de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres indígenas esterilizadas de manera forzada en el Perú. Ellas mismas son defensoras de sus derechos y demandan Verdad, Justicia y Reparación. Ahora se encuentran en un contexto adverso para sus vidas, están recibiendo amenazas. El contexto electoral lejos de favorecerlas las coloca en una situación de vulnerabilidad, pues hay intereses creados de partidos políticos para que su demanda no se haga realidad.
Pero también se indigna el corazón cuando dentro del mismo movimiento organizado de la sociedad civil que dice defender los derechos de las mujeres, sólo las utilizan para graficar sus discursos, para fundamentar su trabajo, para lograr financiamiento y para tener réditos personales. Y entonces, aparecen expertas y expertos en las vulneraciones que afectan a las mujeres, escriben libros, diseñan campañas, ambicionan aparecer en medios, y mientras la discriminación, la violencia, el racismo, el clasismo, el machismo crecen y danzan con antojo entre las mujeres las supuestas solidaridades crecen como burbujas pero sin un trasfondo real y tarde o temprano se desvanecen.
Este 8 de marzo nos queda la energía, la vitalidad, la fuerza transformadora de las que continuamos al frente, defendiendo nuestros ríos, lagos, montañas, defendiendo en sus mismos territorios a las poblaciones en situación de vulnerabilidad y pobreza, estableciendo un diálogo horizontal y sororo con las hermanas indígenas que fueron violentadas en sus derechos sexuales y reproductivos, evidenciando la verdad para que repare y sane las conciencias equivocadas.
El anhelo de una utopía nos anima a avanzar: vivir en un mundo libre de violencias, igualitario, sin miedos, con sonrisas, abrazos, dignidad, respeto, autonomía, sin opresiones, donde valoremos la diversidad humana, donde el colonialismo, el androcentrismo y el antropocentrismo sean sólo cenizas del pasado.
