miércoles 24 abril 2024

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Tres presidentas y un desafío

Gisella Evangelisti

 OPINIÓN

“Las cosas serían diferentes si yo no fuera mujer”. Dilma Roussef recientemente ha usado este argumento para denunciar en la ONU el intento de “golpe blanco” para destituirla.

 

El maquillaje de las cuentas públicas que ha practicado, como otros presidentes, para minimizar el déficit, no da para tanto, es un simple pretexto para eliminarla de la escena política: lo afirman prestigiosos juristas internacionales como Baltazar Garzón, el premio Nobel como Adolfo Pérez de Esquivel, 8.000 juristas brasileños y gran parte de la prensa internacional, del New York Times a The Guardian, al País.

Otras dos presidentas latinoamericanas en esta última década ha sido elegidas por primera vez en la historia de su país a la gran responsabilidad de dirigirlo: Cristina Fernández, abogada argentina, apasionada y polémica, amante de los vestidos llamativos, a quien también se anuncia un juicio; y Michelle Bachelet, pediatra chilena, (con una experiencia trágica de la dictadura de Pinochet, habiendo sufrido la cárcel y perdido el padre y el compañero), conciliadora y prudente.

Han gobernado cada cual con su estilo y su metodología propia.

 

Dilma Roussef

Dilma Roussef, la ex guerrillera que soportó tres inhumanos años de cárcel, que recibió la herencia de Lula y comenzó su gobierno con un 77% de aprobación, para bajar a lo largo de su turbulento segundo mandato, a solo un 8% de popularidad, parece estar pagando más de la cuenta por errores propios y ajenos.

¿Cuánto ha influido el hecho que la presidenta es mujer?

Parece, y pasa en todos los paralelos del mundo, que la tensión política tiene el efecto de resucitar (si alguna vez ha muerto) un adormilado sexismo que subyace, como bacteria intestinal, hasta en las sociedades más modernas.

Así, en Catalunya una digna alcaldesa puede ser invitada “a lavar pisos”; en Italia, veinte años de berlusconismo han llevado a la política mujeres guapas (sin importar su currículum). Y, como era de esperar en un país como Brasil, donde se hacen carreras de “bundas” y donde hay un culto obsesivo del cuerpo, Dilma ha sido objeto de vulgaridades y expresiones sexistas, impensables si hubiera sido hombre.

La prensa más difundida, como “Isto é”, “Veja”, “Epoca”, “la Folha de Sao Paulo” y la TV Globo (en manos de 6 poderosas familias) se ha ensañado con ella, usando las definiciones más comunes cuando se quiere descalificar una mujer, como “histérica”, o “poco femenina”. “Erotícese presidenta”, era el consejo final.

En cambio, se ha presentado como modelo de feminidad, siendo “Bella, recatada y del hogar” la joven esposa del vice presidente, Marcela Temer, una mujer que vive a la sombra de un marido poderoso de 43 años mayor que ella, indagado por venta fraudulenta de etanol. ¿Es esto lo máximo a lo que puede aspirar una mujer? Obviamente ha habido reacciones indignadas, de mujeres y no en la Red.

Es cierto, probablemente las cosas hubieran sido diferente si Dilma fuera un hombre. La proverbial dureza de la presidenta (en su mandato se han alternado 86 ministros) y su escasa actitud hacia la negociación contrasta, en cambio, con lo que sí ha caracterizado al carismático Lula. Es posible que, de ser Dilma hombre, hubiera sido considerado un sinónimo de capacidad de mando.

Pero la polémica sexista es solo la decoración de la tarta, la modalidad de lucha, no es lo sustantivo.

Como se recordará, Lula y Luego Dilma, han dado un viraje a la estructura excluyente de economía brasileña, utilizando las grandes ganancias obtenidas de la exportación de materias primas para estimular el consumo popular: han desarrollado programas como “Bolsa familia” disminuyendo del 82% el número de personas sub alimentadas, otros de vivienda, como “Minha casa- Minha vida” (para 10 millones de familias), y han abierto por primera vez las universidades a los hijos e hijas de los pobres.

Ha sido una época exaltante, en que un Brasil optimista se ha presentado como líder de países emergentes. Sin embargo, la ralentización de la economía china y la crisis financiera mundial del 2008, con la bajada drástica del precio del petróleo y otras materias primas, juntos con algunas medidas económicas desacertadas, como el control artificial de los precios, han evidenciado los límites del modelo.

Brasil tiene problemas estructurales, como la baja productividad, un sistema fiscal y burocrático engorroso, escasez de profesionales preparados y de inversiones, entre ellos, y no ha logrado abrirse mayores espacios en el mercado internacional.

Dilma ha reconocido que las medidas para estimular el crecimiento se han agotado. Además, se han mantenido viejos problemas, como la deforestación de la Amazonía, y las masacres de jóvenes negros de las periferias por parte de la policía.

Los recortes a los beneficios sociales, que han provocado el aumento del precio de los transportes, justo mientras se gastaban cifras enormes para el Mundial, han llevado en 2013 millones de personas a protestar en la calle. Las manifestaciones del 2013 han marcado un punto de quiebra, con la gente manifestando por el respeto a su derecho a una mejor educación, sanidad, trabajo. “Lo nuevo”, según la escritora Eliane Brum, ha irrumpido en el escenario público.

Pero en 2014 el poder judicial destapa el caso “Lava jato” (Lava Auto, ‘porque comenzó investigando una gasolinera), que pone al descubierto una compleja trama de corrupción, ligada a la petrolera estatal Petrobras.

Empresas como la constructora Odebrecht sobornaban funcionarios de Petrobras (inicialmente se indagaron los del PT, después los representantes de otros partidos de derecha) para obtener contratos, y se auto-compensaban aumentando artificialmente los costes, de manera que la ciudadanía perdió al menos 10 billones de dólares. Marcelo Odebrecht fue condenado a 19 años de cárcel, así como otros famosos empresarios.

Las ganancias de Petrobras no han llegado solo, por vías tortuosas, a financiar campañas políticas del PT, sino han llegado a los bolsillos de políticos relevantes de la derecha, como el presidente de la Cámara, Eduardo Cunha, que además que permitirse noches de 6.000 euros en un hotel de lujo en Dubai, maniobra los votos de 100 diputados.

Dilma Roussef resulta, en cambio, no haberse llevado un centavo de Petrobras, pero habiéndola supervisado en calidad de Ministra de Energía o como presidenta del Cda, difícilmente puede decir “yo no sé nada”.

Los mercados financieros, los empresarios descontentos de la FIESP y políticos corruptos de la derecha, que son mayoría en el congreso, con Eduardo Cunha en primera plana, sienten que pueden aprovechar del desconcierto y la rabia de la población al conocer la trama.

Para desviar la atención sobre sus cargos, los políticos corruptos se visten de moralizadores, y emprenden un proceso de impeachment, apoyados en esto por los media, que siguen denigrando cualquier iniciativa de la presidenta: el chivo expiatorio perfecto.

Objetivo: poner punto final a las políticas “populistas” (mejor dicho, a favor del pueblo) de los mandatos de Lula y Dilma y retomar firmemente el control de los recursos del inmenso país, a saber: el “presal”, las reservas de petróleo submarino; las tierras, (sin tener que negociar con indígenas o esos fastidiosos campesinos del MST-Movimento dos Sem Terra); la Amazonia, (con libertad de deforestación); el agua (el enorme Acuífero Guaraní, 1.200.000 km bajo las tierras de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, frente a la perspectiva de mayores sequías en los próximos 20 años). Todos estos bienes deben ser manejados por el capital internacional, aliado con los negocios privados de la élite de siempre. ¿Está claro?

“He podido ver en estos eventos la faceta cruel de mi país”, afirma con tristeza María Araujo, una socióloga de Salvador de Bahia que ha trabajado por años en el proyecto Axé, dirigido a los “meninos de rua”, los niños de la calle.

“Hay gente que no soporta que los que eran pobres puedan viajar, ir a un centro comercial, estudiar. Quieren de todos modos regresar a dominar el país. Pero, hay que ver si lo lograrán.

La derecha rancia de Cunha es aun más impopular que Dilma. La ciudadanía debe seguir luchando contra la corrupción, sea de quien sea, y por sus derechos. Nada nos cae del cielo, como un regalo. Pero somos un pueblo de jóvenes. Debemos tratar de reinventar nuestro país”.

 

Cristina Fernández

Cristina Fernández ha optado por políticas proteccionistas y estatistas, procediendo a una serie de nacionalizaciones, con resultados desiguales. Ha hecho construir millares de escuelas, hospitales, universidades, ha proporcionado un subsidio a los hijos de desempleados, ha legalizado los trabajadores informales (entre otras medidas), contribuyendo a disminuir sustantivamente la pobreza y el hambre.

Entre sus adversarios, el poderosa lobby de los productores de soya, contrarios al aumento de impuestos.
A Cristina, (la gente la llama por su nombre) se la odia o se la ama. Su mandato termina con una alta inflación y un alto déficit del estado, con tantas críticas como aprobaciones.

Su sucesor, el presidente Macri, recién llegado, hace saber que deshará lo que sus predecesores han construido, optando por un neoliberismo ortodoxo y feroz, en pos de la modernidad. Y decide pagar casi totalmente los cuestionados “fondos buitres”, despedir 120.000 funcionarios públicos, aumentar el precio del transporte. En tres meses, ya parece acabarse la luna de miel del nuevo presidente con la ciudadanía abierta a la innovación.

 

Michelle Bachelet

En Chile, Michelle Bachelet aparece la más calificada para sortear con habilidad los vaivenes políticos. Terminó su primer mandato en 2009 con un índice de aprobación del 80%, y fue elogiada internacionalmente por haber practicado una política de consenso social, justo en la tormenta de la crisis financiera mundial.

Los altos precios del rame, principal materia prima de Chile, permiten cierta abundancia, pero Bachelet opta para mantener un superávit fiscal. Despenaliza el aborto y es sensible a la problemática de la mujer, habiendo dirigido por un tiempo ONU Mujer.

Las críticas le vienen de los y las estudiantes, que piden transformar el sistema escolástico demasiado elitista, y de los grupos sociales que no se sienten bastante escuchados, como indígenas y ecologistas.

En unas declaraciones emitidas en Italia el año pasado, Bachelet reconoce que es necesario apostar a una sociedad más inclusiva, por eso está aplicando una reforma fiscal más equitativa y una reforma de la universidad, para favorecer el acceso a los pobres. Se ha sentido dolida, afirma, cuando en Chile se han descubierto casos de corrupción en su gobierno, y hasta su hijo ha aprovechado de su parentesco para obtener un fuerte préstamo.
Por eso aclara que tiene una agenda de transparencia que prevé el aumento de penas para los corruptos.

 

Tres mujeres

Podemos decir que estas tres mujeres con sus diferentes personalidades y estilos han aceptado, con aciertos y desaciertos, el desafío de “modernizar con equidad” sus países, marcados por altos índices de pobreza y desigualdad, en un contexto internacional donde los “poderes fuertes”, como bancos, multinacionales etc. condicionan de manera aplastante las políticas locales que tratan de diferenciarse, y determinan el destino real de los pueblos.

Un ejemplo de ello son las negociaciones secretas del TTIP, el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Unión Europea, que podría tener, de ser aprobado, más poder que las leyes locales.

La cuestión moral, además, es crucial en el Sur como en el Norte del mundo, por las colusiones entre política y business, que pueden superar las buenas intenciones iniciales de los mandatarios y mandatarias.

Por eso es necesario que la ciudadanía mantenga un papel activo y vigile estrechamente la clase política, cualquier sea su inspiración ideológica.

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Drina Ergueta

Drina Ergueta

Periodista y antropóloga. Comunicación y feminismo son sus temas predilectos desde hace más de una década. Articulista en medios bolivianos y portales feministas de España/México.
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