viernes 29 marzo 2024

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Si me quieres, no te acerques

 

   

Isabel1

 

OPINIÓN

Este articulo, escrito desde el corazón (del confinamiento), está dedicado a mi amiga Isabel Fuentes y a mi compañera la Dra. Laura Valverde

 

Es curioso. Como contrasta, a pesar del confinamiento, el esplendor del jardín. El limonero echa hojas, flores y frutos como si el virus no fuera con él. Ayer le dije:
Estás confinado. Es decir, que no podremos repartir tus limones con la misma alegría y profusión que hasta ahora. No respondió; continua produciendo flores y frutos con la arrogancia de cada primavera.

El perro tampoco entiende la dinámica del confinamiento. ¿Por qué ahora salimos tan poco y no nos relacionamos con otros perros? En la tele ha oído que algunos colegas se quejan de lo contrario, los saca toda la familia, uno detrás de la otra, y cuando ven agarrar la correa se esconden bajo la cama; ya no les queda
líquido en la vejiga.

 

Fra foto

 

 

Que el limonero o el perro no lo entiendan tiene su lógica, pero me encuentro con mucha gente que no acaba de asimilar qué significa: “Quédate en casa”. En una de esas colas tan habituales estos días, escucho una conversación entre dos amigas. Una comenta que solo sale para visitar a su madre, vuelve a casa y ya no
se mueve hasta el día siguiente —¿Vas cada día a llevarle el virus? —comenta socarrona la otra.
Se enfada. Las madres, ya se sabe, son intocables.

—Es mayor y me necesita.
—Pues, entonces tendrías que quedarte con ella en lugar de ir paseando el bichito. El aislamiento social no es tanto para protegerse una misma como para
preservar a las personas vulnerables, y diría que tu madre lo es.
—¡Ah, no! Más de dos horas juntas, no nos soportamos.
¡Ole tu! Me vuelvo al limonero.

El confinamiento en el pueblo es bastante más llevadero. A pesar de que todos los días tienen ese regusto a domingo por la tarde, cada anochecer hay vítores y aplausos. Eso anima. Mi pareja no sale, es médica y se lo toma con escepticismo.
Más material y menos aplausos, dice. Yo le aclaro que el jolgorio no es solo por ella y toda la gente que con su trabajo se expone y se entrega. Es también una forma de compartir el encierro, de confesar públicamente que en más de una ocasión nos hemos descubierto tarareando Resistiré del Dúo Dinámico.

Las medidas de seguridad en casa son estrictas. Cuando llega del trabajo (ahora voluntaria de refuerzo en hospitales) se desnuda en el pequeño recibidor con puerta independiente y recorre con su espléndida desnudez el camino hasta la ducha que yo he abierto y he dejado brotar para que encuentre el agua calentita.
Al acabar, se pone una ropa que no saldrá de casa. Hace días que dormimos en habitaciones diferentes, incluso se ha planteado ir a vivir a otro lugar de forma provisional. Porque el virus va de aquí para allá y lo que más le dolería seria traerlo a casa y contagiarme. Con mi natural tendencia al disparate, propongo
alternativas: si dormimos mirando cada una hacia un lado seguro que no me contagias. No le hace gracia la bromita, y eso que de normal me cuesta poco hacerla reír. Con la mirada —no necesita decirlo con palabras— me aclara que no se acerca porque me quiere, porque quiere protegerme. Ya lo recuperaremos, dice.

Bueno, no es agradable pero sí soportable. Lo que te rompe el corazón es no poder estar cerca del abuelo, que acababa de ingresar en una residencia; o de la amiga confinada en su casa después de haber pasado por el Hospital del Mar. El día que lo supimos, la pandemia dejó de ser una estadística: tenia nombre y
apellidos y una historia en común. En el grupo de whatsapp creado exclusivamente para dar noticies de su estado, estábamos todas con el alma en vilo, sufriendo por ella y sufriendo de impotencia. Otras, que hemos pasado por situaciones hospitalarias igualmente duras, teníamos una mano donde agarrarnos, alguien cerca para enjuagarnos el dolor.

Ahora ya está en casa, confinada entre el cama y el cuarto de baño, atendida por su hijo cocinero y de cháchara con las amigas por telefóno o video llamada.

Contenta de haber regresado aunque no pueda recibir todavía el calor humano.

Ya lo recuperaremos, me dice.

No puedo dejar de pensar en el estallido de besos y abrazos que habrá cuando todo esto haya acabado.

 

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Amada Santos

Amada Santos

Fotoperiodista i Socióloga. Activista Feminista, Defensora DDHH i Cooperant. Presidenta de la XIDPIC.Cat. Co-coordinadora i Editora de La Independent. Coordinadora Internacional a la RIPVG
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