Escrito por Alessandra Pigliaru* Sinpermiso / La Independent
A través de un post en Facebook, Giorgia Meloni anunció el fin de sus diez años de relación con Andrea Giambruno.
La ahora ex pareja del primer ministro ya se había distinguido por ser “problemática” en el pasado: hablando de una violación, amonestó a las mujeres: “Si no os emborracháis, evitaréis al lobo feroz”. En aquella ocasión, Meloni había intentado explicar lo indefendible, aclarando que sólo era su manera “precipitada y asertiva” de expresar el consejo de mantener la cabeza despejada y no bajar la guardia.
No sabemos si su apoyo se resintió por ello, aunque desde luego resultó cuando menos chocante que una mujer defendiera un comentario tan desafortunado sobre una forma primordial de violencia que no merece ningún tipo de atenuante para sus autores. Pero la gota que colmó el vaso llegó hace un par de días, cuando a Giambruno se le grabó fuera de antena haciendo comentarios inapropiados sobre la periodista Viviana Guglielmi.
En su mensaje de Facebook, Meloni afirmaba que la relación con el padre de su hija había terminado, en efecto, hacía tiempo y que ya era hora de reconocerlo. Además de la impropia vulgaridad del propio Andrea Giambruno – no sólo como periodista que hace su trabajo, sino inevitablemente, y quizá lo más importante, como pareja del ocupante de uno de los más altos cargos del Estado – hay dos elementos que llaman la atención en esta historia, que nos dice algo sobre las relaciones entre mujeres y hombres.
La primera es que a un hombre le costará aceptar (si no es que se niega en redondo) compartir el escenario público con una mujer poderosa y, en lugar de encontrar un equilibrio y un enfoque razonable a esta disparidad de poder, reaccionará apoderándose del botín del privilegio masculino reflejo, por ejemplo, dándose permiso para decir lo que se le pase por la cabeza. Si no tiene poder, debe presumir ante todo el mundo de que posee algo propio, a saber, un pene; y hacer ostentación de ello, como si tuviera alguna importancia.
El segundo elemento es la naturaleza ambivalente de lo que se representa en este acto. Muchos han visto las posiciones de Giambruno -especialmente los comentarios fuera de antena de hace un par de días- como un ataque dirigido a la propia Meloni; y tal actitud sin filtro se fundamenta en un imaginario al que estamos acostumbrados desde las más bajas profundidades del berlusconismo: ese espacio simbólico corrompido en el que todo el mundo, especialmente las mujeres, sirve como recurso por el que luchar por parte de machos hormonales enfurecidos en plena competición y crisis existencial.
En resumen, Giorgia Meloni tomó la firme decisión de deshacerse de un peso muerto y, aunque el mundo está lleno de Giambrunis, al menos para ella es una buena noticia.
Por último, había una tercera nota, aún más agria, al final del post de la primera ministra, donde decía que “todos aquellos que han esperado debilitarme golpeándome en casa deberían saber que, por mucho que una gota de agua pretenda penetrar en la piedra, la piedra sigue siendo piedra y la gota no es más que agua”.
Alude a los adversarios que no han jugado limpio, pero la analogía parece un ejemplo sorprendente de admisión involuntaria de la verdad: obviamente, por mucho que resista, al final la piedra se verá erosionada por el agua.
Sólo cabe esperar que esto ocurra en el terreno de juego de la política, no en el de una telenovela.
Alessandra Pigliaru, profesora de Historia de la Filosofía en la Universidad de Sassari (Cerdeña), ensayista y teórica feminista, es colaboradora del diario il manifesto.
Fuente:
il manifesto global
Temática: Feminismo Italia
