sábado 12 octubre 2024

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Historia de la violación

María Galindo

OPNIÓN

La violación no es un acto sexual, no tiene nada que ver con sexo o placer, sino con el ejercicio de violencia, con el ejercicio de poder, de domesticación y de amedrentamiento que se comete contra las mujeres.

 

Escribo en el contexto de la sentencia contra “La manada” que niega la violación, que subestima y descalifica la palabra de la víctima, y que tiene hoy un carácter global en el que en el subtexto se invita a los hombres a violar a las mujeres como derecho masculino.

No es un debate jurídico, es un debate político sobre el uso de la violación como mecanismo de amedrentamiento colectivo, porque eso es lo que la sentencia implica. Se debería abrir un juicio contra los jueces por instigar a la violencia contra las mujeres a escala mundial.

La opinión de un juez para la absolución de los violadores y la sentencia de la mayor parte del jurado que los condena a una pena leve que los tendrá en la calle en poco tiempo, no tiene repercusiones únicamente locales, sino que responde a esta lógica patriarcal global de gran escala.

Una lógica patriarcal que nos afecta a todas y que representa un sabotaje contra las nuevas formas de vivir y sentir nuestros cuerpos que venimos cultivando las mujeres a escala mundial. Las mujeres nos hemos despojado por fuerza propia del tutelaje patriarcal y esta sentencia nos tira para atrás, reimponiéndonos el tutelaje masculino como condición para nuestra seguridad. En otras palabras, si no estás con un hombre estás sola; si eres mujer eres un cuerpo disponible.

Es importante en este contexto rememorar las arduas e interminables discusiones en las que estuvimos las mujeres para convertir la violación de un delito contra las buenas costumbres a un delito contra las personas. Personalmente, escuché a juristas históricos de la sociedad boliviana, como Huáscar Cajías o Benjamín Miguel, argumentar que era imposible determinar el no consentimiento de la víctima y que por lo tanto la violación no podía jamás ser convertida en un delito contra la persona.

Logramos cambiar la ley, pero no sirvió para nada porque la ley es siempre el instrumento del más fuerte.
Por eso aunque el delito de violación es hoy un delito contra la persona, todo juicio por violación se convierte en un juicio contra la víctima, en el que es ella la que tiene que probar su inocencia. Donde su oficio, por ejemplo si es trabajadora sexual, o su relación con la víctima si es su esposa, novia, amiga o conocida la convierte en responsable de la violación.

Al juez le pareció la escena de violación un “jolgorio”. En la percepción del juez hay una identificación con el victimador, hay una misoginia y un desprecio por la situación de la víctima. No se trata de una cuestión técnica, tampoco de una cuestión psicológica, se trata de una cuestión política.

En las guerras las violaciones han sido parte de la estrategia de guerra contra el enemigo. La esclavitud ha sido también un régimen de propiedad del amo sobre los cuerpos de las esclavas. En el pongueaje (un tipo de esclavismo del indígena en favor de colonos o criollos) y el colonialismo también los cuerpos de las mujeres han sido parte de la propiedad del conquistador, del terrateniente y del patrón.

La violación ha sido un mecanismo de dominación y humillación y sigue siéndolo.

No somos las esclavas del siglo XIX, no somos las indias violadas del siglo XVII, lo que hoy en la violación está en juego es todo el espacio de libertad que hemos abierto. Está en juego el derecho a participar de la fiesta, está en juego el derecho a la noche, está en juego el derecho al espacio público, está en juego el derecho a vestirme como me dé la gana, a comportarme como me da la gana.

Está en juego el valor de nuestra palabra cuando decimos que no y la credibilidad de nuestra palabra cuando decimos que hemos sido violadas.

No basta decirle a la compañera que “te creo”.

No basta identificarnos con ella.

Creo que lo más importante es entender que no es una sentencia más en medio de muchas; está pasando lo mismo en nuestro país, Bolivia, todos los días, sin repercusión mediática porque a los medios no les interesa.

Debemos sentarnos a pensar colectivamente cómo vamos a defender nuestra libertad, debemos sentarnos a pensar colectivamente cómo vamos a enunciar nuestra libertad y cuál es la proclama de libertad que lanzaremos colectivamente frente a este llamado mundial a violarnos para hacernos callar.

 

(*)Columna “Desde la acera de enfrente” de Maria Galindo, miembra de Mujeres Creando.

 

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Drina Ergueta

Periodista y antropóloga. Comunicación y feminismo son sus temas predilectos desde hace más de una década. Articulista en medios bolivianos y portales feministas de España/México.
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