Enid Negrete. Foto Guillermo Moliner
Pocas obras del mundo teatral son tan paradigmáticas como Hamlet. Es un reto en todos los sentidos de una puesta en escena: actoral, conceptual y a nivel de su recepción en el espectador.
Como lo explicara el estudioso Shakespereano, Harold Bloom (1930) “No es sólo que Hamlet venga después de Maquiavelo y Montaigne; más bien Hamlet viene después de Shakespeare, y nadie hasta ahora ha logrado ser post-shakespereano”.
Pensar en una compañía amateur que se atreve a un montaje de una obra tan compleja es algo fuera de lo normal e implica un riesgo enorme. En este caso tengo que hablar de un encuentro feliz. Un grupo teatral de Vilassar de Dalt, bajo la dirección de José Maria Paraje, inicia esta experiencia haciendo una versión propia del clásico shakespereano. Este montaje se presenta en el Teatro del Casal de la ciudad con muy pocas representaciones, como es comprensible.
Si tomamos en cuenta la idea de que “…Hamlet es apenas la tragedia de venganza que sólo finge ser. Es el teatro del mundo…”1, podemos encontrar la base de la propuesta escénica de este montaje. La historia se cuenta desde el punto de vista de los actores de la compañía que realiza la representación para confrontar a Claudio y Gertrudis. El principal logro de esta concepción es darle una dimensión distinta a la obra dado que establece una relación diferente entre verdad, realidad, ficción y verosimilitud.
En un espacio sencillo, con una producción clara y eficiente, sin pretensiones, esta compañía logra un buen trabajo escénico, y aunque Hamlet está un poco precipitado tanto en el texto como en la acción escénica o, en el caso de Ofelia, se podría mejorar mucho la relación con la verosimilitud emocional, se tiene que decir que el buen nivel actoral general sorprende en un trabajo no profesional. Destaco sobre todo en este ámbito, la participación de César