Estos días he estado leyendo venturosamente el libro Capitalismo caníbal, de Nancy Fraser (Editorial Tigre de papel, 2023, traducido al catalán por Anna Llisterri), no os engañaré un libro ambicioso, cada página se suma a la anterior para proporcionar un cuerpo teórico, socialista y revolucionario (que va mucho más allá del análisis marxista, poniéndolo al día con los cambios que el capitalismo ha sufrido), que nos da las herramientas para combatir el sistema que nos devora. Fíjense en el subtítulo: Cómo nuestro sistema devora la democracia, los cuidados y el planeta, y qué podemos hacer al respecto.
Unos breves apuntes sobre algunos aspectos referentes al neoliberalismo y las desigualdades de género, basándome en el libro citado.
El capitalismo entendido como un tipo de sociedad incluye ingredientes extraeconómicos. En ese marco, la injusticia estructural significa explotación de clase, por supuesto, pero también dominación de género y opresión racial.
La producción de mercancías, objeto del capitalismo, necesita de un trabajo reproductivo que se relega a la esfera doméstica, donde se oculta su importancia social. El hecho de que no sea remunerado o esté mal pagado acaba de cerrar la cuestión: las personas que realizan estos trabajos están subordinadas estructuralmente a las que cobran salarios en efectivo para la «producción», aunque su trabajo «reproductivo» también proporcione condiciones necesarias para el trabajo asalariado. Por poner un ejemplo, si no hay criaturas, ni tampoco los cuidados que requieren, no hay fuerza de trabajo futura.
La división entre producción y reproducción surgió históricamente con el capitalismo. Durante el siglo XX, algunos aspectos de la reproducción social (formas de abastecimiento, cuidados e interacciones que producen y sostienen a los seres humanos y los vínculos sociales) se transformaron en servicios y bienes públicos, desprivatizados y no mercantilizados. Por ejemplo, las residencias públicas para personas mayores. Hoy, el neoliberalismo busca por encima de todo privatizar y mercantilizar estos servicios. Y el problema, y grave, es que la oposición al neoliberalismo prioriza los debates sobre aspectos económicos y ecológicos, pero tiene muy poco en cuenta los temas de la reproducción social.
Para Fraser, la alternativa al capitalismo neoliberales el socialismo. Pero éste, el socialismo, por ser una alternativa al neoliberalismo debe superar además de la explotación del trabajo asalariado por parte del capital, los problemas del medio ambiente, el racismo, etc. debe vencer, como decimos, los problemas que se derivan del trabajo reproductivo no remunerado: un pozo considerable de trabajo no asalariado o mal pagado destinado a la reproducción social, un trabajo que realizan sobre todo las mujeres. En teoría, las mujeres deben ser iguales que los hombres en todos los ámbitos y merecen las mismas oportunidades para desarrollar su talento, lo que incluye sobre todo la esfera de la producción y la reproducción. Pero resulta que en el sistema neoliberal la reproducción se presenta como un obstáculo a relegar, a abandonar, en la consecución de la liberación, de la igualdad de género en la esfera de la producción. El neoliberalismo ha significado un aumento del número de horas de trabajo que un hogar necesita para mantener a una familia, lo que provoca una lucha desaforada por transferir los cuidados a otros. Hay un vacío de cuidados y entonces se importan trabajadoras migrantes de los países pobres a los ricos que se encargan del trabajo reproductivo y de cuidados que antes desarrollaban mujeres más privilegiadas. Y el bucle continúa porque estas mujeres racializadas y de regiones pobres deben transferir sus responsabilidades reproductivas y de cuidado a otras mujeres aún más pobres que a su vez deben hacer lo mismo… De modo que el problema del cuidado no se resuelve, sino que se desplaza. Muchos países pobres endeudados se aprovechan de esta circunstancia y promueven el envío de mujeres a países ricos para disponer de casch con los envíos que estas mujeres hacen a sus países. Los resultados nefastos del neoliberalismo sobre la esfera reproductiva son evidentes.
Soluciones terribles: la congelación de óvulos
La congelación de óvulos se populariza, pero a precios prohibitivos, aunque existen algunas empresas de tecnologías de la información que, por intereses obvios, ofrecen gratis la congelación de óvulos a trabajadoras altamente calificadas y bien pagadas. La polémica suscitada, hace ya años, por la oferta de Facebook y Apple para que sus trabajadoras puedan congelar gratuitamente sus óvulos no es baladí ni marginal. ¿Es una medida aceptable para atraer al talento femenino? ¿Es una medida aceptable para conseguir la conciliación de la vida familiar y laboral? ¿Es una medida admisible en el camino de la codiciada igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres? De entrada, el ofrecimiento de congelación de óvulos nos dice abiertamente que, en los ámbitos laborales de este tipo, el trabajo de las mujeres no es compatible con la maternidad. Pero lo que ocurre es que, a la vez, la maternidad es necesaria para la prosperidad social, cultural y económica de los países. Véase mi artículo La congelación de óvulos y la pirámide de población (Diari ARA, 28/11/2014)
Por lo general, aceptamos el capitalismo neoliberal como única forma de organización económica, y en este sistema se exige una disponibilidad absoluta de las personas como condición sine qua non para conseguir una carrera profesional exitosa. Lo que es bueno para las empresas es letal a medio y largo plazo para el conjunto de la sociedad, porque perjudica la pirámide de edad y las mujeres —a las que la sociedad traslada la responsabilidad de solucionar este problema a costa de su realización personal y de su libertad—. Las mujeres deben ser madres y amas de casa, deben ser trabajadoras fuera del hogar para ganar dinero y deben cuidar de una población cada vez más envejecida. Se pretende que trabajen intensamente, que consagren a las empresas sus años de juventud con total dedicación y con bajos sueldos. Y cuando alcanzan mayores sueldos, la empresa les concede todo tipo de permisos de maternidad con la consiguiente reducción de sueldo sobre una base más elevada. Pero es que, además, una vez se han convertido en madres es común que se las perciba menos competentes, asertivas y comprometidas, y con menos encaje en cuanto a posiciones laborales de tipo masculino que las mujeres sin hijos o los padres.
La clave para acabar con la discriminación de las madres trabajadoras basada en los estereotipos es que cese la desigual distribución del trabajo doméstico y del cuidado de las criaturas entre padres y madres, o que al menos ceda la percepción de que las mujeres se consagrarán a las tareas domésticas y el cuidado de los niños en detrimento de sus puestos de trabajo. En este cambio de percepciones, los líderes de las organizaciones pueden hacer mucho.
La maternidad es un problema social demasiado grave y con demasiadas consecuencias para que lo condicionemos a los objetivos a corto plazo y al máximo beneficio de las empresas. La sociedad y los poderes públicos deben intervenir vigorosamente para corregir estos problemas, para conseguir una mayor felicidad de las mujeres y una sociedad con una pirámide de edad equilibrada. Si no, ya sabemos lo que nos espera: los datos prospectivos nos avisan de que en Europa de 2030 la pirámide poblacional se habrá invertido. Tampoco se habrá logrado la igualdad entre los géneros.