viernes 19 abril 2024

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Gisella Evangelisti ok

Como mariposas en el cemento

OPINIÓN

“Así nos sentimos en este momento oscuro de la historia, de nuevo con una guerra bárbara a la vuelta de la esquina, el hambre que acecha enteros pueblos, y la amenaza del apocalipsis nuclear: con una difusa sensación de alarma e impotencia”, según la expresión de la bielorrusa Svetlana Aleksievich, premio Nobel 2015, autora, entre otros, del libro La guerra no tiene rostro de mujer. ¿Dónde encontrar entonces una salida?        

Los libros de Svetlana Aleksievitx, no son novelas con agua de rosas que ya te olvidas al cerrarlas, sino panorámicas sobre el alma humana, de una amplitud y profundidad tales que al leer y releerlos siguen revelándote más matices. No de casualidad han sido traducidos en más de 20 idiomas, (uno también en China), pero siendo hostigados en su patria, la Bielorrusia de Lukashenko, la escritora tuvo que exiliarse en Berlín.

Su talento se revela en una peculiar mezcla de periodismo y literatura, que recoge las pequeñas historias de personas comunes en el torbellino de los grandes eventos históricos, como la segunda guerra mundial, el desastre de Chernobil, la guerra de Afganistán, el desmoronamiento de la URSS. Historias de víctimas o verdugos, campesinos y campesinas o generales, cruzadas por creencias y prejuicios, logros y decepciones, que merecen no desaparecer en el polvo de la historia. Pues todos, verdugos y victimas, de distintas opiniones y puntos de vista, tienen destellos de humanidad.

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Me pregunté cómo explica y vive, esta gran escritora, el actual conflicto que desgarra tres patrias que de algún modo son parte de ella: Ucrania, donde nació de madre ucraniana, Bielorrusia, donde creció, (un país amigo de Ucrania, pero ahora repleto de tropas rusas), y Rusia, su patria cultural, que recorrió a lo largo y lo ancho, grabando centenares de casetes de testimonios.  La respuesta la podemos encontrar en el discurso que hizo al recibir el Nobel, y en algunas sendas entrevistas a media de varios países (entre las más interesantes, una en You Tube, en el programa “Hay vida en Martes”, en español). Lo que sigue recoge algunas de sus afirmaciones.

Cuenta la autora que en el pequeño pueblo de Bielorrusia, donde sus padres eran maestros, la niña Svetlana creció en una casa llena de libros, pero ella prefería escuchar los relatos llenos de aventuras de las abuelas que habían vivido la guerra, donde al menos 24 millones de rusos y un cuarto de los bielorrusos se habían sacrificado para liberar su patria y Europa del nazismo. Entre ellas había también las ex chicas alistadas a los 16 años en el ejército cuando los alemanes se acercaban a Moscú. Pero ellas tenían una percepción diferente de la guerra, observaba la niña. “Mientras el hombre es un rehén de la guerra, como soldado que debe estar siempre dispuesto a matar y morir (somos un pueblo que o está en guerra o se está preparando a la guerra), para las mujeres estaba muy claro que también en la guerra legítima, de defensa de la patria, se asesinaba”. También la mirada de las mujeres era diferente. “Una enfermera podía coger detalles de como cambiaba el color de la sangre de quien estaba muriendo, o la expresión de asombro que quedaba grabada en la cara de los jóvenes muertos. Siempre en el relato de las mujeres, había compasión, hasta hacia los enemigos”.

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 foto wikipedia.org

Entonces, ¿por qué sigue tanta muerte? ¿Por qué tanta necesidad de tener o crear enemigos? Se preguntaba la niña, y seguimos preguntándonos hoy.

“Odio y venganza son sentimientos antiguos”, razona Aleksievich, “pero se puede sobreponerse a ellos, y en el siglo XXI tenemos medios más refinados para hacerlo, en la diplomacia”. En cambio, nos encontramos de nuevo con una guerra en el corazón de Europa, evitable y no evitada, como todas las guerras, y cada vez más bárbara, como todas las guerras, con su secuela de violaciones, masacres, pillajes. Con millones de mujeres y niños ucranianos prófugos en patria o en el extranjero, hombres y también mujeres luchando en armas. Y por otro lado chicos rusos muriendo por millares, terminando en cenizas en crematorios provisionales, o dejados por tierra a pudrirse, sin avisar las familias. Mientras tanto, en interceptaciones telefónicas de llamadas entre los soldados rusos y sus familias, se puede conocer cuales artefactos eléctricos les piden robar de las casas ucranianas, para ser transportados en camiónes Kamaz a Bielorrusia, y de allí por el correo local, a Rusia. Son invitados también a quitar el metal de plata a los muertos.  ¿Dónde está el país que la fascinaba por su cultura?

A través de la variedad de los testimonios, nostálgicos o críticos, recogidos por Aleksievich en “El fin del homo sovieticus”, sobre la caída de la URSS, podemos entender un poco más como la nueva Rusia pudo llegar a esta trágica “operación especial” contra Ucraina.  

“Perdimos una gran oportunidad, afirma la escritora, en los noventa, cuando se puso la pregunta, ¿qué país queremos volvernos? ¿Uno fuerte, o uno donde se vive decentemente?, como por ejemplo en los países escandinavos. Rusia tenía todos los recursos para hacerlo, pero nos vimos sumergidos en un capitalismo agresivo, estilo Los Angeles años ‘30. Ahora hay un grupo de oligarcas riquísimos, y una población que logra apenas sobrevivir fuera de Moscú. Pero bombardeamos la gente hermana de Ucraina, o la de Siria… Todo el dinero de los años gordos fue utilizado por la propaganda y el ejército…. La gente se quedó llena de rencor y desorientada, pero Putin logró canalizar estos sentimientos contra Europa y Estados Unidos, martillando la idea que Rusia era como una fortaleza sitiada por enemigos que la ninguneaban.  Y en eso capta el sentir de los rusos de periferia, que no toleran humillaciones. Según los sondeos, el 60% de la población apoya ahora la guerra, y son los que ven solo televisión, y pueden leer, después del cierre de los medios independientes, solo la Novaya Gazeta.  Hay algo que se quedó de la época soviética, y es la mentira, aun sin los gulag en Siberia”.

De hecho, se puede reformular la historia de Ucraina a uso y consumo de la grandeza rusa, como hizo Putin en el discurso del 24 de febrero, o en el ataque del patriarca ortodoxo Kirill, (el también billonario, y ex colega de Putin en el KGB) contra la supuesta decadencia moral de Europa, por apoyar a los gays. Por eso para Kirill la guerra contra Occidente se vuelve de orden metafísico, una guerra santa del Bien contra el Mal. Y buen regreso para todos /as a la Edad Media. “La historia de Rusia no va en adelante, sino en círculos”, comenta la escritora. Ahora hemos vuelto a un dejá vu, un tiempo ya vivido, un tiempo de segunda mano.”

“…En los noventa gritábamos ¡“Libertad”!, sigue contando Aleksievich, “pero no sabíamos cómo construirla, es un proceso que no se improvisa de un día al otro. Así como, anteriormente, no fue fácil realizar la utopía de justicia que era el comunismo. Como expresó un colega de Lenin en 1917, un país no podía pasar del feudalismo al comunismo en poco tiempo, sin un baño de sangre. Y así fue.  Aquí no hubo Ilustración”.  Como escribió Vassily Grossman, autor de la obra maestra “Vida y destino”, que no logró ver publicada durante su vida por problemas con el KGB, “Rusia tiene mil anos de historia, ni uno de libertad”.

Lamentablemente, también Occidente, Estados Unidos y sus aliados, en los fatídicos Noventa han perdido una gran oportunidad, podríamos responder a la escritora. Cuando, frente a la disolución del Pacto de Varsovia, se hubiera podido acelerar el desarme nuclear y llegar a una relación más colaborativa entre países. En cambio no se mantuvo la promesa de no ampliar la OTAN al Este, se han hecho guerras bajo falsos pretextos, como en Iraq, Libia, Balcanes, se han sancionado las violaciones de derechos humanos de Irán tolerando, a la vez, las de Israel o de Arabia Saudí, se ha ignorado los deseos de paz de millones de personas que han bajado a las calles contra las guerras, y se ha perseguido a un periodista valiente como Julián Assange, que había destapado con Wikileaks, “nuestros” propios horrores. Pues, como afirma Aleksievich, las cosas nunca son en blanco y negro.  Por eso a todos los poderes les cuesta realizar referéndum para redefinir confines, o preguntar a los pueblos si prefieren más escuelas y hospitales o más cohetes.

“Soy pacifista. Hay que matar las ideas malas, no la gente, las mujeres lo saben más”, afirma la escritora. “Los verdaderos enemigos son el fanatismo, el mal disfrazado también en el átomo pacifico, pero peligroso (ver Chernobyl, Fukushima). Dentro de 100 años, hablando de nosotros, la humanidad del siglo XXI, nos definirán bárbaros.”

Rusia no es solo Putin, por cierto.  A parte de las 15.000 personas arrestadas al comienzo de la guerra por protestas, a parte de la abuelita de 90 años, veterana de la segunda guerra mundial, alejada de una plaza de Moscú con su letrero de paz, hoy en muchos lugares se ven cintas verdes por la paz colgadas en palos de la luz, o en el brazo de una estatua. O figurillas de plastilina, tela, o arcilla con letras de NO WAR, (malenkij piket), esparcidas en lugares públicos, probablemente realizadas por manos femeninas: una desesperada y creativa forma de protesta, contra tan inútil derramamiento de sangre. Por eso, “ahora nos sentimos como mariposas en el cemento, pues los sistemas autoritarios hacen de los individuos una masa compacta de la cual es difícil salir”, afirma la escritora.  Y esto, no solo pasa en los sistemas autoritarios, sino también en las democracias encorsetadas en que vivimos, donde muchos periódicos y bancos están relacionados con las industrias de armas, podríamos agregar.

¿Qué rol tienen, entonces, los periodistas y escritores? Preguntan a Aleksievich.

“Se han escrito millones de libros, y siguen las guerras. Pero algo se puede y se debe hacer”, responde. “Antes que nada, perseguir la honestidad en la información. Huir de la banalidad en la comunicación social, buscar la profundidad y la esencia de las cosas. Todos tenemos una misión, apoyar el amor, lo humano. Llevar una vela de amor. No siempre triunfa, pero sigue dando su luz en la oscuridad”.   

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Tona Gusi

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Fundadora i Co-coordinadora de La Independent. També és psicòloga menció en Psicologia d'Intervenció Clínica i menció en Psicologia del Treball i les Organitzacions.
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