OPINIÓN
Tengo una amiga que… no sé qué pensar, pobre. De un tiempo a esta parte siente que no encaja en la sociedad y ha iniciado una especie de proceso depresivo civil.
Es decir, no enfermizo sino circunstancial debido al momento que le ha tocado vivir con los atributos que la madre naturaleza, buena o malamente, le ha otorgado. Es feminista, lo que, en si mismo…, mira, otras también lo somos y lo llevamos bastante bien. Y ella, seguramente, lo llevaría con más alegría si no fuera porque a esta circunstancia se le suma el hecho de que es heterosexual, que dices, todavía… pero es que además es CIS, blanca, de clase media acomodada (o sea, burguesa) y, para acabarlo de adobar, catalana. Ni hecho expresamente, vaya.
Bien que la entiendo cuando dice que sus siglas no encajan en ningún sitio. No es L ni G ni B ni T ni la otra T ni Q ni A ni I ni P, ni siquiera entraría en el + que acompaña la retahíla de mayúsculas con pretensión de aglutinar un incierto plus. ¿No resultaría más práctico reducirlo a TMH, Todo Menos Hetero? De tanto añadir siglas el resultado es que por un lado situamos todas las opciones afectivo-sexuales con sus particularidades y por otro la mayoría heteronormativa susceptible de ser increpada por los sectores más contestatarios del feminismo. Y de eso se queja mi amiga. Pero yo ya se lo digo: “Chica, ¿qué quieres? Una cosa es tenerlo todo y otra que se te note”. Ella no ve que hace ostentación, que su aspecto, en sí mismo, es ya una provocación. Yo intento ayudarla dándole buenos consejos: “Un poco de pluma, un peircing, un tatoo visible, al menos; alguna cosa para disimular…!!”, pero tozuda como es, no me hace caso.
Pertenecer a la mayoría heteronormativa, blanca, pequeño burguesa, CIS, catalana le supone llevar incorporada la etiqueta de feminista hegemónica, capitalista y, a poco que se le escape un comentario desafortunado, racista. Nunca olvidará el dolor que le causó la pancarta que se exhibió en las últimas jornadas feministas (BCN 2016). ¿Dónde quedó la sororidad que caracteriza a las feministas? Todavía va con ansiolíticos y te parte el corazón cuando la oyes gemir: “¿Es que acaso no sufro yo también la dominación patriarcal? ¿Qué no me han subido el alquiler como a cualquier hija de vecina y a duras penas llego a final de mes?” Bien mirado, si ella es racista, capitalista y hegemónica la Cayetana Álvarez de Toledo ¿qué viene a ser?
Desde su más tierna juventud ha participado en todos los actos y manifestaciones en defensa de los derechos de las minorías, sean cuales sean sus siglas y dando por sentado que ella pertenecía a la mayoría restante; incluso es de las pocas que acompaña la comitiva anual del día del orgullo. Pero, claro, con su estatus de mayoría hegemónica, las minorías maltratadas no pueden evitar imponer un vade retro alegando que ella, por su condición, nunca podrá entender a la otra ni mucho menos ponerse en su lugar.
En tanto que mayoría hegemónica dominante no se le perdonan determinadas reflexiones. Se le ocurrió decir que hablar en femenino era una reivindicación que se estaba perdiendo antes de ser conseguida y que con tanta X y tanta @ el femenino volvía a ser invisible. La lapidación en las redes la llevó de cabeza a aumentar la dosis de ansiolíticos. Otros temas, ya ni se atreve a nombrarlos por miedo a que el diálogo (otra característica intrínseca al feminismo) se convierta en una ráfaga de insultos cruzados, cargados de resentimiento.
Por fortuna, como es mujer fuerte y de talante luchador, no se ha acobardado y ya tiene pensada la estrategia. Quiere montar una Asociación de Cis Feministas Blancas Heterosexuales Catalanas Burguesas no Hegemónica: CFBHCB –H (cifeblhecab no Heg. Suena bien). Habría que añadir Sin Diversidad Funcional; no sufran, ya está mirando cómo introducir las iniciales sin que quede demasiado recargado. El objetivo de la nueva formación será luchar por políticas inclusivas y estrategias sociales que no discriminen a las de su categoría por el cúmulo de desgraciadas condiciones que les ha tocado aguantar.
—¿Quieres decir que es necesario? —intenté hacerle ver con la mejor intención del mundo.
—Tú calla que eres lesbiana y llevas gafas— me espetó.
Cierto, tengo una sigla y una irrefutable diversidad sensorial, lo cual… ¿me excluye de la prepotencia hegemónica? Diría que no, pero al menos, me sitúa al otro lado.
Sin embargo, es lo bastante lúcida como para no reducir el tema a una cuestión de bandos, de nosotras y las otras. Con buen criterio, afirmaba en la última asamblea de su grupo que hay que encontrar los puntos que nos unen, siempre respetando las particularidades y las diferencias… “¡Que unos principios comunes a todos los feminismos haberlos haylos, vive Dios!”, exclamó.
Es que, la pobre tiene el don de la inoportunidad. La ironía del “vive Dios” no se pilló y la atacaron por todos lados diciéndole que era una retrógrada, machista por hacer uso de un lenguaje supremacista que pone a Dios como dentro del universo y no tiene en cuenta las otras creencias. Y ni ironías ni cuentos, que en esto no hay que frivolizar.
De acuerdo, el tema es muy serio y la situación delicada, pero ¿podemos, al menos, desdramatizar un poco? A fin de cuentas, ¿no es el humor una forma de resistencia, de supervivencia y de fraternidad?
¡Tú calla, Franc, que aún te caerá un palo!
De todas formas, ya lo he dicho otras veces, a quien se sienta ofendida siempre le queda el recurso de matar a la payasa y listos… quiero decir, listas… no, perdón, listxs. ¡Uff!