En los últimos diez años se ha producido un importante proceso de hiyabización o extensión del hiyab entre las musulmanas, acompañado muy recientemente por cierta expansión del niqab (conocido como burka). A la vez, estas prendas han pasado a ser un elemento político de primer orden, tanto dentro como fuera del mundo musulmán. Su regulación es un asunto de Estado en los países europeos de inmigración, así como en una parte de los países musulmanes. En todos los casos, su uso se debate acaloradamente desde el punto de vista de la política, de la integración de las minorías, de la construcción nacional y comunitaria y, por supuesto, del feminismo.
La cuestión es: ¿por qué tanta importancia? ¿qué es lo que hay detrás de las discusiones y conflictos sobre el pañuelo? ¿qué discursos circulan y qué objetivos tienen? ¿qué ocurre con la construcción de las mujeres que hay debajo de la obligación de cubrirse la cabeza? ¿qué puede decir el feminismo de todo esto?
Los conflictos relacionados con el pañuelo se han dado en España dentro de colegios e institutos donde chicas escolarizadas lo portaban. El primer caso aparece en la provincia de Madrid en 2002; el segundo en Girona en 2007; el tercero en Madrid en 2010 y el cuarto en Galicia en 2011. En los dos primeros, las chicas no tuvieron que dejar el centro, mientras que en los otros dos fueron expulsadas después de una serie de movimientos y de presiones sobre diferentes instancias implicadas. Salvo en el caso de Girona, los gobiernos autónomos implicados, la Comunidad Autónoma de Madrid y la Junta de Galicia, apostaron fuertemente por la expulsión de las chicas. Es importante destacar que no es que se trate de la primera vez que hay una chica con pañuelo en un colegio o instituto, sino que se convierte en un caso porque algún responsable del establecimiento escolar decide que es incompatible el hiyab y la educación.
También en 2010, la secretaria de los populares catalanes llevó una propuesta al Senado para instar al gobierno a prohibir el niqab, que fue aprobada en esta instancia, pero rechazada en el Congreso de los Diputados. Tampoco aprobó su prohibición el Parlament de Catalunya en este mes de abril. Entretanto, un puñado de municipios en Cataluña, uno en Málaga y otro en Madrid, han prohibido llevar el niqab en las dependencias municipales, apoyándose muchas veces no sólo en las derechas y extremas derechas, sino en el Partido Socialista. Tanto las expulsiones de los colegios a causa del pañuelo como la prohibición del niqab suponen una tragedia para las personas que las sufren -de modo manifiestamente ilegal- y crean todo un clima de desasosiego e incomodidad para las chicas musulmanas y su entorno. Siendo musulmanas, están potencialmente fuera de la ley si deciden tomar el pañuelo. Así son percibidas: entre víctimas y fanáticas.
Pero si las regulaciones del pañuelo y del niqab tienen como fin su restricción en Europa, en otros contextos las mujeres son obligadas a llevarlos, como ocurre en Irán, en zonas de Afganistán, Arabia Saudí, Gaza o en Chechenia. Además, hay que considerar muchos otros contextos del mundo musulmán en que las mujeres son atacadas por grupos “incontrolados” que las obligan a cubrirse. Ambos tipos de regulación, la que obliga y la que restringe, tienen un objetivo común, que es la dominación de las mujeres por medio de la aplicación sobre sus cuerpos de normativas legales (normativización). De este modo, se puede decir que existe un doble eje de dominación de las mujeres musulmanas: el patriarcal y el de la islamofobia. En el primero, el pañuelo puede convertirse en una herramienta – la más evidente- de control de las mujeres, que habitualmente se acompaña de otras restricciones a la libertad. En los países o grupos donde el pañuelo es obligatorio o altamente recomendable, las mujeres dependen jurídica y socialmente de los varones. El pañuelo es el símbolo visible de esta falta de autonomía. El segundo eje de dominación se da en países donde los musulmanes son una minoría. Esta islamofobia utiliza el hiyab como icono de la diferencia cultural y como prueba de la inferioridad de los musulmanes. Regulando el hiyab, los países no musulmanes encuentran una excusa para restringir los derechos de las minorías musulmanas en su conjunto. Por otro lado, la prohibición del niqab establece consensos desde las derechas, criminaliza a las mujeres que lo llevan y a las portadoras potenciales.
El feminismo crítico confronta aquí un importante dilema que no está resuelto ni siquiera en el sentido de poder articular un discurso informado y militante sobre el tema, de modo que incluya la atención a las mujeres que deciden llevarlo o que luchan contra él sin por ello apoyar el patriarcado o el racismo antimusulmán. Por un lado, las perspectivas “salvadoras”, que concentran su acción en la emancipación de las mujeres musulmanas arrebatándoles el pañuelo para “liberarlas” de su propia cultura pueden estar sirviendo para que las derechas y algunas “izquierdas” sostengan una posición claramente islamófoba y antiinmigración; por otro, la interpretación del hiyab y el niqab únicamente como formas de resistencia cultural puede llevarnos a pasar por alto las consideraciones patriarcales que pueden estar en la base de la construcción del cuerpo de las musulmanas como algo que debe ser ocultado, legislado y controlado. En este sentido, sería muy positivo propiciar debates serios entre el feminismo crítico y las mujeres musulmanas que hablan desde lo que definen como feminismo islámico. Este debate no se ha producido aún para el caso español. Podría ser, como dijo de modo provocador Ndeye Andújar de la Junta Islámica Catalna en el último Congreso de Feminismo Islámico, celebrado en Madrid, que el futuro del feminismo pase también por el feminismo islámico. Pero lo que es bien seguro es que el futuro del feminismo islámico ha de pasar por el feminismo.