Cuando se habla de prostitución se tiende a focalizar el tema en las prostitutas. Mientras se oculta, protege y minimiza el papel de los denominados “clientes”.
Los trabajos habituales que se dedican al tema los ignoran y a los prostituidores mismos les cuesta aceptar su condición, representarse como tales ante los medios o la sociedad. Pero es clave entender el punto de partida de esta situación: “si no existiera demanda, no habría oferta”.
La prostitución se justifica como una realidad social “inevitable” algo natural e inamovible. Los hombres de derechas prefieren que permanezca en la sombra para mantener su doble moral. Los de izquierdas desean que se regule legalmente, alegando la defensa de los derechos de las mujeres prostituidas como “trabajadoras” y “para liberarnos del yugo de una moral retrógrada”. Ambos planteamientos eluden los mecanismos de poder patriarcales que lo fundamentan.
Este rechazo a afrontar un examen crítico sobre los usuarios de la prostitución, que constituyen de lejos el más importante eslabón del sistema prostitucional, no es otra cosa que una defensa tácita de las prácticas y privilegios sexuales masculinos. Por eso es tan importante hacer un análisis de las razones que explican por qué en una sociedad más abierta y libre, como la española tras la etapa de la dictadura franquista, sigue habiendo tantos hombres y jóvenes que acuden a relaciones prostitucionales con mujeres o con otros hombres.
¿Por qué los hombres acuden a la prostitución?
La mayoría de los estudios e investigaciones en profundidad sobre el tema llegan a una conclusión similar: “un número creciente de hombres busca a las prostitutas más para dominar que para gozar sexualmente. En las relaciones sociales y personales experimentan una pérdida de poder y de masculinidad tradicional, y no consiguen crear relaciones de reciprocidad y respeto con las mujeres con quienes se relacionan. Son éstos los hombres que buscan la compañía de las prostitutas, porque lo que buscan en realidad es una experiencia de dominio y control total”.
Parece como si una parte importante de la humanidad, los hombres que acuden a la prostitución, tuviera un problema serio con su sexualidad, no siendo capaces de establecer una relación de igualdad con las mujeres, el 50% del género humano, que creen que debe de estar a su servicio. Como si cada vez que las mujeres consiguen mayores cotas de igualdad y de derechos, estos hombres no fueran capaces de encajar una relación de equidad y recurrieran, cada vez con mayor frecuencia, a relaciones comerciales por las que pagando se consigue ser el centro de atención exclusiva, regresando a la etapa infantil de egocentrismo intenso, y una relación que no conlleva de forma necesaria ninguna “carga” de responsabilidad, cuidado, atención o respeto y equivalencia.
Una segunda conclusión relevante de los estudios nacionales es que España es uno de los países donde el “consumo” de prostitución está menos desprestigiado. Las encuestas indican que un 27% de los españoles acude de forma habitual a la prostitución, sin que se les reproche socialmente. De hecho, parece que hay un consentimiento social ya no tácito, sino explícito, en mantener estrategias y formas constantes que “alivian” la responsabilidad de aquellos que inician, sostienen y refuerzan esta práctica.
La tercera conclusión es que este consentimiento social influye en el proceso de socialización de los chicos y jóvenes en el uso de la sexualidad prostitucional. Si a esto añadimos la regulación de la prostitución como una profesión estaríamos generando unas expectativas de socialización donde las niñas aprenden que la prostitución podría ser un posible nicho laboral para ellas, y los niños aprenden que sus compañeras pueden ser compradas para satisfacer sus deseos sexuales.
Cómo afrontar el fenómeno de la prostitución
La prostitución no es el “oficio” más antiguo del mundo, es la explotación, la esclavitud y la violencia de género más antigua que los hombres hemos inventado para someter y mantener a las mujeres a su disposición sexual. Si convertimos esta violencia en una profesión como otra cualquiera para las mujeres, ¿cómo podremos educar para la igualdad en una sociedad donde las chicas sabrán que su futuro puede ser prostitutas y los chicos sabrán que puede usarlas para su disfrute sexual si tienen el suficiente dinero para pagar por ello?
Regular la prostitución legitima implícitamente las relaciones patriarcales: equivale a aceptar un modelo de relaciones asimétricas entre hombres y mujeres. Si la integramos en la economía de mercado, estamos diciendo que esto es una alternativa aceptable para las mujeres y, por tanto, si es aceptable, no es necesario remover las causas, ni las condiciones sociales que la posibilitan. A través de este proceso, se refuerza la normalización de la prostitución como una «opción para las pobres».
Si queremos construir realmente una sociedad en igualdad hemos de centrar las medidas en la erradicación de la demanda, a través de la denuncia, persecución y penalización del prostituidor (cliente) y del proxeneta: Suecia penaliza a los hombres que compran a mujeres o niños con fines de comercio sexual, con penas de cárcel de hasta 6 meses o multa, porque tipifica este delito como «violencia remunerada». En ningún caso se dirige contra las mujeres, ni pretende su penalización o sanción porque la prostitución es considerada como un aspecto de la violencia masculina contra mujeres, niñas y niños.
No podemos renunciar trasformar la sociedad y educar en igualdad a hombres y mujeres. Los hombres debemos resolver nuestros problemas de socialización para aprender a vivir sin servidoras sexuales y domésticas.