Era agitado el mar de Sicilia, hace unos días, cuando llegó una barcaza con 240 inmigrantes eritreos, y a pocos metros de la playa de Ragusa 14 de ellos, botados a palos por los motoristas, murieron ahogados, alargando la lista de los millares que perdieron la vida en el mar Mediterráneo, antes de poder tener acceso al desteñido sueño del bienestar europeo.
Los sobrevivientes se dispersaron en el campo, alargando a su vez la lista de inmigrantes ilegales que malviven en el país.
Agitado sigue también el mar de la política italiana, por las pataletas de Berlusconi que después de la condena definitiva por fraude fiscal por parte del Tribunal Supremo, en vez de dimitir, queria obligar a dimitir a los senadores de su partido, haciendo peligrar el gobierno, justo cuando el país necesita definir importantes leyes para enfrentar la difícil coyuntura económica.
De haber caido el gobierno, se interrumpiría también la breve experiencia como ministra de la Integración de Cecile Kyenge, 48 años, médica oculista diputada del Partido Demócrata, y desde tiempo activista en el tema de los derechos de los inmigrantes. Llegada a Italia a los 19 años con una beca para estudiar medicina, la perdió por no haberse presentado a tiempo, y por eso se adaptó a vivir en un convento trabajando como cuidadora de personas mayores, hasta que pudo regularizar su situación legal. Sucesivamente se casó con un ingeniero italiano y pudo ejercer su profesión. Como primera ministra “morena” en Italia, (como ella orgullosamente se define) en un ministerio de reciente constitución y sin presupuesto, Kyenge ha sido la encargada en el pasado abril de la difícil tarea de hacer aceptar a los italianos e italianas que el “Bel Paese” se está volviendo una sociedad multicultural.
Si se considera normal que Benetton compre 900 000 hectáreas de tierra en Patagonia para producir lana o pagar míseros salarios a las mujeres de Bangla Desh para coser sus prendas, ¿por qué no debería ser normal que gente de países empobrecidos por las relaciones neocoloniales con el Norte del mundo y sus propios gobiernos corruptos, busquen afuera mejores condiciones de vida?
El trabajo de Cecile Kyenge ha consistido entonces en dialogar con la gente de todas las maneras posibles, llegando a dar conferencias en dos o tres ciudades al día, proponiendo como prioritaria para la integración entre locales y extranjeros y extranjeras una ley que otorgue ciudadanía a los hijos e hijas de inmigrantes, nacidos en Italia, (como ya se hace en Francia y otros países). En muchos lugares Kyenge ha sido apreciada por su sencillez y sinceridad. No tiene que avergonzarse, dice, por tener 37 hermanos y haber crecido en una familia poligámica de la que tiene buenos recuerdos, sin por esto considerarla el mejor sistema de vida. Pero su misma presencia ha desencadenado en unos representantes de la Liga (un partido de derecha que no tiene más del 5% de los votos, pero que ha sido importante aliado de Berlusconi) una ola de insultos que han repercutido ampliamente en la opinión pública, encendiendo polémicas. El vicepresidente del Senado, Roberto Calderoli, después de haberla ofendido armando una ola de protestas, oficiales y no oficiales, tuvo que llamarla para disculparse.
“Se ha ofendido a Italia”, respondió ella. “Es un problema institucional y no personal”, sigue repitiendo. Del resto los insultos se han vuelto pan cotidiano en las relaciones políticas en los últimos veinte años de gobierno del “Cavaliere”, en un triste proceso de degradación de la vida civil, mientras se exaltaban como valores el enriquecimiento a toda costa, y un edonismo sin límites. Los resultados han sido que mientras el “Cavaliere” en estos veinte años ha aumentado de 26 veces sus rentas, Italia se ha empobrecido y muchos de sus empresarios se suicidan por no tener prestamos de los bancos.
¿Ha sido un daño o no para el país la inmigración repentina de las últimas dos décadas, que ha transformado de manera irreversible la vida de muchas comunidades locales? Es una de las FQ (preguntas frecuentes), que se hace la viejita desorientada porque ya no es tan seguro llevar a pasear el perrito en el vecindario, “con todas estas caras de extranjeros por ahí”, o el chico recién diplomado que busca trabajo y cree que se lo están robando los foráneos. Otro miedo muy frecuente, amplificado por los políticos conservadores por fines electorales, es que la entrada continua de inmigrantes pueda provocar una bajada de salarios y de productividad: sin embargo, un análisis más frío arroja datos distintos. Por ejemplo, que son las regiones italianas más prosperas, las de Centro Norte, a acoger con éxito la mayoría de inmigrantes, mientras en el Sur, donde hay mucho desempleo, sí hay condiciones de trabajo deshumanas para ellos. Otro dato es que de 4 personas que cumplirán 65 años en Italia en los próximos veinte años, habrá solo 3 que cumplirán 20, y de ellas solo 1 está dispuesta a trabajar en fábrica. Ergo, muchos trabajos manuales, en la agricultura, la artesanía y la industria, será cada vez más a cargo de personas extranjeras. Alemania tiene tanta inmigración como Italia, manteniendo mejores salarios y mejor productividad.
Otro dato importante es que de los cinco millones de inmigrantes legales en el país, un millón son mujeres empleadas en el cuidado a los ancianos, llamadas “badanti”, lo que permite que Italia sea en Europa el país con menor porcentaje de ancianas y ancianos en residencias (un tercio respecto a Holanda y Reino Unido). Aunque en los mejores de los casos se crea una relación de familiaridad entre asistente/a y asistido/a, en otros esto se da a costas del tremendo sacrificio de mujeres que deben dejar sus hijos e hijas al cuidado de otros familiares, con secuelas a veces importantes a nivel psicológicos en los niños y niñas, que se creen abandonados/as.
A diferencia de otros países europeos que tuvieron imperios, como Gran Bretaña que tiene una mayoría de inmigración asiática, o Francia con fuerte presencia magrebí, Italia tiene inmigración proveniente de 194 países, mucha de ella empleada en pequeñas o medianas empresas, constituyendo un décimo de nuestra fuerza trabajo. Generan PBI, sostienen con sus impuestos el sistema pensionístico, consumen y a veces emprenden, pero falta una estrategia de integración de parte del Estado, que los considere como personas y no como simples brazos. Al contrario, se ha orquestado de parte de los últimos gobiernos, como se ha visto, una campaña de odio hacia los y las inmigrantes. En a nivel local que, en cambio, contra vientos y mareas, se está realizando un sinfín de experiencias exitosas de integración. En clases totalmente compuestas de niños y niñas provenientes de muchos países del mundo, como las que se encuentran en ciertas zonas industriales del Nordeste, hay maestras que hacen milagros para que todos los niños y niñas tengan un buen aprendizaje; hay barrios donde se crean bibliotecas multiculturales, e iniciativas de diálogo interreligioso que mejoran notablemente las relaciones en el vecindario (como en el barrio San Salvario de Turín); todas estas experiencias, desde unos años, se encuentran en un congreso anual para fortalecerse y expandirse.
Para superar el odio hacia los extranjeros “invasores” o una actitud de simple “buena voluntad”, es bueno madurar una reflexión echando también un vistazo a la historia, sugiere Umberto Eco, el famoso escritor y filósofo, autor de “El Nombre de la Rosa”.
Por lo pronto, se observa en muchos estudios que los chicos hijos de inmigrantes que nacen en Italia comparten gustos con sus coetáneos, y las aspiraciones de las chicas chinas o indianas son más orientadas hacia la carrera que hacia la familia, y quieren menos hijos que las italianas, aun cuando provienen de familias numerosas. Es evidente que se está dando un cambio cultural, no exento de conflictos.
En esta turbulenta coyuntura política italiana, si Cécile Kyenge puede seguir como ministra, favorecerà una reflexión calmada en una sociedad que todavía tiene dificultad en percibirse como multicultural. Lo que es cierto es que pase lo que pase, seguirá trabajando como activista, y en este camino no está sola.